El
derecho de admisión es norma obligatoria en la mayoría de locales públicos,
especialmente aquellos destinados a acoger a personal de dudosa reputación como
bares de moteros y bufetes de abogados. Es por ello que en esta vida nos
podemos topar con personajes que alardeen de haber sido expulsado de pubs,
restaurantes, hoteles, discotecas y aeropuertos. ¿Y a qué viene esto? Pues a
que yo, damos y caballeras, soy uno de esos impresentables que han sentido en
sus carnes la sensación inconfundible de ser rechazado y expulsado, en mi caso,
de un museo. Y por si alguien quiere saber los motivos que llevan a que te
expulsen de un lugar como ese, aquí va mi historia.
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El museo donde transcurre esta historia |
Corría
el año noventa y algo; yo todavía era un preadolescente de pueblo, fácilmente
impresionable y con una gran curiosidad por el mundo en el que estaba viviendo.
Una de las cosas que me apasionaban, aparte de las pelis de ninjas y robots (y
las de robots-ninja, por supuesto) era el tema medieval-antiguo, por lo que
recibí con entusiasmo la noticia de una exposición de cultura íbera en el museo
del pueblo. Corrí a darle la noticia a mi inseparable amigo Alf (ver esta entrada para saber más acerca de él) y nos faltó tiempo para ir al museo, que
además era gratis para niñatos de nuestra edad.
Una vez
dentro nos encontramos inmersos en un mundo antiguo y desconocido repleto de
joyería prehistórica, colgantes y cinturones con la figura del lobo, falcatas y
soliferrums, grabados y calaveras… Y al final nos metimos tanto en el tema de
la exposición, que acabamos perdiendo contacto con la realidad cuales quijotes
imberbes y nos dejamos dominar por ese rastro de sangre ilercavona que todavía corría
por nuestras venas, comenzando una particular batalla contra el imperio invasor
que amenazaba nuestro pueblo y nuestra cultura. No recuerdo los detalles, pero
sé que hubieron guerras, traiciones, peleas internas por amor y honor, gestas heroicas
y lamentos por los compañeros caídos. Desgraciadamente, lo que para nosotros
era un momento de gloria, a ojos de los vigilantes del museo solo eran dos
niños destrozándolo todo. Y claro… Nos agarraron del pescuezo y nos acompañaron
a la puerta amablemente, invitándonos a no volver jamás.
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Éstos eramos nosotros en pleno delirio. |
¿La
moraleja a todo esto? Ninguna. Pero fue muy gracioso cuando un par de días
después, en el cole, nos anunciaron que iríamos de excursión al museo a ver no
sé qué de unos íberos; momento en el cual Alf y yo nos miramos asustados y
tragamos saliva sonoramente. Pero eso… ya es otra historia.
... que te echen de un museo por hacer el gamba... tiene su aquel.
ResponderEliminarMmm... no... no lo tiene... necesito pensar sobre esto.
No. NO lo tiene.
Eliminar¡Ja, ja! Buena historia, aunque os deberían haber halagado por vivir intensamente el museo en vez de echaros. Si todo el mundo viviera los museos con esta intensidad...
ResponderEliminarA mí solo me han echado de un hostal y de una tienda de cómics, que yo recuerde.
¡¿De una tienda de cómics?! Necesito saber esa historia.
Eliminar¡Yo me pido la del hostal!
EliminarSeguro que es más sórdida y oscura, y salen mujeres de vida alegre.
En una tienda de cómics no pueden haber mujeres de vida alegre?!
EliminarClaro que sí. Igual que en un hostal tebeos precintados de Superman.
Eliminarmedieval-antiguo Gran término para ser indeterminado y poder englobar cualquier cosas que sea con espadas. Deseoso de saber sobre la segunda visita al museo. Seguro que había una foto vuestra en la puerta. ¿Seríais rechazados dos veces de un museo? Bueno, a muchos nos han rechazado más de una vez.
ResponderEliminarNos reconocieron pero tuvieron la decencia, ya que íbamos con el cole, de no ponernos en evidencia.
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