Un
precioso día en los columpios. Mi niña ya posee cierta autonomía y ello me
permite disfrutar sin demasiados agobios del magnífico momento. El Sol brilla,
los pájaros cantan armoniosamente para así disimular su compulsiva manera de
cagar y las risas de los niños ocultan en parte los llantos de aquellos que no
se divierten tanto. Es el equilibrio natural de las cosas. Armonía cósmica.
Y como
no hay ying sin yang, una chica llega y se sienta en la otra punta de mi banco. La conozco; Es
“la rubia”; Una muchacha que dio a luz poco después de mi (bueno, de mi mujer,
maticemos) y que ya posee un segundo retoño, el cual sostiene en sus brazos. Se
ha dado prisa, pienso, y ha cogido algunos kilitos, pienso también, aunque
sigue estando de muy buen ver. Es normal supongo; Las gentes cambiamos y pasar
por dos partos no te puede dejar igual que estabas. La diferencia está en que
las mujeres sufren cambios más drásticos en esos procesos de alumbramiento
mientras que los hombres nos volvemos fláccidos y deformes de forma progresiva,
lo cual es igualmente triste pero más asimilable. Pero todo esto da igual.
Dejémoslo en que la rubia está gordita pero bien.
Lo
importante de esta historia es que el día es precioso. ¿Lo había dicho ya? La
niña juega con autonomía. ¿También lo había dicho? Y el niño nuevo de la rubia
llora porque tiene hambre. No, esto no lo sabíais. Total, que la rubia se
decide a sacar un pecho para alimentar a su hijo con total naturalidad, cosa
que es respetable hasta el máximo extremo imaginable y yo, una persona decorosa
por naturaleza, decido no mirar para no violentar a la madre. Pero por otro
lado, el evitar mirar quizás pudiera delatar cierto pudor y ello quizás molestara
a la chica al notar como evito visualizar su acción. Es por ello que ante tal dilema
decido mirar, sin lascivia alguna, solo ternura, al pequeño bebé que se
alimenta de la forma más natural del mundo. Y miro. Y veo. Una enorme esfera
blanca aparece en el horizonte eclipsando el Sol, las nubes y el día entero. Y como
si de un meteorito alimenticio se tratara, se hunde cual zeppelín en la cara
del niño, que la sorbe con avidez. La leche se desborda por las comisuras de
sus labios y de sus orejitas manan dos chorros que caen en cascada formando dos
charcos a sus lados. Tal desproporción de tamaños me desconcierta. Quiero
apartar la vista pero no puedo. ¿Quién iba a imaginar que la rubia guardara
algo así en el interior de ese holgado vestido premamá? ¿Cómo haber pensado que
esos kilos que había ganado estaban concentrados en un único punto de su
anatomía? Comienzo a sentir vértigo y a duras penas puedo levantarme. Le digo a
la niña que ha terminado el juego y nos alejamos del lugar entre tambaleos y
tropiezos. ¿Qué te pasa papá? Me pregunta. Que no me encuentro bien. Nos vamos.
Al
llegar a casa ya estoy mejor. Corro a la cocina y abro la nevera. Mi mujer se
enfada porque no son horas de tomar nada, que la comida ya casi está. Pero me
apetece tanto un vaso de leche…
No nos lo pones fácil para que comentemos tus idas de olla, ahora mismo solo se me ocurren cosas como: cochino, somarrano, recerdaco y cosas así. No puedo hacer una crítica constructiva solo con eso.
ResponderEliminarSi te soy sincero, nunca espero críticas constructivas de mis entradas, ni siquiera que ningún ser humano las lea. En cualquier caso me alegra saber que me lees y que te esfuerzas en sacar conclusiones positivas de ellas.
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