
Cualquiera que me conozca un poco sabrá que soy aficionado a la astronomía y que de vez en cuando me gusta deleitarme contemplando la inmensidad del espacio infinito ya que así logro olvidarme de todo aquello que preocupa a mi insignificante existencia.
Cualquiera que me conozca un poco más sabrá que no es para tanto mi afición y que no le dedico ni la mitad del tiempo que paso viendo porno por internette ni una décima de lo que malgasto pensando qué armas son mejores para una armadura de combate del imperio Tau.
Pero lo realmente curioso es que a pesar de lo que se supone que es habitual, cuanto más estudio y conozco la inmensa extensión espacial que me rodea, más me aburre y me decepciona ese conocimiento. Antes, cuando era crio, miraba una estrella y me preguntaba extasiado qué habría allí, cuantos planetas girarían a su alrededor y si habría en alguno de ellos un chaval extraterrestre mirando embobado nuestro cercano Sol. Pero ahora que he adquirido el conocimiento y los medios para ubicar esa estrella en el espacio y el tiempo me doy cuenta de que está tan sumamente lejos que no importa demasiado qué haya allí. Si se me hace pesado coger el coche para subir al pueblo, no quiero ni imaginar un viaje espacial de veinte años luz.
A pesar de eso hay gente a la que tanto conocimiento se le queda pequeño y vence la frustración con grandes dosis de paciencia y, por que no decirlo, acciones desesperadas. Este es el caso de lo sucedido en un radiotelescopio de Puerto Rico en el año 1974. Allí, a un grupo de astrofísicos iluminados se les ocurrió la brillante idea de mandar un mensaje a posibles habitantes de la nebulosa del cangrejo (buscar en Google imágenes para una bonita vista), detallando nuestra posición y composición de ADN, por si se les ocurría venir un día, saber cómo aniquilarnos. Brillanteces aparte, tales astrofísicos no tuvieron en cuenta que su mensaje, lanzado a la velocidad de la luz, llegaría aproximadamente a su destino el año 23.000. Suponiendo que tales seres extraterrestres existieran, captaran el mensaje, lo tradujeran y nos respondieran con un método similar, tal respuesta llegaría aquí en el año 48.000, sobre la hora de la siesta.
¿Significa eso que personas con carrera universitaria, másters y especialidades pueden hacer las mismas gilipolleces en las que caería cualquier niñato tras hincharse de pelis de marcianos? No. Lo que pasa es que nuestros cerebros están diseñados para comprender las distancias y velocidades terrenales, y con cifras tan elevadas, cuesta mantener la coherencia.
Así que para que cualquier hombre de a pié (si, he dicho hombre), pueda comprender la magnitud del espacio interestelar, he creado una preciosa teoría de comprensión espacio-temporal que voy a compartir aquí.
FÓRMULA PARA CALCULAR DISTANCIAS ASTRONÓMICAS
Imagina que eres un hombre de mediana edad, sentado en el banco de un parque cualquiera tratando de limpiar el chocolate de los morros a tu hijo/a con una toallita húmeda que ya ni es húmeda ni es toallita; En ese momento pasan frente a ti un grupo de adolescentes hembra con sus pantalones megacortos y sus escotes a ras de pezón. Pasan muy cerca de ti. Puedes oler sus hormonas y te da la sensación que podrías tocarlas con solo alargar tu pene, pero no. La distancia que te separa de es equivalente a 10 años luz, que es la distancia media aproximada que nos separa de las estrellas que podemos ver en el firmamento
Seguro que si los astrofísicos de 1974 hubiesen calculado las distancias de esta manera, ni se habrían molestado en mandar ese mensaje inútil.
Por eso ahora sigo mirando maravillado esa estrella, aunque con la convicción de que haya lo que haya allí, no debe de preocuparme lo más mínimo. Y es que otra estrella es otro rollo. Puedes verla brillar, puedes soñar con ella, pero nunca podrás alcanzarla, por mucho que te estires (la polla).
Me tomo la libertad de poneros una bonita canción, que me ha servido de inspiración en muchas ocasiones y que para temrinar de redondearla, viene con una aceptable traducción al español.