Mi
abuelo era un hombre de campo: Práctico, simplón y sabio dentro de su radio de
acción. No le gustaban los rodeos ni las tonterías; él quería las cosas claras
y medio vasito de vino para comer y cualquier otra cosa le enfurecía y no
dudaba en utilizar la violencia física. Por eso a nuestra casa ni se acercaban
los testigos de jehová ni los vendedores de enciclopedias. Y como no podía ser
de otra forma, la tecnología (estamos hablando de los años 80) le parecía,
cuanto menos, brujería. ¿Cómo iba a entender el hombre cosas sobre tubos de
rayos catódicos, pudiendo creer que la tele era magia? Y entonces llegó a
nuestra casa el video. “Vidrio” como lo llamaba él.
El
“vidrio”, y lo voy a explicar para los más jóvenes por si acaso, era un
aparatejo que funcionaba con unas cintas de casete grandotas y que servía tanto
para ver pelis cual DVD o bluray moderno como para grabar programas de la tele
y verlos después. Además, incluía una opción de programado que solía ser tan
compleja, que aquellos que lo lograban se convertían en leyendas vivientes de
la electrónica. Pero no sigo por ahí, que de esto va a ir la entrada.
Situémonos:
Una casa en los ochenta, un abuelo capaz de arrancar un árbol de cuajo con sus
manos desnudas y un aparato de incomprensible funcionamiento para él al lado de
una tele que funciona con magia. ¿Si? Voy a seguir.
En esa
época el manual de instrucciones del video estaba siempre encima de la mesa, y
mi abuelo pasaba las horas muertas leyéndolo. No entendía nada. Cero. Pero él
lo leía con interés, como si en lo más hondo de su ser, pensara que todo eso
tenía cierta utilidad. Yo, por mi parte, con gran habilidad y conocimiento,
había grabado una peli de Bud Spencer y Terence Hill en una cinta y encima de
las escenas en las que no se daban de tortas, había regrabado escenas de tetas
de pelis de Esteso y Pajares. Sí, señoras y señores; yo creé la cinta perfecta.
Es por ello que cuando yo estaba por casa, mi abuelo sonreía, dejaba las
instrucciones encima de la mesa y me decía eso de “Ponme la del vidrio”. Y
pasábamos un rato juntos frente a la tele.
Pero un
día pasó algo raro. Mi abuelo, que ya estaba algo mayor, resbaló en el escalón
que entraba al almacén y se golpeó la cabeza contra el canto del congelador,
quedando en estado de shock en el suelo. Corrimos a socorrerle y cuando
recuperó la consciencia me miró y me dijo: “¿Sabías que VHS significa Video
Home System?” Y a partir de ese momento todo se volvió raro. Limpió los
cabezales, ya que según él eso mejoraría el visionado de las cintas, hablaba
sobre bobinas, sistemas extractores y lo más sorprendente de todo: Aprendió a
programar el Video Home System ese. “Es muy fácil –Me decía –Solo tienes que
ponerlo en hora, dejar apretado el botón REC cinco segundos y cuando el panel
parpadee, programar la hora de grabación mientras das tres volteretas
laterales. Luego le das al botón PAUSE y se oirá un zumbido y…” Yo no entendía
nada y la única explicación plausible para mí era que debido al golpe en la
cabeza, toda la información leída del manual de instrucciones había cobrado
significado para él y ahora era una especie de maestro del VHS.
Reconozco
que fueron tiempos felices. Desconcertantes pero felices. Hasta que un día… Un
resbalón tonto en la escalera del almacén, un cabezazo en el depósito del
calentador y cuando el buen hombre volvió en si me dijo: “Ponme la del vidrio”
y todo volvió a la normalidad.