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Ésto es una oveja |
Tal
como comenté en la entrada anterior (ver entrada anterior), no me caracterizo
precisamente por tener grandes aptitudes personales ni profesionales; soy una
persona mediocre tirando a la baja y como mucho puedo mover un poco las orejas
y conseguir que algún niño poco inteligente sonría. Pero si hay algo que me ha
acompañado durante toda mi vida y me ha dado un signo de distinción, eso ha
sido mi cabello. Muchos coinciden en que no es normal, tan sedoso, abundante y
con esa forma entre el rizo y la onda que tanto sale en la tele en los anuncios
de champús milagrosos. Mi cabello me ha dado muchas alegrías y también algún
que otro susto (una vez una rumana embarazada me estuvo insistiendo
insistentemente para que me casara con ella tras una breve conversación que
comenzó con si mi pelo era de verdad o un producto manufacturado), pero
siempre, siempre, ha estado ahí. ¿Siempre? No. Pues tras mi cabello hay una
historia oscura y misteriosa que voy a relatar ahora mismo para vuestro goce y
deleite.
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Éste no soy yo, aunque comparto cabello con el bueno de Ian. Espero no acabar como él... |
Resulta
que en mis años mozos yo tenía un amigo que se acababa de sacar la carrera de
científico loco. En esa época yo trabajaba realizando podas forestales y además
de ser un oficio duro y cansado, había que manejar maquinaria semipesada en
planos no demasiado horizontales, casi escarpados en algunos momentos, y
llegaba a temer por mi vida en más de una ocasión. Y una noche de relax,
hablando con Doc en mi casa (le gustaba que le llamaran Doc, como a… Bueno, ya sabéis
como a quién), le comenté mis temores de terminar mi vida despeñado y él se ofreció
a solucionar mi problema a partir del sencillo procedimiento de injertarme
células de cabra montesa, alterando mi adn y ácido desoxiriblufuénico (o algo
así, no me acuerdo bien), para otorgarme el prodigioso equilibrio de tan bellos
seres. Y acepté, como no.
Y allí
estaba yo al día siguiente, que era domingo y hacían fútbol, acostado en una
camilla manchada de sangre y orín, rodeado de cachivaches extraños y botes con
trozos de algo en formol y tras llenarme el cuerpo de electrodos y darme cuatro
jeringuillazos verdes, se realizó el cambio. El problema fue que aunque mi
amigo Doc era muy competente con el tema ingeniería genética y mutaciones en
general, la zoología se le daba fatal y me metió células de oveja en lugar de
cabra montesa. ¿Las consecuencias? Que ahora tengo lana en lugar de pelo. Ah, y
que hago la caca en bolitas también.
Y ya
está. Eso era.
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Y esto es lo que pasó cuando Doc les metió celulas mias a las ovejas. Previsible. |