miércoles, 26 de marzo de 2025

De inodoros y refranes medievales

 


Mis días de instituto fueron breves pero intensos. Todavía recuerdo esa sensación de incertidumbre la primera vez que entré en ese edificio y como no dejaría de acompañarme hasta el día que salí para no regresar jamás. Y realmente no sé como serían los institutos de las zonas más pobladas y civilizadas, pero allí en el pueblo era como meterse en un submundo desconocido y hostil… para unos más que otros.

En ese sitio había tres grupos diferenciados de alumnos: Los que iban porque no tenían otro lugar donde ir, como si la EGB se prolongara de forma irremediable en ese lugar pero no tenían ni la más mínima intención de aprobar un solo examen, y que solo asistían con la intención de conocer chicas y hacer el idiota; luego estaban los llamados empollones, que eran una minoría que habían ido a estudiar para labrarse un futuro y que sacaban buenas notas pero no se divertían en absoluto ya que ellos mismos eran el divertimento de los del grupo anterior; y luego estábamos los anodinos, aquellos que ni aprobábamos ni nos divertíamos, aquellos que caminábamos por los pasillos sin emitir sonido ni proyectar sombra, que callábamos durante la clase y podía parecer que estábamos atentos pero en realidad no nos enterábamos de nada porque nuestra mente estaba perdida en mundos de fantasía épica y heavy metal melódico. Y así vivíamos, en ese equilibrio cósmico de gentes y costumbres hasta que apareció un nuevo espécimen que todavía no estaba catalogado y terminaría con nuestra armonía: el raro.

El raro llegó en forma de chaval aparentemente normal, preventivamente inclasificable en ninguno de los tres grupos mencionados anteriormente pero que poseía una característica que le hacía único, y es que debido a algún problema de salud relacionado con su columna vertebral, llevaba puesta una especie de coraza de plástico que mantenía su espalda y cuello rígidos, artilugio el cual lucía un agujero redondo en el pecho, supongo que para no resultar tan pesado y caluroso, pero que por similitud con un Vater, le hizo ganarse ese apodo de inmediato.

Desconozco si Bater (lo escribo con b para diferenciar a la persona de un inodoro cualquiera) era una buena persona o no, si estudiaba o pasaba sus días entre ensoñaciones o simplemente ardía en deseos de encontrar a alguna chavala para sentarse sobre él, pero su condición de raro lo volvía irrelevante. Bater era Bater e inmediatamente se convirtió en el objetivo de burla, mofa y escarnio por parte de los más gamberretes del lugar. No era raro verle aparecer con esa rigidez característica y con la ropa manchada por algún revolcón, el cabello alborotado por las collejas o los libros arrugados y mojados. Su mera existencia se convirtió pronto en motivo de pena y compasión, pero nadie se atrevía a incluir a Bater en su grupo, mucho menos a hacerse su amigo, por evitar verse arrastrado a su rareza y por lo tanto a su infortunio.

Pasaron los días, las semanas y meses y la miseria de Bater parecía no terminar nunca. Algunos conjeturaban sobre su capacidad de permanencia en el curso, otros simplemente apostaban sobre su supervivencia y muchos otros simplemente miraban a otro lado tratando de no cruzar miradas con él. Y parecía que nada iba a cambiar hasta que él mismo decidió dar el paso.

Una mañana Bater se despertó y decidió que eso ya había terminado. Se enfundó en su blanca armadura y se dirigió al instituto con la cabeza bien alta, aunque pensándolo bien, no le quedaba otro remedio debido a su problema. El nuevo Bater subió las escaleras con determinación y entró en clase cuando todos estábamos todavía esperando a la profesora. Caminó hacia su mesa y uno de sus depredadores naturales le miró y dijo una sola palabra: “Bater”. Y esa fue la gota que colmó el vaso. Bater estiró el brazo y abrió la palma de su mano, concentrando en ella toda su rabia, su dolor, sus miedos y frustraciones, una palma que en ese momento representaba todo lo que era bueno y justo en este mundo, una palma de furia redentora que recorrió el aire en dirección al cogote del abusón, el cual la vio venir y la detuvo con facilidad agarrándole por la muñeca. “¿Pero tú qué te has creído que eres, Bater?” dijo el apenas sorprendido matoncillo preadolescente. Y a una orden simple pero concisa, todos los demás se lanzaron sobre Bater y le dieron una buena paliza ante nuestros atónitos ojos.

Y yo, con la complicidad del que guarda silencio, contemplando a ese pobre chaval cuyo único delito había sido el nacer con una diferencia y que debía sufrir por ello por partida doble, me di cuenta de que Bater nos había enseñado una importantísima lección de vida con su fallido intento de rebelión; nos había demostrado que no se puede cambiar aquello que uno es, que de nada sirve luchar contra los poderosos por muchas nobles verdades que uno esgrima y que como dice aquel viejo proverbio bretón, “Kings will be kings and pawns will be pawns”.


 

sábado, 22 de marzo de 2025

Un mal año.

 




“El dos mi veintitrés fue un mal año. El peor de mi vida”, es una frase que repito en mi cabeza, casi como un mantra, como un intento de convencerme de que a partir de ese momento, las cosas solo podrían ir a mejor.

Dos mil veintitrés. Ese año que comencé en pleno proceso de divorcio, sumido unos papeleos que venían a decirme que ya no tenía ningún vínculo con la persona con la que compartí los últimos veinticinco años de mi vida. Una fría forma de despedirse de una etapa tan larga que representaba casi toda mi vida, o más de la mitad por lo menos.

Y después llegaron los problemas económicos. A la debacle producida por el divorcio se le juntaba mi escaso sueldo, las obligaciones familiares ineludibles y todas esas facturas que seguían llegando a mi buzón como si nada hubiese pasado, sin tregua, sin piedad. Meses de neveras y depósitos de combustible vacíos, de pedir favores y vender algunos de los tesoros que había ido guardando en mis estanterías.

Y fue entonces, cuando solo me quedaba el trabajo como lugar seguro al que aferrarme, como única rutina que seguir de forma ineludible, cuando empezaron los problemas. Juegos de poder en las altas esferas que terminaron salpicando a los soldados rasos, incluso a los recién llegados como yo. Amenazas de despidos, de expedientes, de cambios a peor incluso, noches sin dormir, ataques de ansiedad y miedo, mucho miedo a perder lo poco que conservaba.

Y para despedir esos 365 días fatídicos unas navidades en el ala de pediatría del hospital, al pie de la cama de mi hija viendo médicos pasar con cara de desconcierto, de quirófanos, vías y sedantes, incertidumbre e impotencia, de sonreír mientras lloraba por dentro, de sentir como un insondable pozo de desesperación se abría bajo mis pies y me engullía hacia un futuro terrorífico.

Pero como pasa en los cuentos de hadas, esos que siempre terminan inesperadamente bien para que los niños no se traumaticen y se conviertan en psicópatas adultos, las cosas volvieron poco a poco a su cauce. Mi hija logró recuperarse para poder lucir sus cicatrices de batalla, mi situación laboral se estabilizó y poco a poco mi situación económica pasó de lo desastroso a los regulinchi. Además encontré a alguien con quien compartir mi vida, mis movidas y mis idioteces y al final ese año terrible quedó atrás.

Y es por eso mismo que me he decidido a escribir estas líneas. Porque poco a poco los malos recuerdos van quedando ocultos tras las brumas de la memoria, y ese camino lleno de baches, espinas y bestias aullantes de ojos rojos y babosas mandíbulas repletas de dientes afilados, no parecen tan terribles. Y es importante recordar. Es importante saber quedarse con lo bueno pero también con lo malo. Y quizás sea por esto por lo que empecé a escribir un blog. Para hoy poder pasearme por él y encontrarme con ese yo treintañero que solo pensaba en juegos y en hacer chistes malos, en reflexionar sobre cosas mundanas que creía irrelevantes pero que me convirtieron en lo que fui, al igual que ese dos mil veintitres me destrozó para darme la oportunidad de rehacerme. O no. Pero eso ya se verá. Y puede que algún día vuelva aquí para revivir este momento extraño y piense “Joder, he pasdo la vida creyendo que todo estaba mal cuando no era así”. O no. Pero eso ya se verá.

miércoles, 29 de mayo de 2024

De divanes y tiburones

 


-Entonces… Afirma usted que conducía un camión con el que vivía aventuras sorprendentes casi a diario – dice el psiquiatra sin apartar la vista de su cuaderno. Yo le miro, levanto la cabeza levemente del diván y asiento discretamente.

-Un camión que según me ha contado, ya no posee.

-Así es. Lo vendí.

-¿Y por qué alguien en su sano juicio vendería algo que le proporciona una vida llena de emoción, riesgo y erotismo?

-No lo sé. Supongo que necesitaba sentar la cabeza, tener un trabajo normal, sentirme uno más…

-¿Podría decirme el nombre de la persona a quien se lo vendió?

-No.

-¿No lo recuerda?

-Creo que nunca lo he sabido.

-Entiendo… -responde él sin dejar de tomar notas.

Después se hace un largo silencio. Uno de esos en los que uno no sabe si realmente está pasando mucho tiempo o si es un solo segundo que ha quedado paralizado por vete tú a saber qué excepción física o rareza cósmica.

-¿Es grave doctor? -pregunto más por romper el silencio que por decir algo lógico, pero a pesar de eso, tarda en responderme.

-Lo que yo creo, señor Capdemunt…

-Es Capdemut, sin la ene -le interrumpo con motivos.

-Como sea. Lo que yo creo es que usted nunca ha tenido ningún camión, ni ha sido escritor, y que ni siquiera ha pintado nunca uno de esos muñequitos de… ¿Como era?

-Warhammer.

-Como sea. Lo que yo creo es que, como le iba diciendo, usted ha vivido los últimos quince años sumido en un delirio que le ha hecho imaginar otra vida para escapar del aburrido hastío que es su existencia.

-Pero si yo recuerdo perfectamente ese ovni que…

-¡Silencio gusano! Le estoy dando una explicación lógica a decenas o cientos de experiencias que nadie en su sano juicio creería que ha vivido pero que usted ha convertido en recuerdos al escribirlas en un blog que nadie ha leído nunca.

-Sí que lo leían. Estaba Sr Rojo, Pezgande, Lokitrol, Escorpion, Xavier…

-Ninguna de esas personas ha existido nunca.

-Pero si a algunos les conocí en persona y…

-¡Que no! Usted solo es un señor mayor que ha vivido una vida de reclusión debido a que en el cole le pegaban y se volvió introvertido.

-Yo creo que me pegaban precisamente por ser introvertido…

-¡Deje de interrumpirme o tendré que castigarle! -grita el psiquiatra levantándose y dejando ver unos dientes aserrados alineados en dos filas.

-Oiga, usted no es psiquiatra, usted es una especie de licántropo raro.

-Efectivamente, soy un hombre tiburón y ahora vas a morir devorado, por insolente.

Y así es como ese hombre de aspecto serio termina transformándose en un medio escualo de poderosa mandíbula y aletas de casi tres metros de altura que cae al suelo y muere asfixiado por falta de agua ante mis ojos.

Y mientras me marcho de la consulta pienso que quizás tenía razón y que todas esas cosas extrañas y en teoría inexplicables que me han sucedido a lo largo de mi vida no eran más que un esfuerzo de mi cerebro para soportar la mediocridad en la que me hallo sumido.

Así que regreso a mi casa, enciendo la tele y abro una bolsa de patatas al jamón. Porque en los pequeños placeres es donde se encuentra el sentido de esta vida.

sábado, 2 de diciembre de 2023

 

Ya no recuerdo cuánto hace que no escribo.

Cuánto hace que no finjo ser quien no soy, que no sueño con los ojos abiertos y fantaseo con todo aquello que yo mismo me he negado.

Ya no recuerdo cuánto hace que no escribo.

Cuánto hace que no me dedico tiempo para reflexionar, abrir la mente y plasmar en papel aquello que me resisto a callar.

Ya no recuerdo cuánto hace que no escribo.

Cuánto hace que no espero nada de nadie, ni siquiera de mí mismo, y me conformo con el variable pero constante paso del tiempo.

Ya no recuerdo cuánto hace que no escribo.

Cuánto hace que abandoné mis sueños, me conformé con la realidad, y me limité a disfrutar de cosas efímeras e improductivas.

Ya no recuerdo cuánto hace que no escribo, que no río o no siento.

Ya no recuerdo la última vez que dormí, comí o respiré.

Ya no recuerdo nada, solo soy.

Ya no soy más que el recuerdo de no ser.

jueves, 24 de agosto de 2023

De ascensores y ancianos traseros

 


Vamos a ponernos un poco al día a la vez que creo un escenario concreto para el relato que seguirá a esta introducción. Soy un señor bien entrado ya en los cuarenta que acaba de experimentar ciertos cambios notables en su vida tales como un cambio de trabajo y un divorcio reciente, con lo que si ya antes me sentía desubicado en este planeta, ahora no tengo muy claro donde tengo los pies y donde la cabeza. ¿Sí, hasta aquí bien? Bueno, pues lo siguiente es saber que desde hace poco trabajo en el almacén de un importante hospital y que una de mis innumerables funciones es la de preparar voluminosos pedidos que transporto con una traspaleta hasta las plantas correspondientes. Y es en uno de esos transportes rutinarios cuando entro en un ascensor que apenas soporta el peso del material y en el momento en que dos monjas ya ancianas deciden aprovechar el hueco restante, el elevador exhala su último suspiro y se detiene entre el segundo y el tercer piso.


Se abre el telón y me encuentro pulsando el timbre de emergencia a la espera de que alguien responda pero de momento sin éxito alguno. Las dos monjas, que se dan cuenta de que quizás hayan sido sus pequeños cuerpos los causantes del sobrepeso crítico, me miran con una mezcla de miedo y resignación. Yo les devuelvo la mirada intentando aparentar calma, pero he visto demasiadas películas de cosas chungas que pasan en ascensores y no creo que me salga bien.

Con el dedo cansado de apretar el botón me siento en una de las cajas para tratar de calmarme hasta que una de las dos señoras se dirige a mi y me pregunta con cierto miedo:

-¿Vamos a morir?

-Todos vamos a morir en algún momento. Eso es un hecho indiscutible -le respondo con agria calma.

Entonces las dos religiosas, casi de forma simultánea y totalmente coordinada, juntan sus manos y comienzan a recitar un salmódico susurro.

-¿Pero qué están haciendo? -les pregunto.

-Rezar para que nos saquen pronto de aquí.

-¿Pero ustedes no saben que este dios al que rezan es solo uno de muchos y que todos y cada uno de ellos no son más que conceptos abstractos creados con la intención de hacer nuestras miserables vidas más llevaderas dotándolas de algún tipo de sentido aún siendo éste absurdo e incoherente?

-¿Nos estás diciendo que dios no existe y que hemos malgastado nuestras vidas?

-Sí. Pero no solo ustedes las han malgastado. En realidad todos estamos tirando nuestro tiempo a la basura porque técnicamente no existe una forma de aprovecharlo. No hay una forma correcta de vivir, al igual que no hay una forma incorrecta, aunque hay que admitir que ustedes lo están haciendo especialmente mal.

Al oír esto las dos monjas bajan sus brazos y se miran abatidas. Me dan un poco de pena, la verdad, pero no mucha más de la que yo me doy al mirarme al espejo cada mañana.

-Entonces… -comienza a decir una de ellas. -¿Podríamos pedirle un favor antes de dar por finalizadas nuestras vidas en esta injusta caja de metal?

-Por supuesto, caballeras.

-Verá, joven, nosotras… Nos hemos dedicado a la fe cristiana desde muy jovencitas y ahora que somos octogenarias nos hemos dado cuenta de que nunca hemos conocido el amor ni hemos probado hombre alguno. ¿Usted no tendría un gesto misericordioso con nosotras y nos poseería aquí mismo?

Y antes de que pueda responder las dos señoras se colocan de espaldas a mi, arremangan sus faldones hasta la cintura y deslizan su ropa interior hasta los tobillos, dejando expuestos ante mi sus traseros y sus sexos pensiles.

Y en ese momento en el que mi cerebro me pide huir de allí aunque sea abriendo un agujero con los dientes en el suelo para despeñarme al vacío, algo en mi mente hace que me quede fascinado contemplando esos culos viejos, ancianos y ajados pero a la vez incólumes, nunca tocados por la mano de hombre alguno, como áridas superficies de planetas lejanos, todavía inexplorados, quizás estériles pero de algún modo atractivos y fascinantes.

Noto como contra todo pronóstico una erección se produce y casi como un acto de justicia desabrocho mi pantalón dispuesto no solo a penetrar a dos señoras mayores si no también a realizar la mayor blasfemia imaginable en un día que había empezado normal.

Hasta que noto un pequeño traqueteo y oigo el siseo de la puerta al abrirse, sonido que me devuelve a la realidad, hace que me vuelva a subir los pantalones y salga del ascensor seguido por la carga a repartir, dejando a las dos señoras esperándome todavía en tan embarazosa posición.

Y al marcharme pienso en como son las cosas, en como un día estamos aquí y otro allá, en como la vida nos trae imprevistos, nos pone pruebas y luego nos devuelve a nuestro lugar como si nada hubiera pasado. Y ya que pienso, pienso también el la cara que pondrá el próximo que llame al ascensor cuando se abra la puerta y vea lo que le espera dentro.

Se cierra el telón.

sábado, 27 de mayo de 2023

Fobofobia (dinosaurs in the city)

 

 


01.

Encabezando la mesa de la sala de reuniones, el candidato del partido neocentrista progresivoconservador, tenía la cabeza hundida entre las manos. Alrededor de la mesa pululaban varios expertos en temas variopintos tales como la asesoría de psicoimagen, economía trasevolutiva o el coaching nominativo; todos ellos repasando papeles agrupados en carpetas de distintos colores. Todos tenían caras de preocupación y también todos ellos hacían esfuerzos titánicos por disimularlas.

-¿Y bien? -preguntó el candidato sin levantar la vista-. ¿Siguen los sondeos siendo desfavorables?

-Bueno… Yo no diría eso -respondió el primero de los expertos-. Todo apunta a que nuestro descenso ha entrado en una fase de desaceleración que…

-Hable más claro, por favor -le interrumpió el candidato, esta vez levantando la vista y mostrando una mirada que estaba en perfecto equilibrio entre la tristeza, el cansancio y la ira-. ¿Vamos bien o mal?

-No podríamos asegurarlo en términos absolutos, señor -prosiguió el segundo experto, consciente que defendiendo a su compañero se defendía también a sí mismo-. Pero si tenemos en cuenta las últimas encuestas sobre intención de voto… Y todos sabemos que uno no puede fiarse de las encuestas ni de quienes las promueven… Podríamos decir que mal. Que no muy mal, pero mal.

-¿Y qué más puedo hacer? -exclamó el candidato saltando de la silla repentinamente y levantando los brazos como para mostrar que no ocultaba nada en las sobaqueras-. No sé a cuantos actos he asistido, a cuantos viejos sonreído y he perdido la cuenta de los niños que he besado. Allá donde voy parece que me adoren, pero a la hora de la verdad nadie parece dispuesto a votarme. Parece como si… les diese miedo.

-Creo que ha dado en la clave -dijo el asesor del principio.

-¿Como?

-Que ha dado en la clave. Seguimos basándonos en los viejos métodos políticos. Hacemos promesas, decimos que vamos a realizar aquellas obras que el ciudadano quiere, pero en el último momento el miedo se apodera de ellos y terminan votando a otras opciones.

-¿Entonces me tienen miedo?

-No a usted. Le tienen miedo al miedo.

-Eso tiene un nombre… -comenzó a decir otro de los asesores, que se había mantenido en silencio hasta ahora.

-¿Miedo al miedo?

-Eso es. Fíjese en las nuevas campañas electorales. Ya no prometen nada, ya ni siquiera cargan contra oponentes políticos. Ahora prometen acabar con problemas que ellos mismos han inventado y que ni siquiera existen.

-Recuerde los ataques indiscriminados de las bandas organizadas de jubilados -dijo el segundo asesor-. Nunca hubo testigos de ello, ni acusaciones ni detenidos, nadie jamás les vio pero todo el mundo estaba aterrorizado.

-Y aquella vez que los índices de violencia subieron hasta tal punto que se decretó toque de queda y la policía patrullaba las calles armada con lanzallamas -prosiguió el primero.

-¿Me estáis diciendo que nada de eso era real? -preguntó el candidato.

-¡Por supuesto que no! Son maniobras de distracción apoyadas por medios de comunicación afines y noticias falsas que circulan por redes sociales. Ya nadie necesita ver lo que sucede realmente en la calle si puede verlo desde su teléfono móvil; al igual que nadie tiene porqué cuestionar la verdad pudiendo aceptar la verdad de otros. Es por ese motivo que por mucho que crean en un programa político plagado de buenas intenciones, a la hora de echar la papeleta en la urna, el miedo a ser asaltados cualquier noche por un octogenario chalado con muletas, se impone. Tienen miedo a tener miedo.

-¡Fobofobia! -exclamó satisfecho el asesor callado de antes.

-Entonces solo tenemos que asustarles -dijo no muy convencido el candidato-. ¿No es así? Inventamos cualquier estupidez y cuando todos se la crean aseguramos tener la solución a ese problema inexistente.

-Exacto.

-¿Y por qué no buscamos soluciones a problemas reales? -dijo el cuarto y último asesor antes de que los otros tres le desintegraran con la mirada.

-Los problemas reales requieren de soluciones reales -respondió el primero-. Eso significa trabajo, tiempo, recursos… Y el riesgo de fracasar y quedar mal ante toda la ciudadanía. Los problemas ficticios en cambio… Contra esos somos infalibles.

-Es una idea extraña, pero puede que funcione -dijo el candidato sin demasiada convicción-. ¿Pero qué podemos inventar que les aterrorice? ¿Un virus mortal, un desajuste climático de consecuencias devastadoras, un meteorito asesino?

Todos quedaron en silencio pensando en una posibilidad plausible hasta que el tercer asesor se levantó como impulsado por un resorte.

-¡Dinosaurios!

-¿Dinosaurios? -repitieron los demás, casi al unísono.

-Dinosaurios. Son grandes, fuertes, invencibles… No existe nada que despierte tanto horror en los corazones de la gente que la idea de toparse con un dinosaurio por la calle.

-Pero si los dinosaurios se extinguieron hace millones de años. ¿Quién va a creerse eso? -el candidato a la presidencia ya veía esfumarse sus ilusiones de ganar, incluso de perder de forma digna, tras la absurda propuesta.

-¿Quién dice que se extinguieron? Puede que sigan viviendo en cavernas inexploradas, bajo el hielo de la Antártida, que científicos locos los estén creando… -el tercer asesor, hasta el momento calmado y silencioso, iba cogiendo fuerza en su discurso y su tono se volvió tan solemne y motivador que obligó a los demás a callarse y aceptar su propuesta.

-Probemos con los dinosaurios entonces. ¿Qué podemos perder? -sentenció el candidato dando por terminada la reunión.

Los tres asesores supervivientes salieron de la sala y se pusieron a trabajar en la nueva campaña mientras el candidato a la presidencia miraba el montoncito de ceniza en que se había convertido el cuarto asesor, dándose cuenta de que aquello de la desintegración no había sido una metáfora como en un principio había creído.


02.

En un tranquilo parque infantil del centro de la ciudad todo transcurre con normalidad. Una madre observa feliz a sus dos pequeños compartiendo el tobogán mientras dos padres hablan de algo junto a la fuente y una pareja de jóvenes enamorados se dan arrumacos medio escondidos tras un seto perfectamente recortado. Pero de pronto algo altera la paz idílica del momento. Una ligera vibración regular que poco a poco se intensifica. Todos miran extrañados a su alrededor hasta que la madre detecta unas ligeras ondas en el vaso de agua de su pequeño y entonces aparece; un tiranosaurio rex sale de entre los árboles rugiendo y destrozando todo a su paso. Los padres huyen despavoridos, el enamorado empuja a la chica a las fauces del reptil para poder huir y la madre no puede hacer otra cosa que abrazar a sus pequeños mientras el dinosaurio termina de tragar su primer bocado y se dirige hacia la familia abriendo las fauces, mostrando sus enormes dientes ensangrentados y fundido a negro.


-¿Y bien? -dijo el primer asesor plantado ante la pantalla que acababa de proyectar el nuevo spot de la campaña electoral.

-Bueno… -comenzó a decir el candidato, con la piel blanca como el papel clorado-. ...es impactante, sin duda. Pero sigo dudando sobre la credibilidad del mismo.

-Eso no va a ser ningún problema -respondió el segundo candidato-. Llevamos un par de semanas inundando periódicos, televisiones y publicaciones digitales con noticias sobre avances genéticos y científicos dispuestos a reproducir a animales extintos.

-¿Y creéis que será suficiente? ¿Por qué la gente debería creer que esos supuestos científicos tienen intención de soltar por el mundo a carnívoros gigantescos por que sí?

-Hemos dicho que esos científicos son de países donde… tienen la piel más oscura que nosotros.

Nadie se atrevió a decir nada al respecto, pero su silencio confirmó que no había fallas en el plan.


03.

Los primeros escrutinios de la noche confirmaban que el ascenso del partido neocentrista era imparable. Si esto seguía así iban a conseguir una mayoría absoluta tan aplastante, que sus rivales políticos se quedarían sin espacio en el congreso y tendrían que ver los plenos desde los aseos.

El candidato y sus tres consejeros celebraban la ya inminente victoria con champán y profiteroles.

-¿Y ahora qué? -preguntó el candidato con cierta ironía-. ¿Como nos libraremos de todos esos dinosaurios?

-Muy sencillo, presidente -dijo el segundo consejero sin soltar la copa-. Primero deberemos crear un equipo militar de élite entrenado en la localización, caza y eliminación de saurios. Habrá que recortar un poco los presupuestos de sanidad y educación, pero nadie protestará. Tendrán demasiado miedo a los dinosaurios.

-Miedo al miedo -dijo alegre el candidato.

-¡Fobofobia! -le corrigió el tercero.

-Por supuesto, esos presupuestos estarán algo hinchados, así que si sobra algo de dinero tendremos que guardarlo a buen recaudo… ¡En nuestras cuentas bancarias extranjeras! -dijo el primer consejero con alegría.

Y así se hizo la risa y el alborozo hasta que alguien llamó a la puerta y entró en la sala con cara de susto.

-Señor futuro presidente… -dijo tímidamente el mensajero-. ...tenemos un problema. Un barco proveniente de la Antártida acaba de llegar al puerto y en su interior se oían extraños sonidos y rugidos monstruosos. Una patrulla de la policía local ha entrado a investigar pero no han salido. La última comunicación por radio hablaba de enormes reptiles con dientes como espadas. ¿Qué hacemos?

El ya técnicamente presidente del país buscó con la mirada a sus tres consejeros, pero éstos ya habían saltado por la ventana.

jueves, 2 de marzo de 2023

El fallecimiento de Don Paco

 

 

Hoy se ha muerto Don Paco, un hombre alegre, divertido, amigo de sus amigos, el que siempre invitaba al primer café de la mañana, el que andaba erguido casi sin apoyarse en su bastón y saludaba a sus vecinos con una sonrisa.
El tito Paco tan querido por su familia, siempre atento y educado, silencioso pero dispuesto a sofocar cualquier discusión o rencilla. El tito Paco, pilar básico de la unidad familiar, el eterno soltero de sonrisa quieta e imperturbable, el de la mirada cálida, el de interminables anécdotas graciosas, cuentacuentos natos y artífice de sorpresas.
Pero Don Paco ocultaba un secreto que nadie hubiera imaginado. Por las noches se vestía de mujer, se colocaba su peluca y salía a pasear por las calles más oscuras de la ciudad, aliviando a los necesitados con sus manos o su boca y acuchillando sin piedad a aquellos que trataban de abusar de los débiles. El tito Paco, ese afable señor tan respetable era en realidad la adorada y temida "prostituta travestida justiciera" que tenía en jaque a la policía desde hacía años, dejando detrás de sí un reguero  de sangre y semen.
La prostituta travestida justiciera que llegó una madrugada a su casa, se acostó a dormir y ya no se despertó, poniendo fin de la forma más discreta e inesperada a una vida de dualidad entre lo afable y lo obsesivo, entre la tranquila vida diurna y la estimulante noche que le mantenía en forma, siempre alerta, siempre tenso, hasta que su viejo cuerpo no pudo más.
Imaginad a sorpresa de sus familiares cuando al abrir ese armario encontraron esa larga melena, el traje de cuero negro y ese cuchillo manchado con la sangre de proxenetas y camellos, violadores y malos maridos, todos ellos destrozados por la afilada furia de Don Paco.