viernes, 3 de enero de 2020

Un relato sin nombre, parte5

Empezamos el año igual que terminó, con la historia de Roberto y Sandra que lentamente va cobrando sentido a medida que nos acercamos al gran combate final que seguro estará cargado de epicismo. O igual no, porque todavía no he escrito esa parte.
 Y por si no sabes de qué va todo esto, puedes empezar a leer desde el principio aquí.

05



A partir de ahí siguieron el camino a pie. Hacía un calor tan insoportable que Roberto apenas notaba el dolor de su brazo, que se había convertido en un cosquilleo casi agradable. Lo peor en esos momentos era el dolor de pies, el cansancio de sus piernas, la deshidratación por estar sudando excesivamente y todas esas moscas que se posaban sobre sus vendas buscando algún hueco para alimentarse de lo que fuera que rezumaba por la herida. Por supuesto no había dejado de hacerle preguntas a la chica, como que porqué ese tipo era un gorila y no un cocodrilo, si cabía alguna posibilidad de parar a descansar o si no habría sido mejor dejarse matar y evitar así tanto sufrimiento. Pero la chica no le hacía caso, como de costumbre y caminaba a paso lento pero invariable, con los ojos casi cerrados como sumida en un trance. Y al final llegaron.



Allí, en medio de la nada había una casa oculta entre rocas, bastante grande y del color de la tierra árida que la rodeaba, aunque quizás era la misma tierra que se había ido adhiriendo a ella hasta mimetizarla con el entorno.

-Hemos llegado -dijo ella-. Sígueme pero no digas nada, bajo ningún concepto.

-¿Si me preguntan algo tampoco?

-Tampoco -respondió ella fulminándole con la mirada.




El interior de la casa estaba oscuro pero Roberto adivinó una especie de vestíbulo amplio, con algunas puertas en la parte opuesta a la entrada y varias ventanas cerradas a cal y canto, de modo que la única luz que entraba era la de la puerta principal, que estaba abierta como esperando su llegada. Caminaron hasta el centro de la estancia que parecía cubierto por una gruesa alfombra y entonces se oyó una voz masculina que pronunció la palabra “seiza”. Sandra se arrodillo para luego sentarse sobre sus talones con los pies apoyados sobre los empeines. Roberto trató de imitarla pero esa postura le causó un dolor considerable y desistió, quedándose en cuclillas. Sandra le fulminó otra vez con la mirada pero él, ya acostumbrado, se sintió poco afectado.

Una voz anciana, el hombre de antes, comenzó a hablar desde las sombras de las que solo se adivinaba su silueta.



-Me alegro de que hayas logrado llegar hasta aquí, discípula mía.

-No ha sido fácil, maestro. Los ascendidos andaban detrás de nosotros y esta vez han empleado técnicas mucho más directas y agresivas.

-Lo sé. Es comprensible teniendo en cuenta que este va a ser el último movimiento de esta guerra milenaria -respondió el anciano sin mostrar emoción.

-¿Soy la primera en llegar?

-Y la última. Me temo que todos tus hermanos han muerto.

Se hizo el silencio un instante mientras Sandra asimilaba la fatal noticia.

-Si soy la última del clan significa que deberé actuar en nombre de todos. Cumpliré la misión que me encomiendes.

-¿Y este joven que te acompaña?

-Es… Le atacaron los ascendidos. Es el único testigo de su existencia.

-¿Y por qué sigue vivo?

-Pensé que podía ser de utilidad. También quieren su cabeza, así que podría ser un buen cebo.

Roberto pensó en protestar pero luego recordó la advertencia de la chica y se mordió la lengua.

-En otras circunstancias habrías sido castigada por traer a un extraño aquí -dijo el anciano-, pero teniendo en cuenta la situación toda ayuda será necesaria para recuperar el “Kusanagi”.

-¿Sabemos donde está? -preguntó Sandra.

-En estos momentos en manos de los Ascendidos. Es un arma legendaria que debe elegir a su portador, así que ninguno de ellos se atreverá a reclamarla hasta que llegue su líder, el malvado Okinage. Tu misión será infiltrarte en su lugar sagrado, robar el arma antes de que se la entreguen a su líder y ponerla a salvo.

-Si maestro -respondió Sandra pegando la frente al suelo-. Traeré ese arma y acabaremos por fin con los ascendidos.

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