Por
algún motivo que escapa a mi comprensión pero que al mismo tiempo no estoy
dispuesto a invertir mi tiempo en saberlo, vivimos en una sociedad obsesionada
con la excelencia, es decir, donde los individuos que la forman
(mayoritariamente seres humanos, algunos animales y también reptilianos
disfrazados), tratan desesperadamente de destacar en ciertos campos para así
distinguirse de la masa gris y silenciosa. Yo, personalmente, soy un gran
amante de la mediocridad, pues ser mediocre es sinónimo de estar bien con uno
mismo, no preocuparse por los “qué dirán” y en definitiva, una excusa más para
no preocuparse por los demás. Pero al final, en algún momento, aparece “El
gilipollas de…”
La
primera vez que me lo encontré fue en mi 16 cumpleaños. Solíamos quedar algunos
fines de semana todos los amigos en mi casa y mis padres me habían reglado una
guitarra porque yo estaba empezando a dar clases (nunca aprendí, por supuesto,
soy un mediocre) y la tenía allí, en su funda, apoyada orgullosamente en una
pared. Hasta que de pronto llegó Él y se puso a tocar; así, sin más; sin
preguntar si alguien quería oír una y otra vez la introducción de “Stairway to
heaven”, “Wish you were here” y, como no, “Smoke on the water”. No lo hacía
mal, pero una semana y otra y otra… Se convirtió en El gilipollas de la
guitarrita. Al final tuve que esconder la guitarra y decirle que la había
vendido para comprarme droga y que la droga la había vendido para ir al cine a
ver una de Van Dam. Desgraciadamente, tras el primer fin de semana de paz, El
gilipollas de la guitarrita se trajo la suya propia de su casa y tuve que dejar
de ver a mis amigos.
Y es
que, amigos y amiga del blog, hay una enorme diferencia entre tener una aptitud
especial y exhibirla ante todo el mundo. Es esta necesidad de subir un escalón
por encima de los demás la que convierte a una persona potencialmente apta para
algo en un “Gilipollas de…” Otro ejemplo:
Hace
unas semanas en un parque. Niños, niñas, padres, madres, jubilados, perros de
ochenta kilos de esos de “tranquilo que no hace nada es que muerde pero de
broma” y en definitiva, la fauna habitual. Cerca de mí, un padre juega con su
hijo a la pelota. Yo los miro y me alegro de haber tenido niñas, las cuales no
están obligadas socialmente a gustarles el futbol. El padre se anima, el niño
se cansa, se va, pero él sigue con la pelota; comienza a hacer toques, se ríe,
la lanza al aire, es feliz… La alegre simpleza de ser feliz haciendo toques
ante un grupo de jubilados en un parque. Y yo le miraba. Se había convertido en
“El gilipollas de la pelotita”.
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Ah! Casi me olvido del gilipollas de las fotitos. |
Me ha dejado impactado lo de "Mujeres retiradas de la vida mundana que se abren de piernas en cualquier parte..." Menos mal que luego lo arreglas.
ResponderEliminarNo siempre arreglo las cosas, pero ésta la he pillado a tiempo.
EliminarGracias por comentar.
mmm, puede que parezca gilipollas (así ya parecería lo que soy), pero tengo que darte la razón.
ResponderEliminar¿Cuando te da la razón un gilpollas te conviertes en gilipollas?
EliminarGracias por comentar.
Lo siento...de verdad...pero no puedo evitar decir que: no son ansias de parecer mejores que lis demás... es que lo son. Definitivamente.
ResponderEliminarLo digo yo, que soy incapaz de hacer nada que me distinga del resto del rebaño.
Más ovejas como tu faltan en este rebaño.
EliminarGracias por comentar.
Yo es que no soy parte del rebaño: yo he formado mi rebaño de 1 oveja! :P
ResponderEliminarTu eres esa oveja que se perdió y estuvo tanto tiempo fuera que luego ya no la querían...
Eliminar¿Verdad?