En los años cuarenta el ejército Español decidió llevar a cabo
uno de los más ambiciosos proyectos de toda su historia: fabricar un
avión de guerra con componentes exclusivamente nacionales para
demostrar así al mundo su autosuficiencia en cuanto a recursos
militares para mayor gloria del imperio íbero. Un bonito día de
1953 se reunieron en una base aérea madrileña para presenciar el
primer vuelo del Alcotán C-201 varios altos cargos del ejército,
ingenieros que habían trabajado en el diseño del aparato, personal
del aeropuerto y el mismísimo Francisco Franco jefe de estado por la
gracia de dios. La tensión se palpaba en el ambiente. Era un gran
día para España y su poder militar. El Alcotán encendió motores y
comenzó a rodar por la pista con gran estruendo. Cuando llegó el
momento del despegue dio un par de saltitos y zarandeó las alas pero
nada más. Se detuvo. Los ingenieros y demás personal responsable
miraron nerviosos al dictador que parecía no inmutarse. “Quizás
necesite más pista para despegar” dijo uno y el Alcotán repitió
la operación cogiendo más carrerilla. Mismo resultado. La cosa ya
se ponía tensa del todo a pesar de que Franco parecía no
preocuparse. Hubo un tercer intento y el trasto no voló. Llegaron a
la conclusión de que los motores no eran lo suficientemente potentes
para elevar un fuselaje tan pesado. Que el Alcotán C-201 no iba a
volar. Ya se veían todos fusilados. Entonces el caudillo les miró
con tranquilidad y pronunció una frase que haría historia: “Puede
que el Alcotán no vuele… ¿Pero acaso vuela la gallina y no por
ello es nuestra más apreciada ave de corral?”. Y así, de una
tacada Franco creó el primer avión de corral al mismo tiempo que
hacía justicia por fin ensalzando la figura de la gallina, siempre
menospreciada y ninguneada desde los albores de la humanidad.
De gallinas y
hombres (parte 1 de 1 o igual incluso 2, quién sabe)
Hace tanto desde que
fui niño que el mundo ha cambiado de forma considerable. Lo que
ahora es una pequeña ciudad, completamente urbanizada y tecnificada,
antaño era un pueblo grande, salpicado de almacenes para guardar las
cosechas, corrales y jardines. En esos tiempos mi tia tenía un solar
grande cerca de mi casa en el que había una caseta, un pequeño
huerto y algunas gallinas metidas en un corral. Solía llevarme a por
huevos u hortalizas varias que luego me regalaba para mi horror y
desesperación pues yo, como niño, lo único que quería era dinero
para ir a jugar a los recreativos. Pero bueno, me lo tomaba como una
obligación rural-familiar y allá que iba siempre que me lo pedían.
Un bonito día de
abril me fijé en que una de las gallinas del corral tenía mal
aspecto. No solo parecía más pequeña que las otras si no que
estaba bastante desplumada y ponía unos huevos pequeños y frágiles.
Le pregunté a mi tía que qué le pasaba, si estaba enferma, que a
mi no me diese esos huevos que seguro que estaban chungos y me dijo
que no, que era que las otras gallinas le tenían manía y le
zurraban. Le picoteaban cuando iba a por grano, cuando se salía de
su lugar de puesta y claro, el pobre animal estaba mal a nivel físico
y también psicológico. A mi tía parecía no importarle la suerte
que corriera el pobre bicho, pero a mi me afectó bastante y pasé
los siguientes días rogándole que la ayudara, que eso no podía
ser, que no era justo… básicamente porque yo tenía los mismos
problemas en el cole y no quería terminar con los huevos tan
pequeños.
El siguiente día de
ir a por huevos mi tía me tenía preparada una sorpresa y es que
había decidido soltar por el huerto a la gallina afectada mientras
que las otras seguían encerradas en el corral. De este modo podría
comer, moverse y poner huevos sin que las otras la agredieran. Me
alegré mucho por ella al verla corretear entre las alcachofas, los
tomates y las matas de habas. Al verla saltar sobre el borde del pozo
y beber agua limpia, al comprobar como acumulaba ramitas secas para
hacerse un nido. Parecía que con su recién descubierta libertad
hubiese aflorado en ella algún instinto primordial de gallina
prehistórica. Y era algo bello de contemplar.
Pero
en siguientes visitas noté que el comportamiento de esa gallina era
cada vez más extraño. Sus conocimientos del huerto eran tales que
resultaba casi imposible verla más que como furtivos movimientos por
el rabillo del ojo. Construía nidos señuelo para que no pudiésemos
coger sus huevos y cuando regábamos el huerto mojaba las puntas de
las alas en el barro y se pintaba la cara como John Rambo en la peli
de Stallone2. Esa gallina se estaba volviendo peligrosa.
Una
mañana aparecimos en el huerto y descubrimos que la puerta del
corral estaba abierta. Mi tía no recordaba haberse dejado el cerrojo
descorrido y a pesar de echarme las culpas a mi, yo tampoco había
sido. Un examen
más detallado reveló huellas de gallina que entraban, pero ninguna
que salía. Entramos en el oscuro y apestoso corral para encontrarnos
a las otras gallinas desplumadas y colgadas
del techo como jamones puestos a secar. Mi tía se desmayó de
la impresión ante el horror de la escena y
yo aproveché que vi algo salir furtivamente del corral para dejarla
allí tirada en las
cacas para enfrentarme con esa gallina.
La
habían dejado libre por mi culpa y
ahora que se había convertido en un monstruo debía ser yo quien
acabara con ella.
En
medio del huerto nos miramos. Ella cerró sus ojitos negros e
inexpresivos y yo me agaché para coger una piedra, pero era un
terrón de tierra y se me deshizo en las manos. Sé que de haber
tenido labios se habría reído. Me coloqué en posición de combate,
que consistía en doblar ligeramente las rodillas y poner los brazos
en jarras a la vez que emitía un agudo gorgoteo ancestral y la
gallina hizo lo propio abriendo sus alas y rascando la tierra bajo
sus patas. Me lancé al ataque y entonces sucedió. La gallina agitó
sus alas repetidas veces, se elevó en el aire y voló sobre el muro
del huerto para desaparecer en el firmamento cual gavilán. Yo volví
a casa con una mezcla de sentimientos que recorrían todo el espectro
entre la satisfacción y el desamparo.
Al
cabo de tres semanas
de búsqueda infructuosa por parte de la familia, policía y
bomberos, recordé que mi tía se había quedado en el corral
desmayada bajo los excrementos y la paja
pero cuando
fuimos ya estaba muerta.
"cuando regábamos el huerto mojaba las puntas de las alas en el barro y se pintaba la cara como John Rambo en la peli de Stallone2".
ResponderEliminar¡Real como la vida misma! Me has sacado unas risas con el relato :)
Gracias Sergio. Pero todo el mérito es de la gallina.
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