Empezamos el año igual que terminó, con la historia de Roberto y Sandra que lentamente va cobrando sentido a medida que nos acercamos al gran combate final que seguro estará cargado de epicismo. O igual no, porque todavía no he escrito esa parte.
Y por si no sabes de qué va todo esto, puedes empezar a leer desde el principio aquí.
05
A
partir de ahí siguieron el camino a pie. Hacía un calor tan
insoportable que Roberto apenas notaba el dolor de su brazo, que se
había convertido en un cosquilleo casi agradable. Lo peor en esos
momentos era el dolor de pies, el cansancio de sus piernas, la
deshidratación por estar sudando excesivamente y todas esas moscas
que se posaban sobre sus vendas buscando algún hueco para
alimentarse de lo que fuera que rezumaba por la herida. Por supuesto
no había dejado de hacerle preguntas a la chica, como que porqué
ese tipo era un gorila y no un cocodrilo, si cabía alguna
posibilidad de parar a descansar o si no habría sido mejor dejarse
matar y evitar así tanto sufrimiento. Pero la chica no le hacía
caso, como de costumbre y caminaba a paso lento pero invariable, con
los ojos casi cerrados como sumida en un trance. Y al final llegaron.
Allí,
en medio de la nada había una casa oculta entre rocas, bastante
grande y del
color de
la tierra árida que la rodeaba, aunque quizás era la misma tierra
que se había ido adhiriendo a ella hasta mimetizarla con el entorno.
-Hemos
llegado -dijo ella-. Sígueme pero no digas nada, bajo ningún
concepto.
-¿Si
me preguntan algo tampoco?
-Tampoco
-respondió ella fulminándole con la mirada.
El
interior de la casa estaba oscuro pero Roberto adivinó una especie
de vestíbulo amplio, con algunas puertas en la parte opuesta a la
entrada y varias ventanas cerradas a cal y canto, de modo que la
única luz que entraba era la de la puerta principal, que estaba
abierta como esperando su llegada. Caminaron hasta el centro de la
estancia que parecía cubierto por una gruesa alfombra y entonces se
oyó una voz masculina que pronunció la palabra “seiza”. Sandra
se arrodillo para luego sentarse sobre sus talones con los pies
apoyados sobre los empeines. Roberto trató de imitarla pero esa
postura le causó un dolor considerable y desistió, quedándose en
cuclillas. Sandra le fulminó otra vez con la mirada pero él, ya
acostumbrado, se sintió poco afectado.
Una
voz anciana, el hombre de antes, comenzó a hablar desde las sombras
de las que solo se adivinaba su silueta.
-Me
alegro de que hayas logrado llegar hasta aquí, discípula mía.
-No
ha sido fácil, maestro. Los ascendidos andaban detrás de nosotros y
esta vez han empleado técnicas mucho más directas y agresivas.
-Lo
sé. Es comprensible teniendo en cuenta que este va a ser el último
movimiento de esta guerra milenaria -respondió el anciano sin
mostrar emoción.
-¿Soy
la primera en llegar?
-Y
la última. Me temo que todos tus hermanos han muerto.
Se
hizo el silencio un instante mientras Sandra asimilaba la fatal
noticia.
-Si
soy la última del clan significa que deberé actuar en nombre de
todos. Cumpliré la misión que me encomiendes.
-¿Y
este joven que te acompaña?
-Es…
Le atacaron los ascendidos. Es el único testigo de su existencia.
-¿Y
por qué sigue vivo?
-Pensé
que podía ser de utilidad. También quieren su cabeza, así que
podría ser un buen cebo.
Roberto
pensó en protestar pero luego recordó la advertencia de la chica y
se mordió la lengua.
-En
otras circunstancias habrías sido castigada por traer a un extraño
aquí -dijo el anciano-, pero teniendo en cuenta la situación toda
ayuda será necesaria para recuperar el “Kusanagi”.
-¿Sabemos
donde está? -preguntó Sandra.
-En
estos momentos en manos de los Ascendidos. Es un arma legendaria que
debe elegir a su portador, así que ninguno
de ellos se atreverá a reclamarla hasta
que llegue su líder, el malvado Okinage. Tu misión será
infiltrarte en su lugar sagrado, robar el arma antes de que se la
entreguen a su líder y ponerla a salvo.
-Si
maestro -respondió Sandra pegando la frente al suelo-. Traeré ese
arma y acabaremos por fin con los ascendidos.
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