jueves, 17 de julio de 2014

Fiestas patronales y... Warhammer



Hace ya muchos años, en las fiestas patronales de mi pueblo natal se anunció una actividad poco usual: Una demostración de Warhammer. Llevábamos algunos años jugando a rol y conocíamos el famoso juego de estrategia gracias a revistas como la White Dwarf que llegaba regularmente a las librerías, pero nunca habíamos presenciado tal juego en directo, por lo que decidimos sacrificar la partida del sábado por la tarde para ver qué pasaba allí.

Y al llegar a la sala principal del ayuntamiento nos encontramos con que una serie de gordos con gafas habían llenado un montón de mesas de esas pequeñitas que ponen en los coles, con escenografías varias y muñequitos con los que jugaban a un ritmo lento y aburrido. Actualmente, con la experiencia que tengo en el Warhammer sé que esas mesas deberían haber sido al menos cuatro veces más grandes para poder desplegar ejércitos mínimos y que posiblemente tal demostración del juego por parte de los gordos de las gafas (que a buen seguro no eran del pueblo, pues no los habíamos visto jamás) había sido fruto de una confusión al comunicarse con el ayuntamiento y pedir unas “mesas para jugar con miniaturas”. Total, que los gordos no parecían divertirse demasiado con sus minipartidas y para nosotros resultaba todavía menos divertido de ver; pero si había allí alguien que no se divertía, esas eran las pubillas. ¿Y qué es una pubilla? Os preguntaréis algunos de vosotros. Y antes de que penséis que proviene de “pubis” o peor, de “putilla”, yo os lo explicaré.

Antiguamente, en Cataluña, toda la herencia de una familia iba destinada al hijo o hija mayor de la familia, para así evitar que el patrimonio se dividiera y se perdiera. Si el heredero resultaba ser un varón se le llamaba “hereu” y si era hembra, “pubilla”. Pero actualmente esta práctica no es legal y las pubillas se han convertido en figuras utilizadas en las fiestas de los pueblos de la zona, equivalentes a las falleras de Valencia o las Reinas de fiestas en otros lugares. Y hecha la aclaración, prosigo.

Las pubillas tienen la oblig… el honor, perdón, de asistir a todos los actos de las fiestas, luciendo sus elegantes vestidos blancos y bandas amarillas y rojas para deleite propio y de extraños. Pero ese día, en la demostración de warhammer las pobres solo podían mirar con horror y fingir la sonrisa mirando a los gordos de las gafas mientras pensarían algo así como “¿Quiénes son estos tipos y qué mierdas es esto?”. Pero afortunadamente para nosotros, no teníamos obligación alguna de quedarnos allí ni un segundo más y decidimos ir a continuar con nuestra campaña de Stormbringer.
¿Pero a qué están jugando estos desgraciados, pordios?

Fue entonces, cuando casi estaba saliendo del lugar que noté como una mano me agarraba del brazo y al girarme vi que se trataba de una de las pubillas, conocida mía desde pequeños, que me miraba con ojos desesperados a pesar de que no tenía permitido dejar de sonreír. “Ayúdame”, me dijo entre dientes. “Llévame contigo”. Entonces la miré, miré a mis amigos que ya se alejaban planeando cómo asaltar aquella mansión habitada por el brujo del caos y le dije: “Lo siento muchacha. El sitio al que voy no es mucho mejor que esto”. Y dejé que observara cómo me marchaba con mi silueta ondeando tras la cortina del calor del mes de agosto.

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