jueves, 27 de diciembre de 2018

De libros y viajes


Abro los ojos algo incómodo. Noto la cama fría y rígida y una extraña sensación de agobio. Cuando trato de ajustar la vista una fuerte luz me ciega y aunque no puedo ver, sí me doy cuenta de que no es mi cama ni mi habitación y tengo la certeza de estar inmovilizado. Cuando se aclara la escena me encuentro en una sala de formas confusas, muy bien iluminada (auqnue no hay fuente de luz alguna a la vista) y atado a una especie de camilla junto a una plataforma llena de instrumental quirúrgico. Cuando ya empezaba a preocuparme aparecen dos figuras vestidas con monos color albal, cabezas grandes, ojos enormes y rasgados y manos finas. Extraterrestres de toda la vida, vamos.

Los visitantes de otros mundos me miran e intercambian ideas telepáticamente o algo así mientras yo intento hablar pero algo me lo impide. Entonces un de ellos dice algo en un idioma extraño, aunque por algún motivo logro entenderlo.
-El espécimen quiere hablar. Quitémosle el bloqueo de voz.
Entonces con un chasquido recupero mi capacidad de hablar y los dos aliens se inclinan sobre mi, a la espera.
-¿Es que tengo monos en la cara o qué? -les digo.
-¿Qué ha querido decir con eso? -pregunta el primer alien.
-Creo que es una expresión humorística -responde el segundo. -Este individuo debe ser aquello a lo que los terrícolas llaman “un graciosillo”, será interesante examinar su cerebro.
Entonces se hacen con el instrumental adecuado y preparan una pequeña sierra de trepanación supuestamente. Me queda poco tiempo para salvar la situación, así que intento ganar tiempo sacándoles conversación.
-Ya que me vais a sacar el celevro, podríais explicarme como me habéis capturado. No recuerdo nada de lo que ha pasado.
-Oh, fue muy fácil. Dejamos un polvorón con un potente narcótico en el suelo y mientras paseabas a tu perro lo encontraste y te lo comiste. No entendemos muy bien porqué en estas fechas resulta un truco tan fácil y efectivo.
-Eso es porque desde octubre no quedan polvorones en las tiendas y eso los convierte en un bien muy preciado. Lo expliqué en la anterior entrada de mi blog.
-¿Tienes un blog? Interesante. Los cerebros de los blogueros siempre son curiosos.
-Y también tengo un libro. Son doce euros si lo queréis.
-¿Nos vas a cobrar por un libro aún estando a punto de morir?
-Lo siento pero no puedo hacer ningún trato de favor. Ni a vosotros. ¿Qué pensaría la gente que sí ha pagado por él?
-El humano tiene razón -le dice un alien al otro. -¿Pagas con tu paypal o hacemos transferencia?
-Vamos a ver que no nos cobren comisión. ¿Oye, podemos hacerlo como amigo o familiar?
-No.
-Es un tipo duro. Debe ser de esos del norte.

Entonces los dos alienes se sientan ante su ordenador en busca de la cuenta de paypal momento que aprovecho para hacerme con un bisturí, cortar mis ataduras y al levantarme sigilosamente me acerco por detrás y les golpeo las cabezas entre ellas a lo Bud Spencer. Con ambos extraterrestres durmiendo el sueño de los justos la nave espacial comienza a zozobrar, describiendo giros inesperados, por lo que deduzco que su manejo estaría asociado de algún modo a sus psiques. Avanzo tambaleándome hasta la sala de mandos donde me siento en el asiento (vágame la redundancia) del piloto y me coloco un casco lleno de cables. Al hacerlo oigo una voz en mi cabeza que dice “piense en su destino” y no entiendo si con destino se refiere a un lugar físico o a mi sino, pero suponiendo lo primero y viendo que si no hago algo pronto voy a acabar estrellado en algún asteroide perdido, cierro los ojos y me concentro.

Pienso en playas paradisíacas de arena blanca, en llanuras heladas de la Patagonia, en cabañas de madera junto a un lago… y le digo “Llévame a Namek, que quiero que el Venerable Anciano despierte mi poder oculto”.

martes, 4 de diciembre de 2018

De prisas y polvorones


Me acerco discretamente a la cajera después de vagabundear por el supermercado durante un rato vergonzosamente largo.
-Disculpe caballera… -le digo.
-¿Si? -responde ella mirándose las uñas, decoradas con un bonito aunque inservible color rojo.
-Perdone que le moleste pero llevo varias decenas de minutos buscando los polvorones y no los encuentro por ninguna parte.
-¿Polvorones? -repite sonriendo.
-SI. Polvorones. Eso que va envuelto en un papelito y que se deshace…
-A buenas horas -dice fijándose en algo que está sucediendo en la punta de su zapato izquierdo.
-¿No quedan?
-No.
-¿Y cuando van a reponer?
-Ya el año que viene, si eso.
-¿Me está diciendo que a día cuatro de noviembre con dos semanas de margen hasta navidades no quedan polvorones..?
-Ni turrón -me interrumpe con placer.
-¿Ni polvornoes ni turrón y que ya no se van a reponer?
-Exacto -dice ella mirándome por primera vez a los ojos. -¿En que puto mundo vives tu? ¿O qué?
-¿Como? -pregunto dando un paso atrás azorado por la frialdad de sus ojos.
-Mira chaval, vivimos en una sociedad globalizada de consumo globalizado. Aquí el que más corre vuela y la producción de dulces navideños comienza en septiembre y en octubre ya está todo servido y el que como tu haya sido lento, se queda sin. Y ya está. Y punto.
-Ya, pero faltan dos semanas para navidad y…
-¡Ni navidad ni pollas secas! La navidad ya es agua pasada, ahora hay que pensar en semana santa que es la proxima fecha señalada. ¿Quieres torrijas? Acaban de traernos doscientos palés.
-¿Torrijas en diciembre? Eso es antinatural.
-Tu gilipolez si que es antinatural. Luego no me vengas en marzo buscando torrijas porque no van a haber.
-Bueno, vale, venga, ponme unas torrijas y me voy.
-No quedan.
-¿Como?
-¡Que no quedan, puto pánfilo, que pareces Jon Nieve con esta cara de atontao!
-Señorita, no sé quien es ese señor pero me parece que las confianzas aquí se están excediendo. ¿No le acababan de llegar doscientos palés de torrijas? ¿Qué ha pasado con ellos?
-Que la gente compra más y habla menos que tu.
-¿Y entonces qué hago yo si me apetece algo dulce y no hay ni polvorones ni tirrón ni torrijas? ¿Como sacio yo mi necesidad de azúcares?
La cajera me mira otra vez y una sonrisa maligna se dibuja en sus labios.

Cuando salgo a la calle todo el mundo me mira. Les debe parecer raro ver a alguien caminando en medio del frio, con los mocos como estalactitas y comiéndose un polo. Pero me da igual. Me he lllevado cuatro cajas de calipos no sea cosa que llegue el verano y me pille desprevenido.