jueves, 26 de diciembre de 2019

Un relato sin nombre, parte 4

Termina el año pero este relato sin nombre parece querer trascender al tiempo y el espacio subyaciendo en los estratos de... Vale, vale, voy allá.
Recordad que esta es la cuarta parte de una pequeña novela que se publica en este blog y que podéis leer las anteriores en estos enlaces:

Parte primera
Parte segunda
Y la tercera


04
En el asiento del copiloto, con la cabeza apoyada en la ventanilla y sujetándose el dolorido brazo con la otra mano, Roberto se preguntaba por donde demonios iban. No reconocía la carretera ni el paisaje ni las montañas ni… Estuvo tentado de preguntárselo a la chica pero desistió al ver su sombrío rostro detrás del volante y siguió mirando. Avanzaban por un paisaje casi desértico como los que salen en las pelis americanas de gente que se escapa conduciendo. Tenía lógica teniendo en cuenta de que ellos estaban huyendo en coche también, aunque no tenía ni idea de hacia donde ni porqué.

No se veía ni un alma, ni un coche ni siquiera un avión cruzando el cielo; era como si atravesaran un lugar olvidado por el tiempo y en cualquier momento esperaba ver una diligencia de colonos ingleses perseguida por varios sioux montados a caballo. Pero justo en ese momento de ensoñación vio un coche que se acercaba en dirección contraria. Sonrió un poco aliviado al reencontrarse con un elemento que le atara de nuevo a la realidad pero su sonrisa se tornó una mueca de horror al comprobar que ese vehículo, un flamante coche negro de cristales tintados se dirigía a toda velocidad directamente hacia ellos.

-¡Cuidad..! -acertó a gritar Roberto justo antes de que la chica diese un volantazo, saliera de la carretera y se reincorporara a la vía con una habilidad pasmosa. El traqueteo del coche circulando por el pedregal hizo que el brazo de Roberto despertara de su letargo y comenzara a enviarle pinchazos de dolor-. ¿Pero qué les pasa a esos? ¡Casi nos matan!
Miró atrás y vio como entre la nube de polvo que habían generado en la carretera aparecía de nuevo el coche negro. Quiso avisar a Sandra, pero ya estaba viéndolos a través del retrovisor.
-Agárrate bien -le dijo ella apretando a fondo el acelerador.
El motor del coche rugió, no con uno de esos rugidos heroicos de vehículos potentes de películas con presupuesto sino más bien con un rugido asmático de león viejo y sonidos de chatarra vibrando, como los coches de las películas españolas de los años ochenta. El vehículo perseguidor en cambio parecía funcionar a las mil maravillas y comenzó a ganarles terreno fácilmente.
-Nos van a pillar -comenzó a decir Roberto desesperado-. Nos van a pillar y me duele mucho el brazo. Nos van a pilar y me duele mucho el brazo y seguro que son cocodrilos de esos y me muerden el otro. Nos van a pillar y me duele mucho el brazo y seguro que…
-¡Callate de una vez con ese estúpido mantra! -le gritó ella perdiendo los nervios-. Estoy tratando de pensar algo.
Roberto se calló pero siguió repitiendo las frases, incluso añadiendo otras nuevas, en su cabeza.

El coche negro se acercó peligrosamente a su costado. Sandra tenía el pedal apretado tan a fondo que temía que en cualquier momento rompiera el suelo del vehículo y tocara con el pie el asfalto. Todo vibraba a tal intensidad que casi era imposible oír nada más que la cacofonía de metales, plásticos y otros componentes que parecían querer independizarse unos de otros. El coche negro se situó junto al suyo y bajó la ventanilla del copiloto dejando a la vista un rostro masculino, ancho y con barba que les observaba desde detrás de unas enormes gafas de sol. El cañón de un arma fue lo siguiente que apareció en escena, así que Sandra frenó en seco haciendo que el coche gritara de dolor y Roberto hizo lo mismo al verse obligado a mover su brazo. En cuanto los perseguidores hubieron dado la vuelta para volver al ataque, Sandra aceleró de nuevo y pasó zumbando junto a ellos para desviarse por un camino secundario que ascendía peligrosamente una montaña.
El pobre coche parecía estar en las últimas pero su menor tamaño y peso era una ventaja en esa nueva via. Los perseguidores seguían ganándoles terreno pero de una forma más discreta y ahora el único problema era saber hasta donde llegaba esa carretera, mucho más descuidada que la anterior y que no dejaba de ascender.
-Por lo menos si nos matan aquí estaremos más cerca del cielo -dijo Roberto.
-¡Callate idiota! -respondió ella amablemente.

Las curvas eran cada vez más cerradas a medida que alcanzaban la cima y con cada giro las ruedas levantaban nubes de polvo que el coche perseguidor atravesaba como un fantasma incansable.
-Ya nos tienen -dijo Roberto, optimista.
Pero Sandra no respondió. Se limitó a mirar por el retrovisor, ponerse muy seria y dar un volantazo hacia la izquierda para salirse de la carretera y meterse en un sendero tan estrecho que el coche avanzó casi de lado entre la maleza; los perseguidores hicieron lo mismo pero su vehículo, mucho más pesado, se volcó sobre un costado y terminó despeñándose por un terraplén de unos diez metros de altura. Dio varias vueltas de campana mientras se destrozaba hasta terminar con las ruedas hacia arriba, aplastado en el fondo.
Sandra detuvo el coche y ambos bajaron para observar la escena. Su coche echaba humo, tenía un par de ruedas reventadas y dejaba una mancha negra en el suelo, seguramente aceite que soltaba el cárter destrozado. A pesar de eso sus perseguidores se habían llevado la peor parte. Esperaron unos minutos por si alguien daba señales de vida desde abajo y Sandra comenzó a bajar por la empinada pendiente.
-Quédate aquí -le dijo a Roberto-. Voy a comprobar que estén muertos.
Roberto la siguió.

Sandra se asomó a la ventanilla del conductor donde vio a un tipo ensangrentado y con una postura rara aplastado entre el volante y el asiento. No respiraba. Roberto caminó por el otro lado, donde estaba el tipo de la barba hecho un desastre. Roberto se fijó en su pecho, que seguía moviéndose con el ritmo de una respiración lenta y dificultosa.
-Creo que este sigue viv… -alcanzó a decir antes de que el herido abriera los ojos y comenzara a mutar.
Su rostro se llenó de pelo negro, al igual que su cuello y manos, su torso se hinchó hasta alcanzar un perímetro más allá de lo humano y sus brazos se volvieron tan musculosos que hicieron pedazos los restos de la camisa que vestía. Unos dientes afilados y manos enormes terminadas en uñas negras y largas fueron los últimos detalles para formar el cuerpo de un gorila que lograba zafarse de su prisión de metal arrancando la puerta y enganchando a Roberto por el brazo malo, retorciéndoselo y haciéndole gritar de dolor. El gorila saltó sobre él. Seguía conservando algunas de las heridas del accidente, pero ahora parecían más leves en su enorme cuerpo. Roberto no tuvo ninguna posibilidad de escapar ante tanta fuerza y velocidad por lo que de pronto se vio alzado en el aire y justo cuando la bestia iba a estrellarle contra el suelo, sonó un disparo. Los ojos del animal se pusieron en blanco, su presa se aflojó y Roberto cayó sobre él, convertido ahora en un simple mono aplastado por su peso. A un lado estaba Sandra con la pistola en la mano.
-Esto ha sido muy poco ninja -acertó a decir Roberto, aturdido por los pinchazos de dolor que su maltrecho brazo enviaba a su cerebro.
-¿Es que no puedes callarte nunca? -respondió ella antes de dejar el arma en el vehículo de nuevo.

Continúa aquí.

martes, 17 de diciembre de 2019

Un relato sin nombre, parte 3

  Ahí va la tercera entrega de este relato (todavía sin nombre pero que ya os podéis ir decidiendo a bautizar) que espero que os guste mucho o, por lo menos, un poco.

03

Lo primero que notó al despertar fue un olor rancio mezclado con el de alcohol de desinfectar. Notó en su cara el tacto áspero de alguna tela que llevaría tiempo sin probar el suavizante y de fondo pudo oír como alguien canturreaba en una ducha. Se alegró de haber recuperado el sentido de la audición, aunque le estaba costando horrores abrir los ojos. El brazo le dolía mucho, cada vez más, pero incluso eso le reconfortaba pues significaba que seguía con vida.

Se incorporó y lentamente su vista se fue aclarando. Estaba en el sofá de una pequeña habitación simple. Ante él una cama con las sábanas revueltas, una silla sobre la que había algo de ropa bien plegada y un armario en el que la carcoma parecía haberse dado un festín. Una puerta junto a la ventana hacía suponer que era la salida mientras que otra conducía al baño como dedujo por el sonido de la ducha. Quiso levantarse para abrir la persiana y comprobar donde se encontraba pero la sola idea de moverse le produjo un dolor difícil de asimilar.

La ducha dejó de funcionar y oyó unos pasos amortiguados al otro lado de la pared. ¿Quien estaría ahí? ¿La chica de ayer? ¿Otro de esos hombres cocodrilo que se lo terminaría de merendar? Entonces recordó la herida de su brazo y comprobó que alguien se lo había vendado y entablillado con un trozo de madera. Bueno, si se han tomado tantas molestias no creo que ahora vayan a matarme, pensó.



La chica apareció sin sus ropas de ninja, envuelta solamente en una toalla blanca que ya amarilleaba y con el cabello goteando sobre su espalda. Se fijó en que su huésped estaba ya despierto y le dirigió una mirada seria.

-¿Donde estamos? -dijo él.

-En una habitación de un hostal de carretera. No puedo decirte más.

-¿Me has curado tu el brazo? Porque me sigue doliendo un montón.

-He hecho lo que he podido -dijo mientras sacaba algo de ropa interior de su bolsa-. Con un poco de suerte no lo perderás.

-Ah. Gracias.

Pero ella no respondió a eso y se dirigió a la silla donde tenía algo de ropa plegada.

-Me gustaría ir a un hospital -siguió hablando Roberto-. Así nos aseguramos de que se cura bien.

-No podemos dejarnos ver. Nos estarán buscando en estos momentos.

-¿Quienes? ¿Los hombres lagarto esos? ¿Quienes son? ¿Qué quieren? ¿Por qué..?

-¡Deja ya de hacer preguntas! -Le interrumpió ella claramente molesta-. Ni siquiera deberías estar vivo. No sé porqué no acabé contigo allí mismo.

-¿Puedo saber como te llamas? -Dijo Roberto sin poder reprimir una última pregunta.

-No.

-Pero tendré que llamarte de alguna manera. No puedo ir por ahí diciendo "Eh, tu eso, eh tu lo otro".

-Llamame como quieras entonces.

-Mmmm... ¿Sandra te parece bien?

-Me da igual.

-Pero si no te gusta no. estamos a tiempo de cambiarlo.

-Sandra me va bien.

-¿Y de apellido?

-¡Cualquiera! -exclamó ella claramente irritada.

-Te llamaré Sandra Cualquiera entonces.

-Llamame como quieras pero deja de hacer preguntas, por favor.

-De acuerdo.



Roberto se quedó en silencio unos segundos mientras ella se vestía sin demasiado pudor. Era una chica delgada, no demasiado alta, de cuerpo fibrado como el de una atleta y sus movimientos eran gráciles y delicados como los de un felino. Se colocó la ropa interior que era completamente negra y después dejó caer la toalla al suelo para terminar de vestirse con unos pantalones deportivos y una camiseta blanca de tirantes que dejaba gran parte del sujetador negro a la vista. Después metió el resto de ropa que andaba desperdigada por la habitación en la bolsa de deporte y se dispuso a salir de la habitación. Se habría sentido excitado al contemplar la escena de no ser por lo mal que se encontraba.

-Oye… -preguntó al final, cansado de tanto silencio-. ¿Por qué todo el tema ese del casting? Es decir… ¿Qué necesidad había de montar todo eso y meter a personas inocentes como yo en toda esta movida?

-Pertenezco a una organización secreta. Tan secreta que ni siquiera los propios miembros sabemos quienes somos, así que nos reconocemos por un tatuaje característico en la ingle. Montar una selección de personal para actuar en una película pornográfica es la mejor forma de localizarnos sin levantar sospechas.

-¿O sea que no me echaste de allí por tenerla pequeña sino por no tener ese tatuaje?

Pero Sandra ya no respondió, dejando a Roberto con la misma duda que antes, quizás peor, y se hizo el silencio de nuevo.



-Vamos -le dijo a Roberto con poca delicadeza.

-¿Y donde vamos? -le preguntó él.

No obtuvo respuesta.

Continúa aquí!

martes, 10 de diciembre de 2019

Un relato sin nombre, parte 2

Como ya sabréis, la semana pasada decidí publicar un relato (quizás una novela corta) por entregas en este mismo blog. De momento la aceptación ha sido mínima, por lo que seguiré ponindo fragmentos hasta que os guste o me quede sin seguidores (lo que antes suceda).
Si acabáis de llegar, os sugiero que comencéis leyendo la primera parte o no entenderéis nada.
02-


Pidió un refresco y se apoyó lastimeramente en la barra. En la televisión un político enfadado despotricaba contra un compañero de profesión y tanto el dueño del local como un par de clientes le observaban con satisfacción. "Por fin un político honesto que se preocupa por los problemas reales de la ciudadanía" dijo uno de ellos y todos asintieron. Roberto, que es como se llama el protagonista de esta historia, no tenía la moral para compartir euforias con nadie y miraba con tristeza el fondo de su vaso, como si de una metáfora de su vida se tratara.
Un coche aparcó en la acera de enfrente, justo ante la puerta del lugar del casting. Un hombre vestido con ropa elegante con una bolsa de deporte en la mano bajó de él y se metió en el bar. Pidió algo al distraído camarero y antes de que le sirvieran preguntó por los servicios. Caminó hasta el lugar indicado y desapareció. Luego el coche explotó.

No se trataba de una de esas explosiones eléctricas que a veces pasan de forma fortuita y te obligan a pasar por el mecánico, ni siquiera una explosión del cine en la que los vehículos estallan en llamas de golpe, a veces dando una vuelta de campana; fue una explosión de las gordas. El sonido hizo estallar los cristales del bar y seguramente de todo el barrio y al desconcierto inicial le siguió una onda expansiva de calor que golpeó a todo el mundo en el lugar, haciéndoles caer al suelo de forma desordenada. Sillas, mesas, vasos y botellas se convirtieron en un amasijo de materia voladora que provocaba golpes y cortes a cuantos estaban en el lugar y al desconcierto de la situación se le sumó una sordera colectiva y la sensación de que todo pasaba a cámara lenta.

Cuando Roberto logró recuperar el control de si mismo estaba en el suelo, cubierto de cristales, astillas y yeso que se habría desprendido del techo; miró a la calle y del coche solo quedaba un amasijo de hierros llameante y la casa donde se estaban realizando las pruebas se había transformado en un montón de cascotes. La fachada principal había caído hacia dentro, al igual que el techo, dejando el lugar como un vertedero de materiales de construcción retorcidos.
En esos momentos por algún motivo, pensó en la pareja que había entrado hacía solo unos minutos, en la chica pequeña que todavía seguiría dentro, el tipo de la cabeza afeitada y la joven que le había rechazado y sintió una gran desolación. ¿Estarían todos muertos? La última le daba menos pena, era cierto, pero seguía siendo una desgracia.

Pensó en levantarse e ir a ayudar pero le costaba horrores moverse y entonces le vio. El tipo elegante salía de los aseos tan tranquilo y caminaba con cuidado sobre los escombros del bar. Esta vez vestía con ropa deportiva y se había afeitado cuidadosamente. Todavía llevaba la bolsa de deporte, con la ropa elegante en su interior, presumiblemente. Observó la escena satisfecho, comprobó que todos los parroquianos estaban aturdidos o conmocionados y cuando iba a salir se fijó en Roberto que le miraba ojiplático. El extraño se agachó, cogió una botella de cristal partida por la mitad y se acercó a él. Estaba claro que no iba a prestarle ayuda si no a terminar con su vida por lo que Roberto, haciendo acopio de fuerzas se levantó de un salto y a pesar de las descargas eléctricas que recorrían dolorosamente cada uno de sus músculos, salió corriendo del local.

La calle estaba repleta de curiosos que miraban desde la distancia lo ocurrido. Los que se hallaban más cerca del lugar en el momento de la explosión, huían asustados mientras que los que se encontraban lejos se acercaban. Nadie reparó en ese joven que corría cojeando con el cuerpo cubierto de suciedad ni en el deportista impecable que le seguía.
A pesar del dolor y de la falta de coordinación que le proporcionaba su recién adquirida sordera, Roberto corría como nunca. En su mente aparecían imágenes de su infancia, jugando al que te pillo con sus primos mayores, haciendo carreras en el colegio, esprintando aquellas noches en las que salían a tocar timbres de casas ajenas... era como si su cerebro estuviera recopilando información para optimizar su carrera actual, quizás un último intento desesperado por sobrevivir.
Se metió en calles secundarias intentando despistar a su perseguidor pero éste le seguía sin dificultad. De vez en cuando se giraba y allí seguía. Las fuerzas comenzaron a abandonar a Roberto y el dolor se fue acrecentando. Ya no sentía las piernas; estaban totalmente entumecidas. Y con cada aliento sentía que columnas de fuego ascendían y descendían de su garganta. No pudo más y se paró. Seguía sordo pero oía los pasos de su perseguidor acercándose, como si hubiese desarrollado un sexto sentido previo a la muerte.
El extraño se acercó a él con una sonrisa y de pronto un cuchillo apareció en su mano. El terror al ver el arma dio fuerzas renovadas a Roberto que trató de huir de nuevo pero tropezó con su propio pie y cayó al suelo. Solo pudo girar sobre si mismo y trató de pedir ayuda, pero no tenía voz. Tosió dolorosamente y pensó al ver acercarse al asesino que era una pena que lo último que hiciera en su vida fuera toser dolorosamente. Pero alguien apareció.

Una figura encapuchada y vestida totalmente de negro apareció de la nada y dio un puntapié al cuchillo del extraño, que giró en el aire y se clavó en el suelo a dos centímetros escasos de la oreja de Roberto. El hombre del chándal pareció indignadísimo de repente y lanzó dos rápidos puñetazos al de negro que los esquivó con asombrosa facilidad. Otra patada cruzó el aire, estrellándose esta vez en la cabeza del hombre haciéndole caer al suelo de espaldas.
Roberto se fijó en el encapuchado. Su ropa le ceñía el cuerpo en algunas partes mientras que era holgada en otras, haciendo que su figura estuviese poco definida, pero a pesar de eso su trasero, cintura y especialmente su pecho dejaban adivinar que se trataba de una mujer. Una muy ágil y fuerte, por cierto.

El hombre del chándal se levantó con una sonrisa en su boca y dijo algo que Roberto no pudo oír. La chica de negro posiblemente le respondería algo que tampoco oyó y se reanudó la pelea. Por algún motivo y aunque la chica era claramente superior al él, esquivando golpes y devolviéndoselos con precisión milimétrica, el tipo parecía cada vez más enfadado, más grande y más verde. Ante los ojos de Roberto comenzó una transformación inhumana en la que ese señor aparentemente normal cada vez se parecía más a un reptil enorme. Sus dedos terminaban en garras, su piel se escamaba y de su espalda surgían espinas óseas; pero lo mas terrible era su rostro alargado de fauces enormes repletas de dientes aserrados y amarillentos. 

La chica de negro parecía tener problemas y Roberto no podía dejar que le pasara nada, aunque no tenía demasiada idea de como afrontar la situación. "Estoy soñando" pensó finalmente. El casting, la explosión, la ninja peleándose contra un hombre lagarto... Así que se levantó de nuevo ignorando su onírico dolor y se lanzó a la carga. Su idea era cruzar el aire como un proyectil envuelto en un aura de energía mística y golpear al monstruo con tanta fuerza que éste quedara destrozado. Luego le quitaría la máscara a la chica, la besaría con pasión y fornicarían allí mismo, rapidito, no fuera cosa que sonara el despertador y quedara el trabajo a medias. Pero las cosas no salieron como él esperaba.

Su carga no fue tan terrible como imaginaba y se limitó a una carrera errática que le llevó a colocarse entre ambos luchadores y toser de nuevo. Dolorosamente, por supuesto. La chica se echó a un lado pero el hombre cocodrilo le mordió en un brazo, sacudió la cabeza y lo arrojó al suelo otra vez con el extra de tener un brazo destrozado y sangrando mucho. Roberto gritó de dolor pero seguía sin voz. Afortunadamente la chica aprovechó el despiste para saltar sobre la cabeza del reptil, atraparla con sus dos rodillas y con un movimiento giratorio del cuerpo le rompió el cuello.
El hombre bestia cayó al suelo con un golpe seco mientras la chica de negro se posaba a su lado con la gracilidad de un colibrí. Ante los ojos de Roberto el cadáver comenzó a mutar de nuevo hasta convertirse en un cocodrilo cubierto de jirones de ropa. La chica se acercó a él caminando solemnemente y se quitó la tela que le cubría la cara revelando el rostro de quien le había rechazado en el casting.

-Lo siento pero has visto demasiado, muchacho. Debo acabar con tu vida.

Por suerte Roberto seguía sordo y no logró entender lo que decía, por lo que se limitó a decir:
-¿De verdad la tengo tan pequeña?

Había recuperado la voz.

Luego ella dudó, dio un paso adelante, le golpeó con el canto de la mano en el cuello y todo quedó a oscuras para Roberto. 

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miércoles, 4 de diciembre de 2019

Un relato sin nombre. parte 1

 Saludos queridos lectores y lectora. Habréis notado que este blog ya no se actualiza con la regularidad de antaño, que cada vez es menos gracioso y más curioso y seguramente estaréis pensando que me he enriquecido tanto con mi nuevo libro (que por cierto podéis adquirirlo ya en formato digital por 2 miserables euros aquí) que ya no escribo para la plebe... Y no vais del todo desencaminados.
Lo que pasa es que estoy escribiendo de forma no pública, trabajando en varios proyectos paralelos que ocupan mi escaso tiempo libre y claro... los blogs se resienten. Es por ello (por vosotros) que he pensado en ir publicando aquí, por entregas, el que será mi próximo relato, en plan borrador. de este modo no solo os doy contenido que leer y reavio el blog sino que os convierto en lectores beta y eso que me ahorro para el futuro.
¿Que no exisitían los planes perfectos decíais?
Aquí os dejo el principio de mi nuevo cuento, sin título todavía porque hasta eso espero que me deis hecho.
Abrazos.


01-
 

Revisó la documentación por enésima vez antes de llamar al timbre. Tenía los resultados negativos de enfermedades venéreas, una declaración jurada sobre no mantener relaciones sexuales ni consumir drogas intravenosas hasta ese momento y fotocopias compulsadas del DNI y pasaporte, este último por si acaso. Estaba recién duchado, afeitado, depilado, perfumado y además había estado haciendo flexiones para tener los músculos algo más tonificados. Aspiró profundamente y pulsó el botón.



Un hombre joven con la cabeza afeitada le abrió la puerta y le invitó a pasar, a través de un pequeño recibidor que olía a incienso y sudor, hasta una sala de espera donde media docena de jóvenes le observaban nerviosos. Había cuatro chicos y dos chicas que captaron inmediatamente toda su atención. La primera era una muchacha pequeña en todas sus dimensiones; bajita, delgada, con el cabello muy largo y cara de inocente; parecía una niña, aunque estaba claro que no lo era. La segunda era todo lo contrario; alta, robusta, voluptuosa y con una mirada tan incisiva que le obligó a girar la cara.



Se preguntó con cual de las dos le tocaría, sin tener realmente ninguna predilección. Era la primera vez que se presentaba a un casting pornográfico y se conformaba con que los nervios no le jugaran una mala pasada.



Pasaron unos escasos quince minutos cuando le tocó el turno. Había sido extraño porque no entraban por parejas como él había supuesto en un principio si no uno a uno y en turnos muy rápidos. Los tres primeros chicos salieron rápidamente con caras agrias, después la chica grande que salió a la calle claramente enfadada y se quedó en la puerta fumando, como si esperara una segunda oportunidad, después la chica pequeña, que fue la única en quedarse dentro y el último chico se marchó antes de que lo llamaran. Cuando le tocó su turno los nervios se le crisparon y tuvo que concentrarse en controlar su respiración para aliviar tensiones.



Entró a la siguiente sala y se encontró frente a una mesa en la que había una chica sentada. Más atrás el del pelo rapado estaba apoyado en una pared , junto a otra puerta, con los brazos cruzados y no había ni rastro de la chica pequeña. “Me estará esperando en la otra sala para rodar alguna escena” pensó con algo de emoción, hasta que la chica de detrás de la mesa habló.



-No te quedes ahí parado que no nos sobra el tiempo -empieza a desnudarte.



Algo avergonzado por su falta de iniciativa se acercó a la mesa, dejó encima todos los papeles, que fueron ignorados por ella y comenzó a quitarse la ropa. Zapatos, camiseta, pantalones… Antes de bajarse los calzoncillos la observó bien. Era una chica joven, delgada, con una mirada penetrante que le daba un aire peligroso; su cuerpo esbelto y fibrado parecía el de una acróbata olímpica. Era atractiva a su manera, pero algo en ella le daba mal rollo.



-¿Qué parte de que no nos sobra el tiempo no has entendido? -le espetó.



Con un rápido movimiento se quitó la ropa interior y ella le observó la entrepierna. Cinco largos segundos aproximadamente.



-Siguiente -dijo sin mostrar ninguna emoción.



-¿Siguiente? Pero…



-Siguiente he dicho.



-Pero… ¿Por qué?



-Siguiente y punto -terminó la chica la conversación. -Vístete rapidito y desaparece.



Cruzó la sala de espera hecho una furia, con la ropa a medio arreglar y una pareja que al parecer habían llegado después de él le observaron algo asustados hasta que salió a la calle. Estaba indignado, se sentía humillado y se arrepentía del maldito día en que pensó que hacerse actor porno podía ser una buena idea. Se arregló la ropa, arrugó todos los papeles, los tiró a una papelera y luego se apoyó en la pared para relajarse. El aire de la mañana era fresco y olía ligeramente a tabaco, aunque la chica grandota ya no estaba allí. Le temblaban las manos de pura rabia. ¿Le habían rechazado por tenerla pequeña? A él no le parecía que su pene fuera especialmente pequeño; sin duda no era un monstruo, pero tampoco algo por lo que rechazarle de esa forma tan expeditiva. Aunque lo cierto era que nunca se lo había planteado. Quizás sí que tenía un miembro ridículo y ninguna de sus parejas hasta el momento se había atrevido a decírselo por pura pena. Quizás el tamaño de su pene era en realidad el origen de todos sus problemas hasta el momento. Sentimentales, sociales, laborales… Y ahora le habían expulsado de allí por culpa de ello. Vio un bar justo en la acera de enfrente y decidió ir a ahogar sus penas.

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