6:30 de
la mañana. Suena el despertador. Estiro un brazo y trato, a tientas, de
apagarlo. Tiro la lamparita, derramo el vaso de agua con la dentadura, aplasto
las gafas, quito la anilla de la granada… Nada. Me levanto y lo apago con odio
infinito, pero sin hacer ruido, no despierte a la niña. Me visto, me agacho a
por los zapatos y mi espalda cruje tanto, que el sonido resuena por las
paredes, rebota hasta donde está la cuna y se amplifica hasta hacerla llorar.
La niña me odia, mi mujer me odia, el universo me odia. Parece que hoy no va a
ser mi día.
Bajo
las escaleras y tropiezo, o resbalo, no podría concretar porque estoy rebotando
contra los escalones de mármol, hasta que mi cabeza choca contra la pared y
abro un agujero de tamaño considerable. Lo observo y me quedo maravillado.
Nunca habría imaginado que esa pared estuviese hueca. Meto la mano imaginando
encontrar algún tesoro oculto por los antiguos propietarios, pero me muerde una
rata, enfadada por haber descubierto su nido. La mordedura se infectará y
seguramente sufriré alguna desagradable y ya descatalogada enfermedad, pero
ahora no tengo tiempo de pensar en eso.
Me meto
en la cocina y me preparo un té de esos relajantes para afrontar lo que se me
viene encima pero la bolsita se rompe y se esparce toda la paja por el vaso. Lo
tiro. Me preparo un vaso de leche pero en un descuido lo golpeo contra la
puertecita del microondas y salpica de una forma desproporcionada. Observo el
estropicio. Parece que hayan rodado una peli porno en mi cocina. Es sobrecogedor.
Decido que será mejor no comer nada y salgo a la calle. Brilla el Sol, cantan
los pájaros, no hace frio ni calor… Es horrible. Es como una burla cósmica. Y
oigo su voz.
-Buenos
días vecino.
Me
saluda desde su portal. Chandal, pecho hinchado de orgullo y satisfacción, una
sonrisa brillante y una voz clara, como si nunca hubiese conocido el cansancio
ni el hastío. Y sigue hablando.
-Hay
que ver… Las siete y ya es de día. Me encanta esto del cambio horario; te
permite madrugar más y aprovechar el día. A las siete… Son las ocho.
Y
entonces recuerdo que tengo una pala en el garaje.