Vivimos en un sistema capitalista que nos impulsa
a comprar de forma compulsiva, donde la inmediatez es la norma y ello
muchas veces ni siquiera nos deja opción a plantearnos de donde
vienen esos productos que creemos necesitar. No dejamos de ver
señales que abogan por el comercio justo, la ecología,
sostenibilidad y respeto por la vida y la dignidad de humanos y
animales, pero nosotros, al final, terminamos comprando sin control
ni criterio, como borregos a los que dejan salir un momentito de su
corral para que crean que eso es libertad. Y no me gusta, por
supuesto, aunque reconozco que incluso teniendo esta idea en mente, a
veces es difícil escapar de lo establecido. Incluso
sabiendo que el cobalto que va a llevar nuestro nuevo móvil es fruto
de la esclavitud, que ese aguacate de la ensalada es el final de una
cadena anti-ecológica o que esa figura tan bonita de Songoku ha sido
pintada por un niño chino privado de su infancia, no somos capaces
de decir que no. ¿Significa
eso que somos malas personas? Quizás sí, pero a mi me gusta más
pensar que la culpa es de los demás, del sistema y de esta sociedad.
Y por si os queda alguna duda, permitidme que os ilumine con un
ejemplo.
Hace
no demasiados meses acudí a un conocido supermercado del que no voy
a decir el nombre, aunque
empieza por Merca- y termina por -dona para abastecerme de huevos.
Desde que mi tía falleció (ver entrada anterior) me vi obligado a
echar mano del comercio tradicional, por supuesto con la inocente
idea de que todos los huevos proceden de corrales tradicionales,
hasta que me di un golpe con la realidad. Acudí, como decía, al
supermercado y me planté delante
de la chica que se encarga de vender los huevos y en cuya tarjeta
decía “Trina, encargada de la sección de derivados avícolas”.
-Hola
Trina, me llamo… -comencé a decirle cortésmente.
-No
me importa como te llames
-me respondió ella más seca que un bistec demasiado hecho. -Que yo
lleve mi nombre apuntado no significa que puedas usarlo a tu antojo
ni mucho menos, que yo deba hacer lo
mismo con el tuyo. Estamos aquí por una transacción comercial y
nada más.
-Ah,
de acuerdo no pasa nada.
-¿Qué
desea caballero?
-Media
docena de huevos, por favor.
-¿Camperos
o normales?
Ahí
me sentí algo confuso porque nunca había oído hablar de huevos
camperos y al dudar, me sentí obligado a preguntarle.
-Perdone
que me salga un poco de nuestra transacción comercial, pero no sé
qué son los huevos camperos.
-Pues
los huevos camperos son aquellos que dan las gallinas que viven en
corrales. Éstas gallinas pueden caminar, entrar y salir, estirar las
alas e interactuar con otras gallinas, si es que esos bichos son
capaces de tener algo parecido a conversaciones. Los huevos normales,
en cambio, son los que producen gallinas que viven encerradas en
jaulas diminutas desde el día que nacen, obligadas a comer y poner
sin contacto alguno con el exterior u otras compañeras, muriendo
prematuramente debido al estrés y la ansiedad que son sometidas.
-Ostras…
No sabía yo que a las gallinas las trataban de esta forma. ¿Y no
sería mejor llamar a los huevos camperos huevos normales y a los
normales llamarlos algo así como huevos de agonía?
-No
estoy aquí para discutir ni entrar en debates -me respondió con
brusquedad. -Vamos a ceñirnos a nuestro cometido.
-Claro, claro, lo
lamento.
-¿Qué desea
caballero?
-Media docena de
huevos camperos, por favor.
-¿De gallinas
felices?
Otra vez la duda.
¿Como se podía saber si una gallina era feliz o no? ¿Como medir un
factor tan abstracto viniendo además de un animal tan inexpresivo
como es la gallina? Los seres humanos somos capaces de adivinar las
emociones de nuestros semejantes fijándonos en la posición de las
cejas, labios y arrugas de expresión. Pero las gallinas no poseen
ninguna de esas cosas. No tuve más remedio que volver a preguntar.
-¿Gallinas felices?
¿Como se sabe si una gallina es feliz?
-Si tenemos en
cuenta las gallinas que viven en corrales… -comenzó a explicarme
la chica con desgana. -...la mayoría de ellas los tienen situados en
el interior de grandes naves industriales. Temperatura y luminosidad
controladas artificialmente, alimentación basada en piensos
compuestos y esas cosas. Pero algunas gallinas viven en corrales
tradicionales, situados en el exterior, con lo que tienen contacto
con los elementos, consciencia de las fases del día, y además se
alimentan de grano natural y algún bichejo que se encuentren por
ahí. Es por eso que consideramos que esas gallinas, las del corral
en exterior, son más felices que las otras.
-Entiendo
perfectamente. En ese caso las gallinas que criaba mi tía se
considerarían gallinas felices a estos efectos de clasificación.
-Ni conozco a tu tía
ni me interesa lo más mínimo. Una vez más me estás sacando de mi
tarea esencial y obligándome a derivar por derroteros no deseados.
-Usted perdone.
Podemos volver a empezar si lo desea.
-¿Qué desea
caballero?
-Media docena de
huevos camperos de gallinas felices, por favor.
-¿Y qué tipo de
felicidad desea?
-¿Comorl?
-Que si está
pensando usted en la felicidad que proporciona la ignorancia de no
saber que fuera de ese corral hay todo un mundo que explorar y
conocer, o la felicidad de esa gallina que aún a sabiendas que vive
encerrada, se siente segura y protegida y por lo tanto no anhela
escapar?
-¿Me estás dando a
elegir entre gallinas que viven en la inopia y gallinas que viven en
una distopía?
-Algo así, sí,
supongo.
-¿Ha leído usted A
George Orwell? Me recuerda mucho al argumento de una de sus novelas
en las que…
-No me importa
tampoco ese George Orwell o como se llame.
-Lo ha escrito bien.
-…
-¿Qué desea,
caballero?
-Póngame
media docena de huevos camperos de gallinas felices viviendo en una
distopía de corral, por favor.
-¿Pero qué tipo de
distopía? ¿Una en la que las gallinas veneran a un líder supremo
que…
-¡Huevos normales!
-la interrumpí mientras me estiraba del cabello con las dos manos y
golpeaba el suelo con mis zapatos de tacón. -Huevos normales y
póngame dos docenas, que así tardaré más en volver.
Y fue así, queridos
amigos y lectores, como incluso teniendo una idea clara en mi mente
como era la de preservar el estilo de nuestros ancestros y dotar a
los animales de los que nos alimentamos de la mejor vida posible, al
final el sistema capitalista venció y se salió con la suya.
Espero que mi
ejemplo os sirva para algo en el futuro, aunque seguramente no os
servirá para nada, nunca.
No os perdáis la próxima entrega a la que llamaré: De gallinas y hombres 3: Apocalipsis.
Espero anhelante Apocalipsis. Recuerdo una historia que contaba mi yayo, que estaba en el corral, fastidiado, porque le salió un bulto doloroso en la espalda, por el hombro, él lo llamaba "furúnculo" y se puso a tomar el sol, para ver si eso le ayudaba, no me quedó claro si era recomendación del médico, de su madre o de otra persona. Pues estaba así al sol, secando el bulto, cuando una gallina, llegó a traición y ¡ZAS! le robó el grano. Sí, se llevó el bulto, dejándole mondado y limpia la zona, como un profeta le dio la vista a otro, así le quitó el bulto.
ResponderEliminarSiempre me he imaginado, que luego se lo desinfectó, pero esa historia no puede completarla.
Y ese corral era peligroso, yo de pequeño tenía que salir huyendo de los gallos, que se ponían muy valientes con un niño cobarde que no sabía que eran esos bichos emplumados, con cuchillos en las patas y con sed de carne de niño.
ResponderEliminarNos hemos alejado tanto de nuestros orígenes que el mundo campestre se ha vuelto hostil con nosotros. Excepto con tu abuelo, claro, que tenía a la gallina cirujana a su servicio.
EliminarPerfectamente explicado el sistema capitalista. Muy ilustrativo. Gracias J.
ResponderEliminarTú siempre buscando dobles sentidos a mis inocentes relatos, Sr Rojo.
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