A este tauaje me gustaría meterle mano a mí... |
Hacerse
un tatuaje es siempre una decisión complicada; elegir un dibujo que nos va a
acompañar toda la vida no puede hacerse a la ligera, y al mismo tiempo el
dejarse aconsejar por otros en una decisión tan personal puede dar lugar a
conflictos y desavenencias varias. Pero hay veces en las que la vida nos pone
ante situaciones críticas que se acaban convirtiendo en puntos de inflexión en
nuestras sendas vitales y que no dejan lugar a dudas respecto a ser
representadas en nuestra piel. Y para ilustrar esta afirmación, nada como un
buen ejemplo. Veamos el relato de Agripino.
Agripino
era un hombre normal; tenía sus cosas raras, sus inquietudes, sus obsesiones y
sus transtornos, pero normal al fin y al cabo. Un día decidió adquirir un pack
de vacaciones a unas islas tropicales que incluían un paseo en barca. Era el
segundo día de asueto cuando se embarcó rumbo a una cala rocosa inaccesible
donde los turistas se podían bañar en el mar abierto. Pero Agripino no sabía
nadar y se sentía ridículo vistiendo un chaleco salvavidas, por lo que se quedó
apoyado en la borda, mirando las nubes y tanto mirar arriba se mareó, perdió el
equilibrio y cayó al mar sin que nadie lo viera, pues lo hizo por el lado
contrario al de los bañistas. ¿He dicho ya que no sabía nadar? ¿Si? Entonces ya
os imaginaréis que comenzó a bracear y patalear inútilmente mientras se hundía
hacia el fondo marino donde yacería su cuerpo. Pero no. De pronto Agripino
sintió un empujón en su espalda y una fuerza marina desconocida lo sacó a la superficie
y lo llevó hasta la orilla. Al mirar a su salvador descubrió que se trataba de
un delfín, un delfín que se quedó observándole durante unos instantes antes de
volver a desaparecer bajo las olas. Y en ese instante Agripino tuvo tiempo de
descubrir que había inteligencia en esos ojos, de que no somos la única especie
intelectualmente capaz del planeta y su escala de valores respecto a la vida, cambió
radicalmente. Ese delfín no solo había salvado su insulsa vida; también era el
responsable de un nuevo “yo” que ni siquiera conocía con anterioridad:
Y
decidió tatuarse al delfín.
Y a
esto es a lo que refería con eso de plasmar sobre la piel cosas que forman
parte de nosotros mismos y de las que nunca podríamos renegar. Y hasta aquí la
entrada de esta semana. Si os habéis quedado satisfechos/as, podéis dejar de
leer, pero si echáis en falta algo, tranquilos, que hay segunda parte.
Y es
que algunos años después, Agripino regresó a esa cala inaccesible, esta vez a
pie porque habían construido un hotel ilegal y ahora se podía llegar en
autobús, y se puso a contemplar la inmensidad del océano cuano,
sorpresivamente, el mismo delfín de la otra vez apareció ante él. Agripino se
metió en el agua (hasta la cintura, porque no había aprendido a nadar, ni lo
haría ya nunca porque sin él saberlo estaba a punto de morir de una forma
horrible) y abrazó al delfín, que hizo lo propio dentro de sus posibilidades.
Entonces él se quitó la camiseta y le mostró el tatuaje que adornaba su
espalda, el cual el delfín observó con los ojos muy abiertos y la mandíbula
cada vez más abierta.
-¿Quién
coño es este? –Dijo el delfín con un tono muy serio.
-Eres…
tu. Me salvaste una vez y quise llevarte para siempre conmigo.
-No.
Ese no soy yo. Para nada. Se parece un poco a un primo mío que vive en el coral
de al lado, pero yo no soy.
-Es
que… Bueno. Todos los delfines sois iguales al fin y al cabo. ¿No?
-¡Iguales!
–El delfín parecía fuera de sus casillas. -¡Entonces yo soy igual que mi primo
para ti! ¿No? ¿O qué?
-Ehm…
¿Si?
-VAS A
MORIR, HUMANO DE MIERDA.
Y no
fue hasta dos días después cuando encontraron el cuerpo de Agripino. Algo lo
había enganchado de una pierna y lo había arrastrado hasta el fondo, donde,
incapaz de nadar por sí mismo, se había ahogado. Y fin de la historia.
¿Y a
qué venía esta segunda parte? Pues a decir que aunque a nosotros todos los
delfines/monos/cabras, etc… nos parezcan exactamente iguales, dentro de su
misma especie ellos son capaces de encontrarse tantos matices y diferencias
como nosotros, los humanos. Y por si os ha parecido exagerada la actuación del
delfín, imaginemos la situación contraria. Imaginemos que salvamos a un delfín
de una de esas sangrías que hacen los japoneses todos los putos años; y luego
volvemos y vemos que el delfín se ha tatuado al Che Guevara porque su tatuador delfínico le dijo que era la cara del humano medio.…
¿Es para matarlo o no?
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