jueves, 24 de enero de 2013

Costumbres (Paterindad parte 23)



Se nos hacen mayores. Nuestros pequeños retoños, que solo eran comer y dormir (y llorar), comienzan a aprender cosas, a copiar a otros y a pensar por sí mismos. Eso es bueno, claro, ya que esas hazañas infantiles son en muchos casos motivo de orgullo y satisfacción de los padres cuando el pequeño demuestra que es más listo, más hábil o más divertido (y por lo tanto mejor) que los otros críos. Pero cuidado. ¿Qué pasa cuando nuestro pequeño ángel hace cosas como decir palabrotas, pegar o romper objetos valiosos? Muy sencillo: Lo ha aprendido fuera de casa.

Y es que esto es la excusa inmortal. ¿Qué el niño se porta bien? Eso es que lo tenemos muy bien educado. ¿Qué escupe a la abuela y le da patadas en las muletas? Mira lo que aprendió el otro día que se quedó a comer en casa de su prima. De este modo, no habrá maldad suficientemente reprochable mientras nos queden personas a las que culpar.  Si llevamos al niño a casa de unos amigos y se pone a mearse en su sofá les diremos que tenía un tío que solía sacársela y mear donde le pillara y por lo visto, eso se lleva en los genes; Y cuando zarandee sin cuidado alguno ese jarrón de la dinastía Tang diremos que su abuela odiaba el arte y claro… De tal palo tal astilla.

De este modo descubriremos que educar no es necesario y que los valores, si es que existen, ya se los enseñarán en la escuela; Pero cuidado porque si de mayor no se convierte en el tipo de persona que deseamos (y que no le decimos que deseamos), la culpa será del sistema educativo deficiente; No como en Finlandia que allí sí que saben educar y todos los niños salen rubios y altos.

 Pero no hay de qué preocuparse. Lo importante es ser capaces de sentirnos cómodos y que la vida de padres no cambie tanto de cuando no lo éramos. Para ello lo mejor es ser capaz de ignorar esas costumbres maliciosas y rebeldes y poder leer el periódico o ver la tele mientras a nuestro alrededor se desata el apocalipsis. Comodidad ante todo. Ya habrá tiempo de lamentarse cuando lleguen a la adolescencia.

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