miércoles, 1 de agosto de 2012

Sudores y lágrimas (Una odisea deportiva)


Creo que ya he hablado alguna vez sobre mi tormentosa relación con el deporte, especialmente el competitivo, por lo que creo que ha llegado el momento de contar una de mis más turbulentas al respecto: Cuando me apunté a un gimnasio.
Si señores y señoritas;  Llegó un momento en mi vida en el que, azuzado por médicos que viendo mi lamentable estado físico a los veintipocos me decían aquello de : “Deberías practicar la natación. Esque no se nadar. Pues juega al fútbol. Esque no me gusta.”; Terminando siempre con un rotundo “Pues deberías hacer ALGO”. Y claro, viendo mi escuálida forma (escuálido de flacucho, no de tiburón) , decidí ir y apuntarme.
Comencé bien, haciendo ejercicios que estaban pintados en una pared y todo eso, a mi ritmo, sin agobios… Pero pronto comencé a conocer el lugar y a ver sus pros y sus contras. Había un espejo; Un espejo enorme que ocupaba toda una pared y al que rápidamente le encontré utilidad, a la que bauticé como “La perspectiva”. Tal cosa consistía en, cuando había chicas haciendo sus estiramientos y eso, colocarme de tal modo que, sin que se notara, encontrara un ángulo que me permitiera ver algo interesante (dejo en el aire esto último que luego me miran mal, así que cada uno piense lo que quiera). Y todo iba bien hasta que me di cuenta de que los otros tíos… se miraban a ellos mismos. En serio. Una sala llena de tías en mallas y tops ajustados y los tíos mirándose  sus propios bíceps y tríceps, sentados en una banqueta levantando pesas. Entendería que mirasen a otros tíos si eso es lo que les gusta, pero… ¿A si mismos que se tienen ya todos los días? ¡Buscad la perspectiva, por dios! Y allí empezó mi paranoia. Me di cuenta de que todos los tíos estaban más o menos fuertes menos yo; el vestuario era un auténtico desfile de pectorales, abdominales a cuadraditos y extremidades infladas. Comencé a sentirme mal. ¿Qué pensarían de mi? ¿Hablarían en sus casas de ese tipo largo, blanco y desgarbado? ¿Me habría convertido, en mi afán de mejorar, en una ridiculez de la que burlarse todo el pueblo? Pero entonces llegó mi salvación.
Se apuntó un chaval nuevo al gimnasio; Yo le conocía por ser del pueblo, hijo legítimo de un profesor mío del instituto y por tener una novia infinitamente más guapa que él. El chaval era un desperdicio: Delgaducho, frágil, soso… Era mi puerta de salida de la miseria a la mediocridad, por lo que decidí sincronizar mis ejercicios con los suyos para terminar a la vez y encontrarnos en el vestuario. Y así fue. Una salita húmeda que apestaba a sudor y moho, llena de tíos cachas, yo y el nuevo. Se quitó la camiseta y sus costillas eran como esos portaCD’s de hierro tipo torre que un día sin querer los rozas y se caen dejando mermada para siempre tu colección; Se quitó el pantalón, y sus piernas, tan finas como mis muñecas, parecían las patas de un flamenco famélico. Sonreí sin querer. Pero cuando se quitó el calzoncillo mi sonrisa se desvaneció cual billete de 5€. Algo se desenrolló como un matasuegras de carne hasta sus rodillas y al levantarse comenzó a moverse como un péndulo, hipnótico, poderoso. Ahora entendía lo de su novia, lo de su auto confianza y el porqué toda la ropa le quedaba tan bien. Me levanté y salí corriendo sin ducharme ni nada; Le dije al gimnasta (yo, a los propietarios de gimnasios los llamo así, pues me parece lógico) que me borrara, que yo por allí no volvía y me dijo eso de “Pero hombre, si ahora ya empezabas a definirte” y yo le respondí con voz entrecortada “A definirme una mierda” y salí corriendo, calle abajo hasta encontrarme con el río, en el cual vertí mis lágrimas para que llegaran al mar y poder sentirme así, por una vez, parte de algo grande.

6 comentarios:

  1. « (...) y salí corriendo, calle abajo hasta encontrarme con el río, en el cual vertí mis lágrimas para que llegaran al mar y poder sentirme así, por una vez, parte de algo grande.»

    ¡¡Que poético!! Y... un gran artículo!! :D

    ResponderEliminar
  2. Lo del matasuegras lo estaba viendo venir desde hacía rato. Si es que no podemos juzgar a la gente tan alegremente por su aspecto exterior (por aspecto exterior me refiero al aspecto que tienen en el exterior, es decir, en la calle; el aspecto interior es el que se exhibe en la intimidad del dormitorio, o en las duchas de un gimnasio propiedad de unos gimnastas).

    ResponderEliminar
  3. Pero y aquella aventura cuando llovió tanto y tú venías en el coche del gimnasio y te subía el agua por encima del capó, y blablablablablablablablablablablaksdjfalsdkfjasdfjsdfjasdkfjasdfjksdleurqow

    ResponderEliminar
  4. Gracias por comentar, aunque veo que solo Riley ha sabido captar la esencia de la historia. Lolita, como siempre, se ha atragantado con el matasuegras.

    ResponderEliminar
  5. Con lo que me he atragantado ha sido más bien con tu historia, majo. Por cierto, no sería que con uno de los tintineos, aquel péndulo hipnótico te golpeó y a causa del dolor fue que saliste corriendo de allí.

    ResponderEliminar
  6. Llevo más de una semana buscando una definición de "atragantarse" distinta a la conocida para escudarme tras ella pero... no la hay. Asi que no me queda mas remedio que aceptar tu comentario con resignación.

    ResponderEliminar