miércoles, 11 de abril de 2012

Cumpleaños (Paternidad parte 14)

Los niños crecen, esto es inevitable; y cada vez que llega la fecha exacta del nacimiento hay que celebrar una “pequeña” fiesta. No vale pasar junto al crío, darle una palmadita en la espalda y decirle “tal día como hoy, naciste”; hay que comprar una tarta, chuches, invitar a otros niños y claro, a otros padres. Horrible.
Con el cumpleaños del propio hijo no hay demasiado problema. Invitas a quien quieres, compras lo que quieres y en un omento dado puedes echar a todo el mundo a la calle y se acabó. Pero cuando se trata de cumpleaños de otros crios, la situación se vuelve algo más incontrolable.
Como va siendo habitual en mí, voy a narrar mi experiencia para que sirva de advertencia a otros padres.
Asalto 1: La calma antes de la tormenta.
Para empezar, nada más llegar al lugar de la celebración me doy cuenta de que hay muchísima más gente de la esperada. Es imposible que alguien tenga tantos amigos y familiares, sobretodo si ese alguien cumple uno o dos años. Pero el primer rato es tranquilo: Los niños comen gusanitos y patatas como si lo que estuviésemos celebrando fuese la inminente llegada del Apocalipsis, pero por lo demás bien. Solo hay que tener cuidado con dos cosas: No meterse en la boca ningún snack previamente chupado por algún crío y no entablar demasiada relación con otros padres, pues se podrían convertir en futuros invitados a las fiestas de cumpleaños de nuestro crío.
Asalto 2: El circo del mal.
Lentamente, a medida que los niños ven saciada su hambre de cosas que normalmente no pueden comer en casa, comienzan a jugar por todos lados. Como mi niña no es demasiado sociable, le cuesta entrar en el juego y eso me da cierto margen de maniobra. Yo juego con ella mientras los otros se dedican a destrozar sistemáticamente el lugar. Aquí nuestra misión consistirá en evitar que nuestro crío sea aplastado por los mayores y, en menor medida, evitar que aplaste a los más pequeños. Debemos evitar comer nada, ya que puede pasar que la patata frita que nos metemos en la boca esté blanda y mojada o que un simple cacahuete esté pegado a otro con un moco y acabemos comiendo mas de lo que queríamos.
Asalto 3: El vórtice de disformidad.
El rato entre el comienzo del juego y la llegada de la tarta es lo más peligroso de la tarde. Los niños juegan cada vez más a lo bestia y sus padres, viendo que no pueden controlar tal energía, los dejan en una esquina de la sala jugando con libertad. La cosa se va poniendo cada vez más chunga. Se oyen risas, gritos golpes secos de cabeza contra cabeza /suelo/ pared, llantos y más risas. Hay cosas que se rompen y la sola visión de la esquina de los niños produce mareos y vómitos. “Hay que dejarlos jugar a su aire” dice una madre positiva que trata de no ver como a su retoño le introducen varios artilugios de cocina de juguete por las orejas. Yo trato de retener a la mía en el borde justo del vórtice, pero éste va creciendo cual agujero negro y hay que recular para no ser absorbido por su fuerza.
Asalto 3: La tarta.
Cuando sacan la tarta todo vuelve a un aparente orden dentro del caos y la destrucción. Los niños se sientan, cantan cumpleaños feliz, el afortunado trata de soplar las velas y llena la tarta de babas y todos vuelven a comer en paz. La cosa está terminando.
Asalto 4: La huida.
En este punto ya hemos cumplido y nada nos retiene allí más que el gusto por quedarnos. Lo dicho, nada. Es el momento de alegar dolor de cabeza, prisa o lo que nunca falla “Esta se ha cagado” y salir pitando.
Epílogo: El duro mañana
Al dia siguiente me levanto la sensación de haber tenido un mal sueño. Uno de esos tan reales que te dejan mal rollo en el cuerpo. Voy hasta el cuarto de baño, me miro en el espejo y descubro un trozo de aceituna machacada en mi oreja. Me meto en la ducha aún vestido para limpiar cualquier indicio de lo que ayer sucedió y allí, hecho un ovillo en el plato de ducha, trato de recordar cual será el siguiente cumpleaños.

2 comentarios:

  1. Pobreto! Pero mira el lado positivo, seguramente a partir de ahora te lleguen muchas menos invitaciones.

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  2. Jajajaja, lo peor de todo es que aquí exagera bastante poco, la horrible realidad es casi como él la describe. Como somos bastante antisociables, tenemos sólo 2 o 3 fiestorras de estas al año, y se puede soportar...
    (Soy Isabel, y nado en moco)

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