Una
calurosa y horrible tarde de verano. La temperatura en el exterior es de 42
grados; en la cabina del camión, parado bajo el Sol a la espera de un gruista
alcanza unos incómodos 58. El universo parece haberse paralizado, así que
decido buscar la mejor opción para pasar la tarde buscando sombra y leyendo un
libro. Y así es. Me siento bajo un poste eléctrico, abro uno de esos libros de
Ravenloft de los que tanto hablo ahora en el otro blog y disfruto de una ligera
brisa pegajosa. Odio mi trabajo, pero de vez en cuando me brida estos pequeños
momentos de abstracción, y yo los aprovecho. Pero de pronto algo rompe mi
momento de paz. Un camión se detiene cerca de mí. El chófer observa la
situación de la fábrica en cuestión, baja de la cabina, mira alrededor, me ve…
y me sonríe.
Mierda.
La
sonrisa, por si alguien todavía no lo sabe, es el mayor acto de hipocresía que
puede realizar un ser humano. La gente sonríe para ganarse el favor de aquellos
a los que va a perjudicar de algún modo, para mentir, asesinar, violar y
destruir, en general, al prójimo. De hecho si nos fijamos bien nos daremos
cuenta de que en el reino animal, solo aquellos seres con la capacidad de hacer
el mal pueden sonreír, y esos son los seres humanos, los chimpancés (que se les
ve la mala hostia y la cabronería a la legua) y los payasos.
Pero centrémonos
en mi historia.
El
camionero me sonríe, me saluda con la cabeza y viene hacia mí. Yo utilizo mi
libro como escudo, levantándolo ligeramente y leyendo sin mirarle. Pero a pesar
de eso, el muy idiota sigue acercándose a mí enseñándome los dientes tras el
ictus de sus labios. Finalmente, cuando está a pocos metros, oigo un sonoro
“¡Ieeeeeeh!”, típico saludo camioneril. Le ignoro y sigo con la cara pegada a
mi libro pero de nada me sirve.
Y ahora un apunte literario.
Los
libros no son cultura ni son arte ni son una polla en vinagre. Los libros los
inventó alguien que estaba hasta los huevos de que le molestaran y necesitaba
una excusa para que le dejaran en paz. Leer un libro es una forma de decir “no
estoy”, es una declaración de ausencia y desprecio por todo lo que pueda
suceder alrededor. Si alguna vez se incendia un edificio y al entrar los
bomberos se encuentran a un señor leyendo, es que no quiere que le rescaten y
desea ser devorado por las llamas junto al resto de su vivienda. Leer un libro
es decir “que jodan al mundo”. El problema es que en este país nuestro (España
en el momento de escribir esta entrada) hay muy poca cultura literaria y la
peña no sabe todo esto, por lo que se ven con potestad de interrumpir una
lectura y meterse en la vida del lector. Y eso hizo ese camionero .
Volvamos al
relato.
Como
decía, el camionero intruso llegó ante mí, obligándome a mirarle a sus ojos,
que eran diminutos y brillantes como los de un roedor. Me sonrió más. Yo me
puse más serio si cabe. Y me habló. “Menudo día de calor…¿Eh?” Normalmente no
me gusta hablar, pero en ese momento, en mi sombra, con mi libro, era lo que
menos deseaba en el mundo y aún menos si cabe, una conversación banal de esas
del tiempo, el trabajo y qué vas a hacer en vacaciones (-Ah vas a tu pueblo que
bien así ves a la familia que seguro que te echan de menos –Y tú que mierdas
sabes si me echan de menos o no, soplap***as). Y así empezó una especie de
monólogo en el que él hablaba de cosas mientras yo asentía muy serio y echaba
vistazos fugaces a mi libro, del cual ya había perdido el hilo, pero del cual
no podía escapar por una cuestión de educación.
La educación.
Las
personas educadas son las que llegan a algo en la vida; las que reciben favores
y respeto de sus semejantes. Y sin sonreír. A mí me enseñaron a ser educado; a
abrir las puertas a las señoras mayores, a ceder el asiento a las señoras
mayores, a llevarles las bolsas de la compra a las señoras mayores y a levantar
del suelo a las señoras mayores que se caían, presas de la debilidad y la
descoordinación propias de la edad (aunque sospecho que algunas se tiraban para
que yo las recogiera). ¿He comentado que crecí en un barrio plagado de señoras
mayores? La cosa era que ese camionero no era una señora mayor. Era un
chimpancé con ojos de roedor que hablaba de cosas que no me interesaban sin
comprender el verdadero propósito de los libros y estropeándome mi momento de
paz. Y mi educación me impedía mandarle a la mierda.
Así que solo encontré una
solución.
Alargué
la mano y alcancé una losa de mármol de unos cinco kg aproximadamente. Lo bueno
de las fábricas de mármol es que hay mucho mármol disponible. Me levanté,
adopté una pose similar a la del Discóbolo de Mirón y se la arrojé con precisión
mortal a la sien. La losa le alcanzó demasiado de lado y se partió en su
cabeza; el camionero gritó entre sorprendido y dolorido y se llevó las manos a
la zona afectada de la que empezaba a brotar una sangre sorprendentemente clara
y fluida, no como el sirope que usan en las películas. Me miró y le sonreí. Y
se alejó, por fin, dejándome solo con mi libro de nuevo.
La pose era esta, pero yo la tengo más grande. |
Y las hienas, no te olvides de las hienas...
ResponderEliminarLas hienas no sonríen. Las hienas ríen. No es lo mismo. Es una declaración sincera de alegría.
EliminarGracias por comentar.
Curiosos matiz, no me había parado a considerarlo así. Entonces, ¿el perro que va con Pierre Nodoyuna ríe o sonríe? Nunca lo tuve claro, la verdad... :D
EliminarA ese perro se le conocía comunmente como "Risitas", por lo tanto reía; si no, habría sido "Sonrisitas".
EliminarUmm, no sé... el lenguaje y la mentira se inventaron el mismo día, igual pretende engañarnos para que pensemos que es bueno porque no sonríe.
EliminarMejor ni comento.
ResponderEliminarGracias por no comentar.
EliminarMe encanta tu sonrisa final ante el reguero de sangre de ese ser intelectualmente vacío. Chapó por ti.
ResponderEliminarEhm... Gracias? Me encanta tener lectores como tu? Vuelve por aquí cuando quieras?
Eliminar¿y las sonrisas de los mensajes de texto? ;-)
ResponderEliminar¿Cómo los consideraríamos? ¿cómo tienes tan buena puntería? yo hubiera tirado la piedra y me hubiera dado en el pié, seguro que hay un entrenamiento detrás ;-), para que veas, sonrisa con guiñó.