El rey
maldito se levantó del suelo algo aturdido. Se sentía como si le hubiera pasado
por encima toda una manada de elefantes mientras dormía y lentamente fue
tratando de ajustarse a la realidad, paso a paso. Era un rey, sí; el mundo le
odiaba, de acuerdo; estaba viajando hacia el futuro con sus compañeros cuando
se soltó y… ahora estaba perdido. Miró a su alrededor y se sintió diminuto; la
vegetación a su alrededor era gigantesca, la hierba le llegaba a los hombros,
las hojas de las plantas podrían servirle de cama y los helechos se alzaban más
allá de su vista. El cielo tenía un tono raro y hasta el aire que respiraba
parecía diferente.
-¿Dónde
estoy? –Preguntó tímidamente.
-¿Hay
alguien por ahí? -Dijo alzando la voz.
Un
siseo extraño fue la única respuesta que recibió. Melchor dio unos pasos y
apartó una enorme hoja lanceolada cubierta de rocío con la mano para
encontrarse cara a cara con la cosa más terrible que jamás hubiera imaginado. A
primera vista le pareció una gallina gigantesca, pero cuando ésta le miró con
esos ojos hambrientos y abrió una enorme boca plagada de dientes afilados como
cuchillos, supo que algo andaba mal. Salió corriendo en dirección contraria a
la gallina y descubrió con horror que eran cuatro las que le perseguían. Tenían
el aspecto de reptiles enormes, pero corrían a dos patas y eran… demasiado
enormes para su gusto.
Continuará... (claro, si no, vaya cosa sería esto)
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