viernes, 24 de abril de 2020

De gallinas y hombres, parte 1

   En los años cuarenta el ejército Español decidió llevar a cabo uno de los más ambiciosos proyectos de toda su historia: fabricar un avión de guerra con componentes exclusivamente nacionales para demostrar así al mundo su autosuficiencia en cuanto a recursos militares para mayor gloria del imperio íbero. Un bonito día de 1953 se reunieron en una base aérea madrileña para presenciar el primer vuelo del Alcotán C-201 varios altos cargos del ejército, ingenieros que habían trabajado en el diseño del aparato, personal del aeropuerto y el mismísimo Francisco Franco jefe de estado por la gracia de dios. La tensión se palpaba en el ambiente. Era un gran día para España y su poder militar. El Alcotán encendió motores y comenzó a rodar por la pista con gran estruendo. Cuando llegó el momento del despegue dio un par de saltitos y zarandeó las alas pero nada más. Se detuvo. Los ingenieros y demás personal responsable miraron nerviosos al dictador que parecía no inmutarse. “Quizás necesite más pista para despegar” dijo uno y el Alcotán repitió la operación cogiendo más carrerilla. Mismo resultado. La cosa ya se ponía tensa del todo a pesar de que Franco parecía no preocuparse. Hubo un tercer intento y el trasto no voló. Llegaron a la conclusión de que los motores no eran lo suficientemente potentes para elevar un fuselaje tan pesado. Que el Alcotán C-201 no iba a volar. Ya se veían todos fusilados. Entonces el caudillo les miró con tranquilidad y pronunció una frase que haría historia: “Puede que el Alcotán no vuele… ¿Pero acaso vuela la gallina y no por ello es nuestra más apreciada ave de corral?”. Y así, de una tacada Franco creó el primer avión de corral al mismo tiempo que hacía justicia por fin ensalzando la figura de la gallina, siempre menospreciada y ninguneada desde los albores de la humanidad. 


De gallinas y hombres (parte 1 de 1 o igual incluso 2, quién sabe)

   Hace tanto desde que fui niño que el mundo ha cambiado de forma considerable. Lo que ahora es una pequeña ciudad, completamente urbanizada y tecnificada, antaño era un pueblo grande, salpicado de almacenes para guardar las cosechas, corrales y jardines. En esos tiempos mi tia tenía un solar grande cerca de mi casa en el que había una caseta, un pequeño huerto y algunas gallinas metidas en un corral. Solía llevarme a por huevos u hortalizas varias que luego me regalaba para mi horror y desesperación pues yo, como niño, lo único que quería era dinero para ir a jugar a los recreativos. Pero bueno, me lo tomaba como una obligación rural-familiar y allá que iba siempre que me lo pedían.

   Un bonito día de abril me fijé en que una de las gallinas del corral tenía mal aspecto. No solo parecía más pequeña que las otras si no que estaba bastante desplumada y ponía unos huevos pequeños y frágiles. Le pregunté a mi tía que qué le pasaba, si estaba enferma, que a mi no me diese esos huevos que seguro que estaban chungos y me dijo que no, que era que las otras gallinas le tenían manía y le zurraban. Le picoteaban cuando iba a por grano, cuando se salía de su lugar de puesta y claro, el pobre animal estaba mal a nivel físico y también psicológico. A mi tía parecía no importarle la suerte que corriera el pobre bicho, pero a mi me afectó bastante y pasé los siguientes días rogándole que la ayudara, que eso no podía ser, que no era justo… básicamente porque yo tenía los mismos problemas en el cole y no quería terminar con los huevos tan pequeños.

   El siguiente día de ir a por huevos mi tía me tenía preparada una sorpresa y es que había decidido soltar por el huerto a la gallina afectada mientras que las otras seguían encerradas en el corral. De este modo podría comer, moverse y poner huevos sin que las otras la agredieran. Me alegré mucho por ella al verla corretear entre las alcachofas, los tomates y las matas de habas. Al verla saltar sobre el borde del pozo y beber agua limpia, al comprobar como acumulaba ramitas secas para hacerse un nido. Parecía que con su recién descubierta libertad hubiese aflorado en ella algún instinto primordial de gallina prehistórica. Y era algo bello de contemplar.

   Pero en siguientes visitas noté que el comportamiento de esa gallina era cada vez más extraño. Sus conocimientos del huerto eran tales que resultaba casi imposible verla más que como furtivos movimientos por el rabillo del ojo. Construía nidos señuelo para que no pudiésemos coger sus huevos y cuando regábamos el huerto mojaba las puntas de las alas en el barro y se pintaba la cara como John Rambo en la peli de Stallone2. Esa gallina se estaba volviendo peligrosa.

   Una mañana aparecimos en el huerto y descubrimos que la puerta del corral estaba abierta. Mi tía no recordaba haberse dejado el cerrojo descorrido y a pesar de echarme las culpas a mi, yo tampoco había sido. Un examen más detallado reveló huellas de gallina que entraban, pero ninguna que salía. Entramos en el oscuro y apestoso corral para encontrarnos a las otras gallinas desplumadas y colgadas del techo como jamones puestos a secar. Mi tía se desmayó de la impresión ante el horror de la escena y yo aproveché que vi algo salir furtivamente del corral para dejarla allí tirada en las cacas para enfrentarme con esa gallina.
La habían dejado libre por mi culpa y ahora que se había convertido en un monstruo debía ser yo quien acabara con ella.

   En medio del huerto nos miramos. Ella cerró sus ojitos negros e inexpresivos y yo me agaché para coger una piedra, pero era un terrón de tierra y se me deshizo en las manos. Sé que de haber tenido labios se habría reído. Me coloqué en posición de combate, que consistía en doblar ligeramente las rodillas y poner los brazos en jarras a la vez que emitía un agudo gorgoteo ancestral y la gallina hizo lo propio abriendo sus alas y rascando la tierra bajo sus patas. Me lancé al ataque y entonces sucedió. La gallina agitó sus alas repetidas veces, se elevó en el aire y voló sobre el muro del huerto para desaparecer en el firmamento cual gavilán. Yo volví a casa con una mezcla de sentimientos que recorrían todo el espectro entre la satisfacción y el desamparo.

   Al cabo de tres semanas de búsqueda infructuosa por parte de la familia, policía y bomberos, recordé que mi tía se había quedado en el corral desmayada bajo los excrementos y la paja pero cuando fuimos ya estaba muerta.

2 comentarios:

  1. "cuando regábamos el huerto mojaba las puntas de las alas en el barro y se pintaba la cara como John Rambo en la peli de Stallone2".
    ¡Real como la vida misma! Me has sacado unas risas con el relato :)

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    Respuestas
    1. Gracias Sergio. Pero todo el mérito es de la gallina.

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