jueves, 20 de agosto de 2020

De muñecos y recuerdos (amargos)

 

Hace muchos muchos años, antes de la pandemia, de las olimpiadas de Barcelona e incluso antes de

que cancelaran la serie del Halcón Nocturno, yo era un crío bastante tímido, taciturno e inseguro, con una cartera de amigos más bien reducida y una capacidad para conocer gente muy limitada... Más o menos como ahora, pero antes.

La cuestión es que una de mis pasiones eran los juguetes, especialmente los que ahora se llaman

“figuras de acción” y de entre ellas las de los Masters del Universo. No conocía apenas nada del “lore” detrás de esos monigotes, pero sí tenía claro que yo no era de He-Man ni de su tío Skeletor, si no del malo malote Hordak. Hordak era antisocial como yo, le gustaban los bichos raros y además llevaba un ventilador incorporado en una mano, así que lo tenía todo para lograr mi admiración. Curiosamente, nunca tuve el muñeco de Hordak en persona, pero sí conseguí algunos de sus esbirros, como Leech, uno de esos robots desmontables o mi favorito, Mantenna, el espía perfecto. Y ahora vamos a la historia que quería contar desde el principio.

Yo era un niño retraído, como decía, y en esos tiempos llegó a mi clase un nuevo alumno de nombre

Miguel y que acababa de mudarse al pueblo. Miguel tenía todas las papeletas para ser un inadaptado: Era de fuera, no conocía el idioma en el que nos comunicábamos los demás coloquialmente y para colmo sufría la peor maldición que un ser humano podría acarrear: Era pelirrojo. Y seguramente por esa unión de características me resultó fácil acercarme a él y entablar una amistad de esas infantiles tan bonitas y que ahora recordaría para siempre con cariño de no ser que ese Miguel resultó ser un puto psicópata de mierda.

Al principio eran cosas sutiles. Se ponía triste cuando no le hacía caso, me decía que yo era su

principal apoyo en el pueblo y siempre que podía venía a mi casa a jugar. Pero lentamente la cosa sefue poniendo fea y cuanto más me acercaba a él más me aislaba de mis antiguos y escasos amigos.

Miguel se enfadaba cuando me veía jugando con otro, saboteaba mis planes para hacer cosas sin él y casualmente siempre que venía a mi casa, alguno de mis juguetes desaparecía. Yo no era el niño más listo del mundo, pero no tardé en darme cuenta de que había algo siniestro detrás de esa amistad, aunque todos mis intentos de poner distancia entre Miguel y yo terminaban con discusiones, insultos y al final llegamos a las manos. Bueno, para ser sincero, solo él llegó a las manos ya que yo me limité a recibir golpes sin más.

Que me pegara se convirtió en la tónica habitual y de pronto me encontré aislado del resto del

mundo con el zumbado de Miguel como única opción tanto dentro del cole como fuera. Contárselo a mis padres me parecía algo vergonzoso, ya que estaban muy contentos de ver lo “amigos” queéramos y no habría sabido como expresarlo... Hasta que un día llegué marcado a casa y quisieronsaber quién me había zurrado.

Tras la dramática revelación, mis padres corrieron a hablar con los de Miguel y el resultado de esa

charla resultó ser tan sorprendente como reveladora para mí y el universo entero. Resultó que ese Miguel era un pobre niño cuyos padres se habían separado y al desaparecer del mapa su progenitormasculino, la madre se había visto obligada a trabajar en un pueblo a cuatrocientos km de su lugar de origen causando una serie de desequilibrios emocionales al pobre Miguel que le habían obligado a convertirse en un niño malo en contra de su naturaleza benigna. Resumiendo: Miguel era un niño maravilloso que me pegaba porque nadie le entendía en su situación. Y yo allí escuchando la historia del energúmeno ese, flipaba al darme cuenta de que incluso mis padres estaban justificando al agresor y pidiéndome a mi, la víctima, un poco de comprensión.

Por suerte, la charla que le daría su madre, funcionó. Desde ese día Miguel se contuvo, fuimos amigos medio normales y mantuvimos cierta distancia de seguridad entre nosotros... Hasta que terminó el curso. Miguel debía regresar a su plane... ciudad de nacimiento y eso se suponía que debía darme algo de pena. Mis padres decidieron que sería una buena idea celebrar una pequeña fiesta de despedida para el niño con el objetivo de limar asperezas y que nos quedásemos con un recuerdo medianamente agradable el uno del otro, como si eso fuera posible.

Recuerdo que merendamos en mi casa, que todo fueron risas, que nos lo pasamos bien y nos

despedimos cortésmente. Él parecía tener algo de prisa por desaparecer del mapa y yo, aunque me lo pasé bien esa última tarde, deseaba no volver a verle jamás y continuar con mi triste y aburrida vida lo antes posible. Pero en ese momento del adiós no podía sospechar que Miguel no se marchaba solo de mi casa.

Al día siguiente preparé a las fuerzas de asalto de Hordak para una peligrosa misión debajo de mi

cama. Allí estaban todos listos para recibir órdenes excepto Mantenna, pilar indispensable para cualquier tarea de vigilancia y rastreo. Lo busqué por todas partes, por todos los cajones, por todos los rincones polvorientos... ¿Como era posible que ayer hubiésemos estado jugando con él y hoy estuviera en paradero desconocido? Maldije mi despiste y seguí buscando durante días, semanas y meses hasta que me rendí a una verdad a la que me había estado resistiendo durante todo ese tiempo: Mantenna estaba con Miguel, fuese donde fuese donde ahora viviera ese crío, y nunca jamás iba a volver a mi lado, pues ese era el último trofeo que me había arrebatado, la prueba de su no arrepentimiento, de que nunca hay que perdonar sino odiar más si cabe a quienes nos hacen daño de forma gratuita.

Fue el peor verano de mi vida. Mi honor estaba mancillado, mis fuerzas de Hordak mermadas, mi

moral rota. Ya nunca podría confiar en ningún niño y había perdido las ganas de seguir jugando y respirando. Por no poder no podía ni jurar venganza, al encontrarse mi rival en paradero desconocido.

Y así pasaron los años, de diez en diez hasta que... Ahora que tengo cuarenta me he comprado un

Mantenna por Wallapop con la esperanza de cerrar esa antigua cicatriz, pero no. Sigo queriendo sangre. Su sangre.