Como la
anterior entrada al final resultó ser un burdo remake de otra publicada dos
años antes, tras mucho deliberar he decidido contar algo original en ésta. No
solo original si no algo que me sume en tan profunda vergüenza que no pensaba
sacar jamás a la luz. Pero voy a hacerlo precisamente para recuperar mi honor
como bloguero tras la pifia anterior. Así que pónganse cómodos, damos y
caballeras porque comienza el relato que jamás debió ser contado; el episodio
más extraño en el que jamás me vi sumido (más incluso que aquella vez que creé
un gusano mutante que destruyó el mundo); voy a contaros cómo una vez me
confundieron con la amante de mi jefe.
Contaba
yo con 21 añitos. Tierno, rosado, redondito, imberbe… O quizás nada de esto
pero sí con una larga, rizada y rubia melena. Eso no lo puede negar nadie. En
esa época yo me dedicaba la jardinería y trabajaba en lo que cayera en mis
manos: Ayuntamientos, parques naturales, empresas privadas… Hasta que me
contrataron para suplir la baja de una monitora de un centro para personas con
discapacidad (ahora capacidades especiales, pero estoy hablando de hace casi
veinte años así que utilizaré las nomenclaturas de la época) cuyo compañero era
un tal J. Si. Se llamaba como yo.
Ese tal
J me sacaba diez años y no era un hombre que destacara por cuidarse. Estaba
regordete, un poco calvo (eso no era su culpa) y desaliñado… pero como no le
comenté nunca las impresiones que tenía respecto a su persona, nos hicimos
buenos amigos. Ambos compartíamos una visión parecida acerca de la profesión
que desempeñábamos, ambos compartíamos los pormenores de un trabajo harto
estresante como monitores y así surgió la idea de trabajar por nuestra cuenta
haciendo horas extra los fines de semana como jardineros freelancers.
Él se
asignó el papel de jefe al ser el que invertía el 100% de la pasta para el
negocio (vehículo, maquinaria, gastos…) y yo me limitaría a seguir ordenes y
cobrar una cantidad fija por hora. Y todo iba bien durante las primeras semanas
hasta que me habló de su novia.
Resulta
que la novia de J era una chica muy celosa. Eso no debería haberme importado lo
más mínimo en un principio, pero como trabajábamos con el vehículo habitual de
J y teniendo en cuenta que a un ser humano normal se le caen una media de 50
cabellos al día, su novia solía encontrar alguno de mis rizos dorados en el
asiento del copiloto de J, sospechando que éste tenía una amante. A mi esa
historia me pareció del todo insulsa, por lo que la olvidé, pero para J se
estaba convirtiendo en todo un problema, por lo que decidió forzar un encuentro
casual con su novia, para que ésta comprobara que el origen de tales cabellos
no era otra mujer.
Me
comentó que teníamos que pasar por su casa a recoger algo que se había olvidado
y dejó la furgoneta aparcada conmigo dentro en la puerta. A esa hora llegaba
puntual su chica y él pensó que al verme la cara, todas sus dudas
desaparecerían, pero no contó con que ella no vendría de cara…
Y ahí
estaba yo, esperando, sin poder mirar el móvil porque no existían todavía tales
aparejos, cuando de pronto una mano fina y delicada pero imbuida con la fuerza
de cien jabalises salvajes me agarró por el pelo y me sacó por la ventanilla de
un tirón al grito de “¡Zorra!”.
Así recuerdo yo la escena. Más o menos. |
Apenas
pude reaccionar. Bofetadas, tirones, arañazos, patadas… No entendía el porqué de
esa agresión y lo único que podía hacer era cubrirme la cara para que no me
desfigurara. Afortunadamente, los gritos de “Te estás tirando a J te voy a
matar” y “Todas las rubias sois igual de guarras” que profería la encolerizada
chica me dieron a entender que me estaba confundiendo por otra persona y además
de otro género, así que opté por zafarme de ella y apartarme la maraña de pelo
de la cara parta demostrarle que era un tío. Al verme cesó en su ataque, me
miró sorprendida y dijo… “¡Encima fea y más plana que una tabla de planchar!”.
Arremetiendo con más fuerza aún. Me iba a matar, estaba seguro, así que salté
por encima del capó, corrí hasta la parte trasera de la furgoneta y agarré una
azada con la que sacudí a la novia de J en la cara cuando se lanzaba sobre mí
de nuevo.
Sonó un
apagado “clonc” y cayó al suelo hecha un guiñapo. La miré. La verdad es que no
estaba nada mal la chica. No había motivos para que se sintiera celosa de un
tipo como J. Pero como ya se sabe que el amor no conoce de apariencias ni de
pensamientos racionales, no quise pensar demasiado en ello. Aquí cada uno con
sus relaciones y sus problemas. La metí en el remolque donde llevábamos el
compostaje y en el primer jardín que paramos la enterré bajo unos jazmineros
sin que J se diera cuenta. Ese año las flores crecieron más bonitas que nunca.
Por que sé que nunca has sido jardinero, que si no me preocuparía mucho...
ResponderEliminarPues sabe mucho de plantas, yo no le pegaré para no criar malvas o margaritas.
EliminarTe aseguro que si ha sido jardinero... cuantos cuerpos habrà enterrados por la zona...
Eliminarallí donde haya jazmines, puede que haya alguna víctima. Suerte que no sé que es un jazmín, sino estaría asustado cuando los viera.
EliminarEfectivamente, querido Sesmero.
ResponderEliminarHe sido jardinero y he estudiado el tema por lo que sé que el jazmin, al igual que las malvas son capaces de sobrevivir sobe un cadáver gracias a su alta tolerancia a la liberación de nitrógeno por parte de éste.
Me ha gustado mucho esta entrada. Me he partido de risa.
ResponderEliminarGracias Sergio.
EliminarA tus pies.