miércoles, 27 de febrero de 2019

Lo reconozco.

Reconozco que no estoy. No estoy como debiera. Al menos no como solía estar. Ni en frecuencia ni en forma. Pero como todo, tiene una explicación. Llamadlo excusa si queréis. 

Llevo unos meses complicados detrás de mi. A mi hija pequeña le diagnosticaron una enfermedad que aunque no es grave, sí logró quitarme el sueño. Me hizo dar cuenta de repente que mis hijas también son seres humanos, vulnerables y cuyo bienestar a veces estará muy lejos de mi control o deseos. Vale, eso lo sabemos todos y todas, pero la verdad es que me sentó como un jarro de agua fría derramándose por mi espalda.

Estas navidades surgieron algunas complicaciones derivadas del mismo problema y la niña lo pasó mal. Ya está todo controlado pero fue un bache del que me costó salir. No soy una persona especialmente optimista y necesito tiempo para asimilar hasta el mínimo cambio en mi vida. Estas navidades estuvieron plagadas de pesadillas, cansancio, desánimo y esa sensación de urgente necesidad de huir a la Patagonia para regresar cuando todo hubiera pasado.

Han sido unos meses de meditar, reorganizar ideas y conceptos que tenía erróneamente ordenados y archivados y asumir que mi papel es el que es y mis capacidades tan limitadas como inútiles ante ciertas situaciones. Al fin y al cabo la gran mayoría del tiempo que pasemos en este mundo lo haremos como simples observadores de los acontecimientos que nos suceden, sin ser capaces de alterar el destino. Supongo que por eso la gente se tatúa “carpe diem” en el culo.

Además he estado liado con otras cosas. He estado preparando el lanzamiento de mi próximo cuento llamado “Un pacto en Wonderland”, con una preventa más que aceptable y que saldrá al “mercado” el 1 de marzo (2019). También tengo varios actos de índole cultural (“Deconstrucción de un relato” en Amposta y “Poesía desde la pintura” en Novelda) además de ferias varias.

Por todo ello reconozco, como decía al principio, que desde hace unos meses este blog se actualiza con menos frecuencia y las escasas entradas distan mucho de esas que venían cargadas de humor en detrimento del negativismo. Pero espero recuperarme y volver pronto a mi dinámica, porque la necesito. Necesito ver el mundo desde ese prisma caleidoscópico que lo hace divertido y caricaturesco. Necesito recuperar las ganas de escribir, imaginar y darle la vuelta a las cosas que me rodean pues esa es mi forma de rebelarme contra todo esto que llaman “vida convencional” y que al final nos tomamos demasiado en serio.

Lo intentaré, aunque soy consiente de que en este proceso me he dejado una parte de mi en el camino. O quizás no era una parte de mi pero sí algo que me habría gustado que lo fuera.
En cualquier caso seguiré por aquí, diré “hola” de vez en cuando y si alguien quiere leerme, bienvenido/a/e/u será.

Y como decía ese de los dientecitos: “Show must go on”.

Un abrazo.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Regalos de mierda 25 ( de 284)

-¿Mamá qué ha pasado?
-Tuviste una pesadilla, pequeñín.
-¿Pero entonces todo eso de los mapaches y los tiros y los zombis..?
-Todo lo has soñado. Como lo del motorista ninja y la vieja casa en el campo.
-Menos mal, porque ha sido tan real que… Un momento. ¿Si lo he soñado como sabes lo de la casa y lo otro y..?
-¿No tenias algo importante para clase esta semana? -Pregunta la madre sin duda para desviar la atención de su hijo.
-¡Es verdad! El viernes es la clase de cosplay y mi grupo tenemos que ir de tortugas ninja. ¡Y no tengo disfraz!
-No te preocupes hijo mio, yo te coseré uno.
-¿Pero desde cuando sabes coser?
-He visto todos los capítulos de Masters of cousture. Puedo hacer lo que quiera.
-Entonces vale. Tengo que ir de Miquelangelo.
-Ok.
-¿Sabes cual es la tortuga Miquelangelo?
-No.
-La naranja.
-Ok.
-O sea, las tortugas son todas iguales más o menos y solo cambia el color de las cintas que llevan de adorno.
-Ok. Aunque lo de colorearles las cintas fue para la serie de televisión, para que los niños las distinguieran mejor. En el cómic original de Eastman y Laird todas las llevaban de color rojo.
-¡Pues nosotros iremos como en la tele!
-Ok.
-Y Miquelangelo es la naranja. Naranja. Naranja. Naranja.
-Cintas naranja. No te preocupes. Lo tendrás listo el viernes antes de salir corriendo a clase.
-…

Viernes por la mañana, el niño se levanta, almuerza y antes de salir su madre le entrega una bolsa con el disfraz.
-Vas a ser la tortuga más guapa del baile.

lunes, 4 de febrero de 2019

De ovejas y retrasos

La noticia saltó ayer a los medios y nos dejaba consternados: Un rebaño de infames ovejas guiadas por un pastor sin escrúpulos se situaban deliberadamente en un paso ferroviario y eran arrolladas por un sorprendido tren talgo, causándole daños y obligándole a detenerse con el consecuente retraso en su horario. Terrible.
Imagino a decenas de personas mirando nerviosas sus relojes, llegando tarde a sus citas, desatendiendo sus obligaciones. Operarios de Renfe (o como se llame ahora) evaluando los daños, ladeando la cabeza y calculando cuanto dinero iba a costar eso. Que si el planchista, que si repintar, que si indemnizar a los pasajeros por el retraso… buf… Decenas de personas mirando nerviosas sus relojes (¿Lo había dicho ya?) y echando vistazos fugaces por la ventanilla para admirar la carnicería del ganado que de pronto había irrumpido en sus rutinas. Alrededor de ellos unos objetos altos y esbeltos rematados con adornos verdeoscuros. Árboles les llaman algunos. ¿Qué hacen ahí? Tanto árbol y tanta hierba y ese suelo sin asfaltar que se embarra a la mínima que caen cuatro gotas de molesta lluvia. Las copas de los almendros envueltos en esa belleza blanca y rosada perfumando el aire… Y es que cualquier cosa que cambie las rutinas supone molestias y retrasos, eso es perder dinero que hay que recuperar pagando con tiempo. Y el tiempo se pierde por culpa de esas ovejas y su malvado pastor, un hombre que se lamenta cubriéndose la cara con las manos por no ver en qué se ha convertido la fuente de su escaso sustento. Ovejas muertas en las vías que no importan a nadie, por formar parte de un mundo ajeno al que pertenecen las ovejas vivas que desde el interior del tren observan la escena a través de las ventanillas, mientras miran preocupados a sus pantallas.