Cuando
apareció en los años 80 la magnífica película “Los cazafantasmas”, pocos podían
adivinar que el salir en busca de seres paranormales se iba a convertir no solo
en una realidad, sino en un negocio, y que en los entonces lejanos años 2010
(pongo esta fecha por eso de la odisea al espacio), la cosa iría de mal en
peor.
Hoy día
en España tenemos un ejemplo de búsqueda
de respuestas sobre lo paranormal bastante conocido: Iker Jiménez. Este señor
que no puede ponerse sombreros, dedica su tiempo a tratar de dar respuesta a todo aquello que escapa de la comprensión
lógica, por muy absurdo que parezca, y es el encargado de dar voz a quien
quiera expresarse. Recuerdo hace poco el testimonio de un fotógrafo, que cámara
en mano y haciendo fotos en el campo se topó con un extraterrestre y… ¡No se le
ocurrió fotografiarle! ¿Dónde más podría expresarse ese pobre e incomprendido
señor? Por suerte, el señor Iker está rodeado de un equipo de personas
dedicadas no solo a buscar tres pies al gato, sino a estudiar, comprobar,
debatir y desenmascarar cualquier caso fraudulento; A destacar su esposa, que
además de mostrar una posición menos propensa a la fantasía, añade un toque
sexy al programa, poniendo morritos y enseñando escote.
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Iker y su mujer, una relación paranormal. |
Pero
cuidado porque esto es España y como suele pasar, siempre vamos diez pasos por
detrás de países mejores, como Alemania, Japón o Estados unidos, y es en éste
último donde la caza de fantasmas en concreto ha alcanzado otro nivel. Allí, un
señor llamado Zak Bagans produce y dirige un programa llamado Buscadores de
Fantasmas (Ghost Adventures en el original) en el que junto a dos compañeros se
mete en los lugares más encantados del país con la sana intención de perturbar,
molestar y cabrear a los espíritus de los muertos. El formato del programa es
sencillo: Primero van al sitio en cuestión y nos lo enseñan mientras nos
explican las atrocidades y la cantidad de muertes violentas que allí tuvieron
lugar. El tío te lo dice tantas veces que al final acabas pensando “Es que es
imposible que allí no hayan fantasmas”. En la segunda parte vemos como llenan
el lugar de cámaras, micrófonos y todo tipo de aparatos tecnológicos dignos de la
teletienda. Después de eso dejan a Aaron (el gordo) solo en el lugar más lejano
del sitio y se dedican a acojonarle haciendo ruidos y tirándole piedrecitas o
algo; Cuando el chaval ya no puede más sale corriendo acojonado de la vida y acto
seguido comienza un festival de carreras, ruidos que solo ellos oyen, voces que
no se entienden y teatrillos varios representando posesiones, ataques
espirituales y otras cosas
inexplicables. Pero claro, ellos tienen que demostrar que esas presencias son
reales, que por algo llevan un equipo supersofisticado y están saliendo por la
tele, así que se sacan de la manga cualquier aparatucho extraño para obtener
esas pruebas; Los tíos tienen de todo: Cámaras nocturnas, diurnas, infrarrojas,
ultravioletas, megaazules, sensores de movimiento, de cambios de temperatura,
de toses pero lo más espectacular, lo más de lo más son unas gafas que
convierten la energía emocional que desprenden los espíritus, en voz. Tal como
lo explico es como es. El señor Zak se coloca las gafas, camina por ahí
preguntando cosas y las gafas van contestándole. Y ante la inevitable pregunta
de “¿Por qué unas gafas y no unos auriculares o un micrófono que sería lo más
lógico?”, tengo una respuesta clara: Porque a Zak Bagans le quedan de puta
madre. Y es que ese tipo no solo tiene los huevos de meterse en los sitios más
chungamente embrujados sino que es un chulazo hormonado que no tiene reparos en
llamar a grito pelado a los fantasmas desafiándoles a materializarse para darse
de tortas con ellos. Al final pruebas, pruebas no consiguen ni una, pero hay
que ver cómo entretiene el programilla.
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Zak Bagans: Pectorales a prueba de espíritus. |
Y tales
ejemplos (solo dos entre cientos), deben servir para ilustrarnos y hacernos
imaginar en qué será lo que nos depare el futuro en este maravilloso campo de
la pseudociencia que todavía está, paradójicamente gracias a ellos mismos, sin
descubrir.