Una
pequeña reflexión a modo de introducción:
Vivimos
tiempos aciagos, ciertamente. Expresiones que antaño eran habituales y
perfectamente aceptadas por la sociedad, ahora han quedado denostadas por el
uso continuo que les damos y han perdido su verdadero significado, quedando
relegadas a otros estratos de la expresión. ¿Qué de qué mierdas estoy hablando?
Pues de la gente a la que (como yo) les gustan los animales, pero sin pasarse.
El caso
es que hace unos años cualquiera podía decir “Me gustan los animales” o “No me
gustan los animales” sin que pasara nada. Pero actualmente la afinidad por las
mascotas ha llegado a tal punto que decir que simplemente nos gustan o incluso
que nos gustan mucho (o muchísimo), se queda corto y hay que decir cosas como
“Soy un GRAN amante de todos los animales que hay sobre la tierra”. Tal
exageración tiene la contrapartida de que si aparece alguien que a la vieja
usanza dice eso de “Pues a mí no me van mucho los animales…” se le considera automáticamente un sádico
torturador de cachorritos indefensos, con el lógico trato que eso implica.
Pero
como ya he dicho antes, a mí me gustan los animales sin pasarme, y tengo y he
tenido mascotas a las cuales he tratado con el mismo respeto y pasión que ellas
sentían por mí (o sea escaso) y si de entre todas ellas tuviese que elegir a
una, esa sería mi perrita Piccolina. Y ahora voy a explicaros su historia.
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Ésta era Piccolina cuando llegó a mi casa. |
La
historia de Piccolina, parte 1:
Resulta
que hace muchos años, cuando yo todavía vivía en el pueblo, mi abuela tenía una
perrita de raza pequeña, de esas sin pedigrí ni nada, la cual tuvo cachorros.
Desconocemos aún a día de hoy con qué clase de perro se aparearía, pero tenía
que ser un especímen sumamente ridículo, ya que los cachorros salieron
minúsculos y de proporciones algo extrañas. Y entre ellos había una perrita
negra y blanca, redondita y de patitas demasiado cortas a la que llamamos
Piccolina porque dijo mi tía que significaba “pequeñita” en no sé qué idioma. Y
hay que reconocer que era un animal cariñoso; daba ganas de subirla al sofá,
meterla en la cama, guardarle ese trocito de carne sin nervios y en definitiva,
de quererla por su simpatía y graciosismo extremos.
Pero
esa bella historia de amistad perro-humano se truncó el día en el que, por
error, le dimos a probar carne cruda.
Carne
humana, además.
El
terrible suceso de las setas y la lasaña.
Lo que
pasó resulta muy sencillo de entender. Viajaba con mi padre por el campo
(conducía él, debo aclarar), cuando se nos cruzó de improviso un señor que por
lo visto andaba recogiendo setas y lo atropellamos. Lo atropellamos mucho, ya
que tras el golpe inicial, mmi padre, que era muy prudente, decidió hacer
marcha atrás para asegurarse de qué era eso y el hombre quedó espanzurrado y
cubierto de setas, lo que le da nombre a este triste capítulo.
Mi
padre y yo contemplamos el espectáculo y coincidimos en la opinión de que era
una pena dejarlo allí, tal cual, de la manera que había quedado; pero como ya
veníamos de comer y no teníamos hambre, se lo dimos a Piccolina.
La
historia de Piccolina parte 2:
A
partir de ese momento, Piccolina no volvió a ser la misma. Cuando tenía hambre
nos miraba con los ojos inyectados en sangre y soltaba espuma por la boca. Más
de una vez tuve que sujetarla con todas mis fuerzas (a pesar de que no medía
más de veinte centímetros desde el morro hasta la cola) y hacerla volver en sí
con frases como “¿Es que no me recuerdas?” “Soy yo, tu amigo”, las cuales la
hacían entrar en modo flashback, recordar momentos bonitos a cámara lenta y
música de piano de fondo y volvía a ser la de antes… Hasta el siguiente
episodio.
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Y así se ponía cuando tenía un día malo. |
Desgraciadamente,
tal situación era insostenible, así que decidimos, con todo el pesar de nuestro
corazón, dar a Piccolina en adopción. No tardaron en llevársela, ya que su
simpatía y su aspecto inocente la avalaban. Al final la llevaron a un asilo
para hacer no sé qué terapia con personas mayores. Salió por la tele y todo.
Dijeron que el lugar había sido asaltado por una manada de lobos hambrientos
por el estado de los cadáveres, pero no se encontró ni rastro de Piccolina.
Solo
espero que esté bien.