ADVERTENCIA: Esta entrada NO contiene ningún tipo de escena
sexual o similar. Si eres una persona especialmente insensible a estos
contenidos, puedes dejar de leer.
Cuando tenía 12 años me obsesioné. Los críos a esas edades
tienden a idealizar algunas cosas o personas y se crean falsos ídolos y
expectativas. Pero lo mío no era tan descabellado: Yo quería ser un ninja.
En esa época la cosa estaba de moda y los recién aparecidos
videoclubs estaban repletos de cintas de ninjas con los nombres más rebuscados
posibles tales como “El ninja invencible” o “Ninja inmortal” y que después
acababan siendo un coñazo de chinos hablando en una oficina todo el rato.
Pero lo que quería para introducir esta historia (cuidado,
no estamos ni en la introducción), era contar hasta qué punto los ninjas
estaban de moda, y es que hojeando un catálogo de mi abuela de esos de venta
por correo de cremas milagrosas para las arrugas y plantillas que te permiten
caminar con soltura aunque peses 150Kg, vi un libro para convertirse en un
ninja de verdad; Se llamaba “Los secretos del ninjitsu” y te regalaban una
estrella shuriken con la que poder matar por la espalda a quien tu quisieras.
Me emocioné, lo reconozco. Yo de mayor ya no quería ser bombero ni astronauta.
Yo quería ser ninja y allí estaba la solución, casi autodidacta ante mis ojos.
Convencí a mis padres de que me lo pidieran, que eso iba a
ser lo mejor para mí y me pasé dos meses haciendo yoga, buscando mi chi
interior y corriendo entre los olivos de mi “garriga” dando dolorosas
volteretas y lanzando mi shuriken (que era una estrellita cutre sin afilar ni
nada) esperando a convertirme en el ninja de las pelis. Pero no, al final me
cansé, perdí la estrella, el libro y las ganas.
Y ahora viene la historia de verdad, la que quería contar
esta semana:
20 años después de toda esta movida de los ninjas (este
invierno pasado para ser más exactos), viajaba yo con mi camioncito por
carreteras manchegas, con más hambre que el perro de Carpanta y sin encontrar
lugar donde parar y llenarme la barriga. Finalmente me incorporé a la autovía y
allí si, no tardé en ver un sitio en el que detenerme. “Bar Sevilla” ponía. Así
que paro, bajo del camión y me meto en el local. Casi no me percaté de que
fuera había un corrillo de personas discutiendo ya que el hambre manda sobre
otras necesidades como el sueño o la curiosidad; Tampoco sospeché nada raro al
ver que en el interior no había un alma pero todas las mesas estaban puestas
con sus correspondientes platos y cafetitos. El hambre, si, y yo tampoco soy
demasiado avispado, la verdad. En cuanto vi a la primera camarera traté de
llamarle la atención pero no me hizo ni caso, como es habitual entre los
profesionales de ese oficio, pero la perdoné por su generoso escote; Al cabo de
un rato apareció otra chica que pasó a pocos centímetros de mi sin percatarse
de mi presencia; Eso tocó mi ego; “Si no me atienden en 40 minutos me largo,
pues que se han creído estos”.
Y así pasé unos minutos, completamente invisible en un bar
que parecía que acabara de sufrir un ataque alienígena de esos que solo destruyen
a los seres vivos. Pero el hambre me retorcía el estomago con tanta fuerza que
ni siquiera esa descabellada idea lograba preocuparme. Hasta que de pronto
aparecieron un montón de vehículos de la guardia civil por todos lados,
rodeando el local como si dentro hubiera un psicópata enloquecido. Miré a mi
alrededor algo mosqueado ya y apareció de la nada un tipo lleno de sangre, con
la cabeza abierta como una sandía que salió corriendo hacia fuera. “¿Y yo que
hago ahora?” Pensé algo más preocupado que antes. Estaba encerrado en un bar
rodeado por la policía y al ser el único ser vivo en su interior me asaltaba
una extraña sensación de presunción de culpa.Y entonces pasó.
Me agaché, avancé a hurtadillas hasta la pared más próxima a
la puerta y pegué la espalda al muro. Entonces, caminando de lado, avancé en
silencio hasta la puerta, la abrí y pasé entre la policía, el tío ensangrentado
y otras gentes que corrían y eran arrestadas, como si nada, como una sombra…
Como un ninja.
Llegué al camión, arranqué y me di cuenta de que mi
entrenamiento si había servido de algo. Todo lo que ponía en ese libro era
cierto y sin darme cuenta me había entrenado correctamente, llegando a dominar
técnicas de sigilo milenarias.
Llegué a mi casa emocionado, lo reconozco, pensando en la
nueva vida que iba a comenzar como ninja, en todos los éxitos que iba a cosechar,
pero antes debía confirmar mis habilidades. Traté de llegar a la cocina, abrir
el armario y coger un trozo de chocolate sin que la niña se percatara de nada;
Pero cuando toqué la tableta con un dedo y oí a mis espaldas una vocecita que
decía “¿Qué es eso?”, descubrí algo: El ninjitsu es hereditario.
Debiste haber utilizado una técnica de distracción, los gusanitos nunca fallan.
ResponderEliminarPor cierto, creo que un primo mio se compró el mismo libro con estrella incluída y, aunque es cierto que no estaba afilada, he de decir que igualmente dolía cuando te la lanzaban a la espalda, también recibí algún que otro escobazo por su parte, así de animales éramos. Pero atención, porque él no solo consiguió su libro, también consiguió que su abuela le hiciera un disfráz de ninja con una sábana vieja. Fue un verano entretenido aquel, detrás de cada olivo o cada cepa podía estar acechando mi primo envuelto en una sábana, con un palo de escoba en una mano y una estrella ninja en la otra, y creyéndose irreconocible por su atuendo. Cuando yo iba llorando a decirle a mi tía que me había pegado él siempre aparecía haciéndose el despistado, con su ropa normal, fingiendo que no sabía nada y prestándose a ayudarme a encontrar al ninja fantasma. Lo que más me fastidiaba es que mi prima se lo creía. Todo aquello era muy ridículo,pero debía de funcionar porque al final nunca le castigaban.
Jajaja, yo lo que más siento es que me quedé sin saber qué leches había pasado en ese bar tan extraño, porque señores esta historia sí es verídica (más o menos)...
ResponderEliminarDi por supuesto que lo del bar era una ida de ello, ¡qué ingenua!
ResponderEliminarLo flipo si es verdad esta historia aunque se que Josep tiende a exagerar asta el extremo más extremo del otro lado.
ResponderEliminarPues os aseguro que la historia del bar es cierta del todo. Nunca supe qué pasó allí dentro minutos antes de llegar yo, pero debió ser algo muy feo.
ResponderEliminarGracias a todos por comentar.