Si, si, si, no os hagáis ahora los
despistados que sé que lo sabéis. Está en la radio, los periódicos y la tele,
está en internet y ahora también en este blog normalmente tan desapegado de la
actualidad: Urdingarin se los ha puesto a la infanta. ¡Oh, oh! ¿Cómo puede ser?
Si él era un hombre de honor, un deportista (lo máximo que se puede ser aquí en
España) y ella una de las mujeres más deseadas (por el tema de posición,
cuidado, que tampoco es que sea Pilar Rubio) de Europa entera. ¿Qué ha podido
pasar, diosmio, qué? Pues para entenderlo hay que buscar en los orígenes de la
humanidad, en eso del “qué somos, de dónde venimos y a dónde vamos”.
No nos engañemos. Somos primates. Parece
que algunos están convencidos de que venimos del mono hasta tal punto que
olvidan que seguimos siendo el mono. Tenemos menos pelo (algunos, es cierto),
caminamos a dos patas (casi todos, aunque hay excepciones) y tenemos la cabeza
gorda para albergar un cerebro innecesariamente hipertrofiado, pero no por ello
dejamos de ser monos. Y Ungardirín no es la excepción., faltaría más. La
ecuación es sencilla: Un mono vive en su árbol con una mona, al lado de otro
árbol con una pareja monil más; mono ve a mona, mona ve a mono y deciden que
entre ellos dos solo hay cuatro ramas, un obstáculo nada complicado. Aquí no
importa quién es quién, los valores o los compromisos eclesiástico-reales; aquí
hay un mono que necesita saltar y gritar mientras se golpea el pecho con los
puños.
El problema reside en que somos monos
despistados. Ha avanzado tanto nuestra tecnología, se ha complicado tanto
nuestra vida social y hemos cubierto nuestras necesidades primarias de
necesidades adquiridas totalmente inútiles que nos hemos olvidado de qué se
esconde bajo nuestra piel: El mono, claro. Y nuestro despiste llega hasta tal
punto que cuando vemos cómo ese señor honorable, vestido con un traje más caro
que nuestro coche y que tiene una posición económica envidiable, se rasga las
vestiduras y aúlla a la luna atraído por el aroma a hembra, nos sentimos
ultrajados, sorprendidos y hasta nos creemos con derecho para juzgar y con ello
sentirnos algo más que ese mono rico que se ha quitado la máscara.
Pero la vida sigue. Urgindorín se oculta
en la rama más alta, la infanta se marcha a otras tierras y mientras tanto sale
el sol, un nuevo amanecer ilumina el mundo, y siete mil millones de monos
defecan en tuberías que arrojarán
sus heces al mar del que dependen sus vidas.
No entiendo bien tu relato. Estás sugiriendo que luchamos contra nuestra naturaleza monil al vivir en parejas? porque hasta donde yo sé los monos no son muy fieles, son más bien de "darle como monos" con quien sea... Me parece simplista, muy simplista. Ya sabes que todo aquello que nos compara con animales no me gusta mucho.
ResponderEliminarLo escribí hace 15 dias... ya ni recuerdo qué quería decir con todo eso de los monos. Pero gracias por comentar.
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