Creo que ya he hablado alguna vez sobre mi tormentosa
relación con el deporte, especialmente el competitivo, por lo que creo que ha
llegado el momento de contar una de mis más turbulentas al respecto: Cuando me
apunté a un gimnasio.
Si señores y señoritas;
Llegó un momento en mi vida en el que, azuzado por médicos que viendo mi
lamentable estado físico a los veintipocos me decían aquello de : “Deberías
practicar la natación. Esque no se nadar. Pues juega al fútbol. Esque no me
gusta.”; Terminando siempre con un rotundo “Pues deberías hacer ALGO”. Y claro,
viendo mi escuálida forma (escuálido de flacucho, no de tiburón) , decidí ir y
apuntarme.
Comencé bien, haciendo ejercicios que estaban pintados en
una pared y todo eso, a mi ritmo, sin agobios… Pero pronto comencé a conocer el
lugar y a ver sus pros y sus contras. Había un espejo; Un espejo enorme que
ocupaba toda una pared y al que rápidamente le encontré utilidad, a la que
bauticé como “La perspectiva”. Tal cosa consistía en, cuando había chicas
haciendo sus estiramientos y eso, colocarme de tal modo que, sin que se notara,
encontrara un ángulo que me permitiera ver algo interesante (dejo en el aire
esto último que luego me miran mal, así que cada uno piense lo que quiera). Y
todo iba bien hasta que me di cuenta de que los otros tíos… se miraban a ellos
mismos. En serio. Una sala llena de tías en mallas y tops ajustados y los tíos
mirándose sus propios bíceps y tríceps,
sentados en una banqueta levantando pesas. Entendería que mirasen a otros tíos
si eso es lo que les gusta, pero… ¿A si mismos que se tienen ya todos los días?
¡Buscad la perspectiva, por dios! Y allí empezó mi paranoia. Me di cuenta de
que todos los tíos estaban más o menos fuertes menos yo; el vestuario era un
auténtico desfile de pectorales, abdominales a cuadraditos y extremidades
infladas. Comencé a sentirme mal. ¿Qué pensarían de mi? ¿Hablarían en sus casas
de ese tipo largo, blanco y desgarbado? ¿Me habría convertido, en mi afán de
mejorar, en una ridiculez de la que burlarse todo el pueblo? Pero entonces
llegó mi salvación.
Se apuntó un chaval nuevo al gimnasio; Yo le conocía por ser
del pueblo, hijo legítimo de un profesor mío del instituto y por tener una
novia infinitamente más guapa que él. El chaval era un desperdicio: Delgaducho,
frágil, soso… Era mi puerta de salida de la miseria a la mediocridad, por lo
que decidí sincronizar mis ejercicios con los suyos para terminar a la vez y
encontrarnos en el vestuario. Y así fue. Una salita húmeda que apestaba a sudor
y moho, llena de tíos cachas, yo y el nuevo. Se quitó la camiseta y sus
costillas eran como esos portaCD’s de hierro tipo torre que un día sin querer
los rozas y se caen dejando mermada para siempre tu colección; Se quitó el
pantalón, y sus piernas, tan finas como mis muñecas, parecían las patas de un
flamenco famélico. Sonreí sin querer. Pero cuando se quitó el calzoncillo mi
sonrisa se desvaneció cual billete de 5€. Algo se desenrolló como un
matasuegras de carne hasta sus rodillas y al levantarse comenzó a moverse como
un péndulo, hipnótico, poderoso. Ahora entendía lo de su novia, lo de su auto
confianza y el porqué toda la ropa le quedaba tan bien. Me levanté y salí
corriendo sin ducharme ni nada; Le dije al gimnasta (yo, a los propietarios de
gimnasios los llamo así, pues me parece lógico) que me borrara, que yo por allí
no volvía y me dijo eso de “Pero hombre, si ahora ya empezabas a definirte” y
yo le respondí con voz entrecortada “A definirme una mierda” y salí corriendo,
calle abajo hasta encontrarme con el río, en el cual vertí mis lágrimas para que
llegaran al mar y poder sentirme así, por una vez, parte de algo grande.
« (...) y salí corriendo, calle abajo hasta encontrarme con el río, en el cual vertí mis lágrimas para que llegaran al mar y poder sentirme así, por una vez, parte de algo grande.»
ResponderEliminar¡¡Que poético!! Y... un gran artículo!! :D
Lo del matasuegras lo estaba viendo venir desde hacía rato. Si es que no podemos juzgar a la gente tan alegremente por su aspecto exterior (por aspecto exterior me refiero al aspecto que tienen en el exterior, es decir, en la calle; el aspecto interior es el que se exhibe en la intimidad del dormitorio, o en las duchas de un gimnasio propiedad de unos gimnastas).
ResponderEliminarPero y aquella aventura cuando llovió tanto y tú venías en el coche del gimnasio y te subía el agua por encima del capó, y blablablablablablablablablablablaksdjfalsdkfjasdfjsdfjasdkfjasdfjksdleurqow
ResponderEliminarGracias por comentar, aunque veo que solo Riley ha sabido captar la esencia de la historia. Lolita, como siempre, se ha atragantado con el matasuegras.
ResponderEliminarCon lo que me he atragantado ha sido más bien con tu historia, majo. Por cierto, no sería que con uno de los tintineos, aquel péndulo hipnótico te golpeó y a causa del dolor fue que saliste corriendo de allí.
ResponderEliminarLlevo más de una semana buscando una definición de "atragantarse" distinta a la conocida para escudarme tras ella pero... no la hay. Asi que no me queda mas remedio que aceptar tu comentario con resignación.
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