Día de
compras; Diversión. Nervios y prisas; una hora de coche. Llegamos con hambre y
buscamos donde comer: Asia, Hollywood, Estambul… Viajar es más barato de lo que
dicen por ahí, así que hacemos una parada en México; Esto es precioso. El lugar
representa un pueblo típico mexicano pero sin narcos ni violencia y además
puedes comer todo lo que te quepa. Salimos hinchados pero contentos. Compramos,
compramos y compramos, pero no demasiado ya que en realidad solo miramos,
miramos y miramos.
El Ikea
nos espera, hay que amueblar una habitación. Entramos en un laberinto de una
sola dirección y al poco me siento como un ratón enjaulado. Hay de todo. Hay
tanto que ya no sé ni qué veo. Las gentes discuten, gritan, saltan y se golpean
el pecho con ambos puños. Les entiendo a casi todos, esto es desesperante. Los
pies duelen, la espalda duele y la cabeza duele, pero al terminar el recorrido
nos obligan a un segundo en otra planta.
En un muro hay imágenes de otro país y junto a ellas unas breves líneas me dicen que es un lugar maravilloso. Me hablan de la mejor comida, las mejores gentes, los mejores paisajes y dicen algo sobre un hombre que tuvo un sueño y que ahora yo formo parte de él. No conozco de nada a ese señor pero me siento orgulloso de él, de su trabajo y de su tierra. Hoy me siento más sueco que nunca, aunque eso tampoco es decir demasiado.
En un muro hay imágenes de otro país y junto a ellas unas breves líneas me dicen que es un lugar maravilloso. Me hablan de la mejor comida, las mejores gentes, los mejores paisajes y dicen algo sobre un hombre que tuvo un sueño y que ahora yo formo parte de él. No conozco de nada a ese señor pero me siento orgulloso de él, de su trabajo y de su tierra. Hoy me siento más sueco que nunca, aunque eso tampoco es decir demasiado.
Por fin
salimos con una caja de cartón llena de madera en el carro y algunos peluches.
Estamos agotados y hambrientos y ELLOS lo saben; Por eso han preparado un mini
restaurante a la salida. Nos topamos con él inevitablemente y nos planteamos si
quedarnos o buscar un lugar mejor. Demasiado cansados para buscar. Pedimos
comida sueca: Un Frankfurt pellejudo, croquetas de carne y para beber, refresco
de arándanos rojos. No me creo que los suecos coman eso. Ya se habrían
extinguido hace mucho. Llegamos a la mesa y vemos que las sillas no existen.
Comemos de pie y aunque saciamos el hambre, el cansancio se acrecienta. Hay
gente mayor que no ha resistido y yace en el suelo con la cara cubierta de
albóndigas.
Me da
miedo hacerme mayor y no ser capaz de resistir el ritmo de vida. Nuestros abuelos
no podrían soportar lo que nosotros llamamos “vida normal”. El estrés se ha
convertido en algo tan familiar que se ha desvirtuado y ahora solo podemos
quejarnos cuando estamos “superestresados”. Trabajar 10 horas al dia, 6 dias a
la semana, no es tan malo con la que está cayendo. Echo un último vistazo a los
bosques suecos en la pared y suspiro.
Llegamos
a casa, acostamos a la niña, descansamos por fin. Abro la caja y miro los
tablones de madera. Un mueble nonato que me mira a su vez. Percibo el odio. Él
era un bosque hace poco y ahora se va a convertir en algo para guardar mis
trastos. El mueble me odia. Los bosques me odian porque saben quién soy: Uno de
esos monos mutados que devoran la tierra bajo sus pies. Siempre he tenido
cierta empatía con los vegetales y por eso les comprendo.
Me he cansado (y estresado) sólo de leer tu relato, y pensar que el fin de semana es para eso.....
ResponderEliminar¿Me... alegro?
Eliminar¿Gracias por comentar?