El
taxista se revolvió sobre sí mismo y escupió sangre sobre el sucio suelo del
callejón. Después miró hacia arriba, donde la silueta de El Padre estaba
recortada contra las luces del taxi que bloqueaba la entrada.
- Dime
quien fue. –Le preguntó al taxista.
-Nunca
vas a saberlo, idiota. –Respondió con cierta bravuconería el taxista, a pesar
de su situación.
-¿Vas a
obligarme a sacarte las palabras a la fuerza? –Dijo El Padre dando un paso al
frente.
El
taxista trató de retroceder, pero su cuerpo magullado le impidió alejarse más
allá de un par de pasos. Pero su cerebro, alterado por el estrés, funcionaba a
toda velocidad, recordando cómo había llegado allí.
Había
subido a ese hombre extraño en una céntrica avenida. Parecía un padre de
familia normal, alto, fuerte, pero de mirada triste. Trató de entablar
conversación con él pero de nada sirvió; estaba obnubilado y solo sabía darle
indicaciones que le fueron alejando del centro y meterse en uno de esos barrios
por los que le gustaba tan poco conducir. Finalmente se detuvieron y cuando fue
a pedirle el importe de la carrera, con una sola mano le agarró del pecho y le
sacó fuera del taxi, arrojándolo en el callejón. Al principio trató de pelear,
pero fue en vano; era un tipo duro de verdad. El Padre se presentó y le explicó
su historia: Por lo visto acababa de descubrir que su hijo no era suyo sino de
un taxista, y estaba bastante cabreado por haber tenido que mantenerle todos
esos años y haber tenido que aguantar innecesariamente a su mujer, que por lo
visto estaba algo trastornada. Ese sería el resumen.
-Ya te
he dicho que yo no sé nada, gilipollas. ¿Cómo voy a saber quién se tiró a tu
mujer? Los taxistas no nos contamos estas cosas.
-Debe
de haber un registro en algún lugar. Dime dónde puedo encontrar esa información
y te dejaré en paz.
-¿Registro?
Debes ser imbécil. Nadie nunca te dirá como llegar hasta él. Da igual qué…
-Pero un puntapié en las costillas cortó la frase del taxista.
-Me lo
vas a decir. –Dijo El Padre con calma. –Por las malas o por las peores me lo
vas a decir.
La
mirada fría de El Padre congeló el corazón del taxista, que se estremeció y se
derrumbó, obligándole a confesar.
-De
acuerdo… -Titubeó. –Hay alguien… Alguien que controla todos los taxis de la ciudad.
Él sabrá…
-¡Habla
de una vez!
-Su
nombre es… es…
El
rostro del taxista se convulsionó en una mueca extraña, lanzó un grito ahogado
y su cabeza estalló como si alguien le hubiese metido una pequeña bomba en el
cráneo. El padre observó la escena sin alterarse. Sabía qué había pasado. Podía
reconocer el dim mak, el golpe de la palma temblorosa; una técnica ancestral
que permite “marcar” a alguien y matarle cuando éste va a realizar algo
prohibido por el ejecutor. Algo como revelar su nombre. Pero la misma técnica
había revelado a El Padre quién estaba detrás de todo eso. Solo un hombre en
toda la ciudad era capaz de dominar el dim mak, y sabía dónde encontrarle. Solo
era cuestión de tiempo.
Continuará…
No podía imaginar que fuera por ese lado, me encanta
ResponderEliminarNo podía imaginar un post en este blogg sin referencias a tetas...
ResponderEliminarMe alegro de que ambos no podáis imaginar.
ResponderEliminarGracias por comentar.