jueves, 29 de agosto de 2019

Disfrutar del camino.

El otro día le oí decir a alguien que las cosas hay que hacerlas para obtener satisfacción con el camino a andar y no por el objetivo a alcanzar. No sé si en otros tiempos me habría tomado muy en serio esa frase a priori tan carente de ambición, pero por algún motivo, seguramente la edad que he alcanzado casi sin darme cuenta, me hizo reflexionar y aunque no lo creáis, me tranquilizó.

Llevo muchos años corriendo, es la verdad; este blog es el ejemplo. Desde que comencé a escribir me marqué el objetivo de llegar a algún lugar y cuando abrí mi primer blog (hace ya la friolera de diez años) escribí con la idea de abrirme un hueco en la comunidad primero rolera, luego lectora en general y finalmente ahora con mis libros, en el mundo editorial. Supongo que me equivoqué desde el principio.

Cuando cerró Google+, la que para mi ha sido la red social por exceléncia, quedé huérfano de lectores. Aunque algunos seguís aquí, pasando de vez en cuando e incluso comentando algunas entradas (y por ello tenéis mi agradecimiento y respeto absolutos), el grueso de visitas se redujo hasta la mínima expresión. En ese momento me di cuenta de la importancia de formar parte de una comunidad virtual (las de verdad no suelen abarcar a tanta gente) y reconozco que el desánimo se apoderó de mi. Sigo escribiendo, es cierto, pero ya no camino por la calle buscando situaciones que poder tergiversar y transformar en divertidas entradas anecdóticas. Ahora simplemente camino, observo y pienso en mis cosas. Sin más.

Lo mismo pasa con los libros. Me di un batacazo con "La onomatopeya del ladrido y otros relatos pulp" al tratar de meterme en círculos profesionales de literatura; me cerraron muchas puertas en la cara negándose a depositar mis libros en librerías, a realizar presentaciones en bibliotecas y lugares privados donde habitualmente las hacen. Solían ponerme como excusa que no aceptaban libros autoeditados, aunque no tenían problema en aceptar obras selladas por Círculo Rojo o Létrame entre otras empresas de servicios edtoriales, es decir autoedición. Me llevé un chasco, las ventas no alcanzaron los mínimos esperados y tuve que cambiar mi forma de hacer las cosas para siguientes publicaciones, pero ahora estoy en paz. Disfruto del camino sin preocuparme por saber donde me lleva.

¿Y a qué viene todo este rollo? Pues a que escribo menos, al menos de forma pública aquí en el blog. A que me he dado cuenta de que para que te lean no importa tanto qué escribes si no como te promocionas. Y que si no tienes diez mil seguidores en alguna red social (algo a lo que no le quito mérito, cuidado), resulta muy difícil existir a nivel artístico. Pero me resisto a venderme en ese sentido ni en cualquier otro.

Quizás me veáis menos por aquí. Quizás se actualice el blog tan poco que al final ni os molestéis en pasaros a leer, como hago yo con tantos otros, no os culpo, pero aquí o allí, en algún sitio estaré y cuando penséis en mi recordad, estaré disfrutando del camino.

miércoles, 14 de agosto de 2019

De músculos poderosos y chancletas mojadas


El verano oculta horrores, como las playas, las piscinas comunitarias, las ensaladillas amarillentas o los magnums a cuatro euros. Algunos de ellos llegan a ser demasiado terribles para ser nombrados por las personas normales, que muchas veces regresan de sus vacaciones forzando una sonrisa y ocultando con un “pues no te creas, ya tenía hasta ganas de volver a las rutinas” experiencias más allá de cualquier comprensión. Y yo, a pesar de no ser una persona normal también me veo obligado a luchar contra bestias recurrentes que acechan durante todo el año para dejarse ver en estos meses estivales y llenar de pavor mi alma. ¿Qué de qué voy a hablar hoy con tanta introducción? Pues de un tema recurrente en este blog como son los parques acuáticos.
Toca todos los años. El mismo día exactamente para hacerlo más tenso si cabe. Subir en el coche a familia, toallas, manguitos y una neverita con agua fresca, hielo y bocadillos para no morir de inanición para pasar un agradable día a remojo y bajando por toboganes que dan vértigo y causan heridas de forma aleatoria. Pero eso no es lo peor. Lo peor es verse rodeado de gente semidesnuda que a veces te tocan en las colas. Lo peor es nadar en aguas repletas de pelos ajenos que se te meten en la boca. Lo peor es encontrarse con otros padres cachas y darse cuenta de que a su lado eres un despojo humano y que el dinero gastado en el gimnasio a veces resulta una buena inversión. Por suerte, a veces a esos padres cachas les pasan cosas malas y ello nos puede llenar de regocijo y aliviar nuestro dolor. Y justo a esta anécdota es donde quería llegar desde el principio.
Un padre cachas junto a mi, de esos con músculos tatuados, piel uniformemente morena (no sólo de brazos y cabeza como yo, que me quito la camiseta y parece que lleve otra de color blanco debajo) y unos movimientos seguros, de tipo que va sobrado en la vida. No le sobra un gramo de grasa ni le falta uno de fibra. Sonrisa blanca, pelazo tieso para arriba… Un imán de miradas femeninas, de mujeres que sueñan con ver salirse a sus maridos del tobogán en una curva, enviudar y rehacer sus vidas junto a ese protomacho. Reconozco que me siento inferior. En los parques acuáticos no sirve de nada el intelecto ni el conocimiento; da igual ser poeta, actor o el mejor pintor de la histórica contemporánea del arte. Allí nadie supera al cachitas de turno y ese lo está petando… Hasta que comete un error.
El cachas decide pasar de la cola donde yo me hallo para incorporarse a la de otra atracción que al parecer es más rápida. El camino para la otra cola implica caminar un ratito, salvar un desnivel y luego seguir adelante, pero él. Oh él. Él decide atajar el camino saltando directamente una altura de un metro y ahorrarse el caminar. Y he ahí su error. No dudo que para ese tipo, un salto descendente de un metro no supondría ningún problema en condiciones normales, pero esas no lo eran. Por lo visto no había contado con que las chanclas mojadas no iban a suponer un buen punto de apoyo y al saltar el pie derecho le resbala nada más tocar el suelo haciendo que se le escurra por dentro de la chancla, hasta tal punto que al pie le sigue la pierna entera y a ésta, la totalidad del cuerpo. Imaginad a un tipo de noventa quilos pasando por el aro de plástico de una chancleta ante la mirada horrorizada de decenas de bañistas que seguramente ya estarían horrorizados de antes. Horror sobre horror.
El pobre tipo salió completamente desollado por el otro lado, como uno de esos conejos que se exhiben en los escaparates de las carnicerías y supongo que sería por una cuestión de honor que siguió caminando como si nada mientras decía “estoy bien, estoy bien, no me he hecho daño” a pesar de estar dejándolo todo perdido de sangre y vísceras. Y luego se meterá en el agua… Si es que es lo que yo digo siempre.