martes, 7 de enero de 2020

Un relato sin nombre, parte 6

Ya hemos superado el meridiano de este cuento (que no lo había dicho antes pero consta de diez capítulos) y a partir de ahora las cosas se pondrán algo más movidas, así que disfrutad del pequeño descanso que se toman Sandra y Roberto antes de que empiece la acción.
Y por si sois nuevos y no sabéis de qué va esto, podéis empezar esta historia desde el principio AQUI.

06
Al día siguiente estaban comiendo en una hamburguesería, sentados en una de esas mesas diminutas con sofaritos mullidos que obligan a comer en una postura incomodísima, seguramente para que la gente se marche antes y así dejar espacio libre para los siguientes. Pero Roberto, que había podido dormir en la casa de ese maestro de forma cómoda y de tirón, tal como le exigía su maltrecho cuerpo, agradecía cualquier atisbo de normalidad en su vida. Y allí estaba, hamburguesa en mano, con un brazo mal vendado pero que casi ya no le dolía frente a una chica a la que él mismo había bautizado, como una pareja normal haciendo cosas normales sin amenazas de gente monstruo tratando de conquistar el mundo.

Sandra era extraña, reservada, malhumorada y arisca, pero a Roberto en ese momento que la estaba observando mientras sorbía en silencio de su vaso de refresco le pareció hasta guapa. Llevaba el cabello moreno corto y peinado hacia un lado, sus hombros eran anchos pero su cuerpo fino, como el de una atleta y sus movimientos tan delicados que resultaban hasta hipnóticos. Se dio cuenta de que él la observaba ensimismado y le hizo un gesto con los hombros que sonó a “qué pasa contigo” y entonces decidió dar el siguiente paso lógico en esa extraña relación.



-¿Quienes son esos ascendidos? -preguntó Roberto con tranquilidad.

-Cuanto menos sepas sobre ellos, mejor para ti -respondió ella tajante.

-No me vengas con misterios a estas alturas, pequeña -dijo envalentonado- sé que vas a dejar que me coman esos monstruos mientras tu te haces con el gusanari o como se llame ese arma.

-Es Kusanagi y como me vuelvas a hablar de ese modo te…

-¿Me qué? ¿Me seguirás tratando como a una mierda? ¿Te negarás a llevarme a un hospital para que vean mi brazo? ¿Me matarás antes de tiempo? Siento decirte que en estos momentos ya no me das ningún miedo, ni tú, ni tu maestro misterioso, ni los hombres mono ni ninguna cosa sobre la faz de la tierra. ¿Sabes? Hace un par de días yo tenía sueños, ilusiones, metas en la vida…

-Ya. Ser actor porno- le interrumpió Sandra.

-¿Qué mas da lo que fuera? Lo que sí sé es que no pensaba en que me arrastraran, herido y ninguneado hasta esta ciudad que no sé ni como se llama. ¿Donde cojones estamos? ¿Adonde vamos? Dame respuestas o te juro que me suicido con este tenedor de plástico y te vas a quedar sola para cumplir tu misión que por cierto, me importa medio bledo.

-De acuerdo -dijo Sandra con un suspiro-, empezaré por el principio. Resulta que hace miles de años en China ciertos animales comunes lograron alcanzar la iluminación gracias a ser testigos de enseñanzas budistas. Generalmente eran mascotas de monjes que observaban desde sus jaulas. Aves, peces, gatos, perros monos… Estos animales ascendidos no solo lograron poseer una inteligencia superior sino que consiguieron alterar su aspecto para cambiar de su forma a la humana, viceversa e incluso una forma híbrida entre ambas.

-¿Como los hombres lobo de las películas?

-Exactamente así. El caso es que estos ascendidos podían poseer gran inteligencia y poderes sin parangón, pero seguían siendo animales subordinados a sus instintos por lo que siempre terminaban creando el caos, dejándose arrastrar por sus deseos más bajos y finalmente eran descubiertos por sus mismos maestros que terminaban por revertirles de nuevo a su forma animal permanentemente. Pero por lo visto algunos lograron escapar. Ese que llaman Okinage es quizás el más antiguo de ellos y quien lleva siglos ascendiendo a otros animales convirtiéndoles en sus siervos y buscando el modo de dominar el mundo, pues los deseos de cualquier ascendido son los de sentirse en una posición superior al de la humanidad. ¿Entiendes?

-Sí, pero como si no lo hiciera porque esto suena a película mala de chinos y encima lo de “malvado Onikage” ya es de risa, pero dime qué es eso del arma que buscan.

-La Kusanagi. Es una espada, o eso se supone. Un arma legendaria forjada por los mismos dioses y entregada solo a aquellos guerreros que merecieran empuñarla. Al principio de la conocía como “Ame-No-Murakuno” que significa “Espada celestial de las nubes” pero después se le cambió el nombre a “Kusanagi” que significa “la cortadora de hierba” debido a que un guerrero llamado Yamatu la usó para…

-¿Cortadora de hierba? Me gustaba más el nombre anterior. No entiendo porqué se lo cambiaron.

-Se dice que se perdió en el mar hace siglos, pero lo cierto es que ha estado viajando por el mundo durante todo este tiempo, de museo en museo, de coleccionista en coleccionista y parece que ahora por fin las largas garras de los ascendidos se han hecho con ella. Si no se la quitamos antes de que Onikage la haga suya, será terrible.

-¿Terrible porqué? ¿En qué cambia que la tenga Okinage o tu maestro? Es decir… ¿Como se yo que estoy en el bando de los buenos? ¿Se supone que sois algún tipo de clan ninja y los ninja son chungos, asesinos, te envenenan mientras duermes metiéndote líquido en la oreja y…

-Cierra la boca o te la coseré -le amenazó Sandra-. Ya te he contado todo lo que querías saber y ahora debes cumplir tu parte. Terminate tu comida, haz lo que tengas que hacer y nos vamos.



Lo que Roberto tenía que hacer era caca. La comida parecía haber reactivado su aparato digestivo que estaba dispuesto a funcionar de nuevo después de dos días de parón forzoso. Demasiadas emociones, demasiada información, demasiado dolor… Se fijó en las vendas sucias que cubrían su brazo. Se sentía tentado de quitárselas y observar la herida pero le asustaba lo que pudiese ver ahí debajo. Y en ese momento algo se movió. Como un ligero temblor bajo la tela teñida de marrón. Como uno de esos tics que a uno le dan a veces y no puede controlar. Cogió aire y con las puntas de los dedos levantó el trozo de venda y ahí los vio. Varios gusanos blancuzcos asomaban entre la carne descolorida de su brazo, retozando en los humores que la herida excretaba y al mismo tiempo el hedor le alcanzó las fosas nasales haciendo que su estómago se contrajera y vomitó en el suelo. Desde luego estaba siendo un día completo para su recién activado sistema digestivo.

Abrió la puerta del cubículo y salió dando tumbos a los aseos para enjuagarse la boca. Las moscas del día anterior se habían cebado en su herida y habían puesto huevos. Carne muerta, una herida ya incurable, un brazo irrecuperable… Se miró en el espejo y vio a alguien muy distinto de quien recordaba. Estaba delgado, blanco, con los ojos hundidos y las encías oscuras… “Me estoy muriendo, maldita sea” se dijo en voz baja y decidió escapar.



Le costó horrores salir por el ventanuco del aseo ya que a pesar de ser amplio, el brazo destrozado le impedía moverse con facilidad; por no hablar de sus fuerzas mermadas, los mareos y la falta de coordinación. Pero lo logró y una vez en la calle comenzó a caminar por calles secundarias abarrotadas de gente que le miraban con curiosidad y emociones que oscilaban entre la pena y el asco. Quizás no tendría buena cara ni el caminar más elegante de la ciudad, pero era libre y eso le bastaba. Buscaría un hospital, en tener el brazo curado iría a la policía a explicarles que una loca le había secuestrado y luego alquilaría una casita en algún pueblo de esos de montaña donde podría trabajar en la recogida de fruta hasta morir de viejo aislado y solo, como dios manda. Pero al final no. Sintió un pinchazo en el cuello y al llevarse la mano al lugar indicado se encontró con un pequeño alfiler, casi invisible, que se arrancó con rapidez. Miró detrás y no vio a nadie, aunque sabía quién había sido. Dio tres o cuatro pasos, cinco a lo sumo y se desvaneció.

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2 comentarios:

  1. Ahí, ahí, puteando físicamente al protagonista, como debe ser. O "asalto a su integridad física" que dirían en el viejo manual de Ravenloft.

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    1. Me gusta lo del asalto a la integridad. Me lo apunto.
      Y gracias por comentar, amigo.

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