(Nota:
Esta entrada está publicada en ambos blogs. Si, a veces lo hago.)
Allá
por los años 90 (mediados), solíamos jugar a rol sin descanso, como si no tuviésemos
nada mejor que hacer (de hecho no lo teníamos), y nuestro grupo, aunque
pequeño, era sólido y constante. Esa tarde habíamos quedado para jugar una
partida que ya no recuerdo, pero uno de los jugadores, CR, no había llegado
aún. Le esperamos un rato, ansiosos por comenzar, pero viendo que no aparecía,
fuimos a buscarle a su casa.
Por aquel
entonces las comunicaciones no eran como ahora que todo el mundo tiene móvil,
blutut i uasap; Antes teníamos que caminar, llamar a los timbres (si los había)
y si no había respuesta, caminar hasta el centro de la calle y gritar hacia la
ventana del interfecto haciendo pantallita con las manos para que la voz
llegara recta a su destino.
Pero ni
así. CR no estaba en su casa y ello nos obligaba a comenzar sin él. La partida
empezó y al poco la puerta se abrió de golpe, dejando ver la silueta delgaducha
y desgarbada de CR recortada contra la luz de la tarde. En seguida supimos que
algo no iba bien: Tenía el pelo empapado en sudor, la ropa mal colocada y la
piel blanca como el papel.
Por
aquél entonces el papel no era marroncito pardo como el de ahora; Antes no se
reciclaba y escribíamos sobre el producto neto de la madera de árboles con
colorantes artificiales blanqueadores y nos quedábamos tan anchos.
Entre
jadeos, CR nos contó lo sucedido: Había ido a comer con sus padres a un
restaurante en la otra punta del pueblo. Había comido deprisa para no perderse
la partida y en terminarse el postre había salido corriendo hacia aquí. Y por
esas cosas del esfuerzo, la mala masticación y que el cuerpo no está preparado
para atracones y maratones a la vez, cuando ya estaba a tan solo dos esquinas
del local de juego, vomitó. Pero no fue esta historia la que nos turbó sino la
descripción gráfica del vómito que, según él tenía todos los elementos de la
comida en perfecto estado incluyendo primer plato, segundo y postre, con
especial énfasis en los trocitos de longaniza prácticamente intactos. Esa
visión nos fascinó. La partida había perdido el sentido de repente y solo pensábamos
en terminar para ir a ver tal prodigio de la no digestión humana antes de que
se lo comiera algún perro.
Por
aquél entonces los perros no eran como los de ahora que comen wyskas light y
palitos blanqueantes de dientes y encías; Antes los perros comían de todo lo
que podían encontrar a la altura de su hocico y eso, incluía muchas cosas.
Al
final, tras matar al malo, quedarnos con su tesoro y repartir la experiencia,
salimos en tropel en busca del vómito. Tuvimos suerte. Allí estaba. Primer
plato, segundo, postre y los trocitos de longaniza que no habían sido tocados
por diente alguno. Fue un día maravilloso.
Dedicado
a la memoria de CR, que supo alegrar nuestras partidas con su humor raruno.
En el fondo eres un romántico, ay, qué me emociono...
ResponderEliminarComo he escrito en el otro blog, qué entrada más nostálgica y llena de verdades.
EliminarUn saludo
Gracias a ambos por comentar.
EliminarLo importante de la entrada (al menos para mi) no es el hecho que se cuenta, que no deja de ser una anécdota asquerosilla, si no más bien la forma que teníamos de ver la vida cuando eramos adolescentes. Además, me ha servido de pequeño homenaje a uno de los nuestros que se quedó en el camino siendo demasiado jóven.
Coincido en lo de asquerosilla. Por cierto, ¿qué edad teníais? Por que a mediados de los 90 ya eéais un poco machungones para esas cosas (lo del vómito digo).
ResponderEliminarAnte todo, bienvenida de nuevo al blog. Pensaba que habías abandonado definitivamente el ciberespacio para centrarte en ese sinsentido que es la vida real.
EliminarLo de la edad... Yo era el mayor del grupo y tendría unos 16 años, mientras que CR contaría con unos 14.
Madremia que días aquellos, una gran época que nunca desaparecerá de nuestros recuerdos...
ResponderEliminarY gran homenage a CR.