domingo, 6 de febrero de 2022

De rencuentros y desencuentros (y furia reprimida)

 

 


Me siento a la mesa y observo a los demás comensales. A algunos les tengo perfectamente identificados pues hemos seguido manteniendo el contacto después de tantos años, pero otros me resultan totalmente irreconocibles. Tenía que ser una cena de reencuentro de viejos alumnos del colegio quince años después, pero finalmente y por problemas de agenda han sido veinticinco y ahora resulta difícil asociar a esa panda de cuarentones a los rostros adolescentes que una vez conocí. Por suerte o por desgracia, a medida que avanza la noche aparecen otros rasgos distintivos que se sobreponen a las alopecias, arrugas y tejidos adiposos, ya que permanecen los tics, las voces, gestos y cadencia al hablar, revelándome a esos pequeños cabroncetes que me estiraban de las orejas, me bajaban los pantalones en el patio, me daban collejas y se burlaban de mí, fuera por el motivo que fuera.

Aquella no fue una época agradable para mí. Podría decir incluso que viví un pequeño infierno cuyas llamas fueron avivadas por muchas de las personas con las que ahora comparto mesa, pero me he convertido en una persona adulta perfectamente capaz de controlar sus malos sentimientos y rencores varios y que entiende que han pasado muchos años, éramos críos y que al igual que yo, ellos también habrán cambiado. Así que sonrío, disfruto de la cena y aún sin querer, participo en algunas de las conversaciones.

Hablamos de triunfos, reales e inventados, de sueños truncados, de planes de futuro, porque los hay a pesar de haber roto la barrera de los cuarenta, de los que no están, de los que han venido nuevos; empiezan a brillar los móviles mostrando fotografías de retoños de todas las edades. “Uy qué guapas, se parecen mucho a ti. Mirad, mirad, es como verle a él de pequeño”. Y veo sus ojos contemplando las fotos, esos mismos ojos burlones que hace veinticinco años me recibían con ansia al entrar en clase, al salir al patio, al tocar el timbre mientras recogía mis cosas para salir pitando de allí sin mirar atrás… Y pienso en si también les harían la vida imposible a mis hijas si estuvieran compartiendo curso y la sangre me hierve en las venas. Pero aspiro profundamente, asiento, sonrío y espero pacientemente a que sacien su curiosidad para guardar de nuevo el dispositivo en mi bolsillo, no sin antes echar un vistazo fugaz a la hora, deseando que aquello acabe cuanto antes.

Cenamos en relativa paz, pagamos la cuenta y cuando ya creo que hemos llegado al final de la velada llegan las bebidas. Yo no pruebo el alcohol pues no bebo, pero parece que soy el único que ha tomado esa decisión en su vida. Los vasos se llenan sin cesar, las botellas se vacían y son reemplazadas por otras y la temperatura parece aumentar en el local. Con los cerebros intoxicados aumentan las risas, los comentarios estúpidos, y poco a poco todo vuelve a ser como antes. De pronto soy ese niño sentado en la mesa de atrás a los que todos miran mientras cuchichean y se ríen; de pronto vuelvo a ser un marginado sin más deseos que huir de allí; de pronto y sin previo aviso me doy cuenta de que nada ha cambiado, que seguimos siendo los mismos solo que ocultos tras un velo de seriedad y madurez, tan fino y liviano que un simple soplo de aire les deja al descubierto en todo su miserable esplendor. Pero algo en mi interior me grita que yo no soy el mismo, que es la hora de la venganza, que ha llegado el momento de demostrar en quién me he convertido, gracias en parte a ellos, y que quienes crían cuervos…

Así que me levanto y pido disculpas por ausentarme un momento al aseo y cuando no me miran salgo por la puerta del restaurante y me dirijo al coche. Respiro el aire fresco de la noche y me siento mejor. El tintineo de las llaves, el sonido de mis pisadas y las voces amortiguadas del interior del local me dan la sensación de haber despertado de algún sueño raro. Arranco y me dirijo a mi casa de nuevo. “Hay que repetirlo” escribirá alguien mañana en el grupo de wassap y todos responderemos con un “claro que sí” aunque yo estaré pensando en el fondo que “y una mierda”.