Esta
frase que da título a esta entrada es utilizada habitualmente, junto a “hay más
peces en el mar”, por hombres que acaban de ser rechazados por sus novias/esposas
y que todavía no saben que se van a pasar el resto de sus días masturbándose frente
al ordenador. Pero no es sobre eso de lo que trata este relato, sino del
sentido literal de la frase. Y es que si por la noche miramos el cielo, veremos
que hay muchas estrellas.
Esto
sucedió hace ya algunos años, cuando alquilé una habitación en una casa rural
en un pueblo que no os importa para pasar un tiempo que tampoco. Fuimos mi
mujer, mi hija mayor que entonces era pequeña y yo, claro. Era un lugar
variopinto, con un patio interior y habitaciones a dos alturas, con una terraza
en la parte superior. Y como yo soy muy aficionado a la astronomía, por la
noche le dije a mi mujer que iba a salir un rato a ver constelaciones,
asteroides y ovnis, y me planté en un sitio donde se veía con claridad la vía
láctea.
¿Y qué
decir de la inmensidad del universo? ¿Y esa sensación de sentirse
insignificante, casi inexistente? ¿Y ese atisbo de comprensión de que aquello
que se nos antoja infinito es solo una mínima fracción de algo que nuestros ojos
son incapaces de captar? Y así, embriagado de insignificancia y sintiéndome
aliviado de preocupaciones menores, me disponía a volver a la habitación cuando
por el rabillo del ojo capté algo que me llamó la atención: En una de las
habitaciones del nivel inferior, una chica se estaba duchando con la ventana
abierta. ¡Oh!
Pero
vamos a ver. Voy a dejar claras las cosas antes de continuar. Ahora sería muy
fácil pensar que “mira, ahí está el obseso sexual éste con otra de sus
historias de tetas”, pero seamos gentes serias. Ver los pechos desnudos de
alguien a quien ni siquiera conocemos no tiene un gran interés, pero tampoco es
algo que debamos rechazar, girar la cara y esforzarnos por borrar de nuestra
memoria. Aclarado esto, voy a proseguir.
Tenemos
a una chica duchándose con la ventana abierta; una ventana de esas altas a las
que nadie puede asomarse a no ser que te halles en una altura superior, en el
ángulo correcto y, claro está, bien amparado por las sombras para que ella no
pueda verte al levantar la mirada, chillar y armarte un lío por una tontería.
Yo, bajo las estrellas, en ese momento de ligereza espiritual, pensé que nada
importaba, que esos pechos no eran más que dos granos de arena en el mar
infinito del universo y al poco rato terminó la ducha, se cubrió con una toalla
y salió. Y fue entonces, cuando ya me disponía por segunda vez a regresar junto
a mi esposa, cuando una segunda chica entró en el aseo y abrió el grifo de la ducha
otra vez. “No puede ser” pensé. ¿Qué tipo de alineación cósmica o casualidad
espaciotemporal me había llevado a mí a ese lugar exacto en ese justo momento
irrepetible? ¿Qué fuerzas inimaginables para unos seres tan insignificantes
como nosotros habían obrado tal confluencia de situaciones? Y claro, una cosa
así tan del espacio no se puede desaprovechar, y allí me quedé, un ratito más.
Y como
todo lo que tiene un principio tiene un final, el final llegó y miré al cielo. Las
estrellas me parecían entonces más pequeñas, apagadas, como sosas… Miré la vía
láctea, tan brillante y espectacular hacía unos minutos y que ahora parecía un
adorno cutre de árbol de navidad. Y me desanimé. Había visto cuatro tetas, era
cierto, pero a cambio había perdido la ilusión por el universo. Ya no me sentía
insignificante y liviano sino viejo y cansado. Caminé hasta la puerta de mi
habitación, entré y mi mujer me preguntó que cómo había estado tanto rato
mirando las estrellas, a lo que yo le respondí eso de que “Hay muchas estrellas
en el cielo”.
Pues ´si que echo en falta fotos. ¿Volviste a mirar en esa dirección algún día después o no podías dejar de mirar allí?
ResponderEliminarNo recuerdo nada de lo que pasó los dias siguientes a ese incidente.
EliminarQue amnesia más conveniente. Quizás debida a alguna colleja marital. ;DDDD
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