La fina
línea que separa al buen padre del mal padre es tan difusa, que hace que muchos
padres no sepan en qué lado se encuentran, y ello les genera cantidades enormes
de ansiedad y angustia. Y es que la cosa está difícil. A causa del noble arte
de la comparación, siempre podemos encontrar a alguien que lo hace mejor y
otros que lo hacen peor, lo que nos hace caer en un vórtice de desesperación
que nos arrastra en una espiral de incertidumbre.
Donde
sí lo tienen claro es en Estados unidos. Allí, el mal padre se define como
aquél que no acude a las funciones de fin de curso de sus hijos por cuestiones
laborales. Lo habréis visto mil veces en mil películas (o la misma película mil
veces, también valdría); un hijo con carita de pena le dice algo así a su padre
“Papá, papá… El viernes es la función del cole… ¿Podrás venir a verme?” y
entonces el padre se agacha a su lado, le pone una mano en el hombro y le dice
más o menos “Papá tiene una reunión muy importante el viernes. Pero te prometo
que el año que viene…” y entonces suena una musiquita triste y el niño camina
hacia su madre lentamente mientras ésta mira al padre con una de esas miradas
que dicen “Como esto siga así, me voy a tirar a otro” y el padre traga saliva
con dificultad.
Si aquí
en España nos basáramos en el mismo baremo, yo sería el peor padre del
universo, algo monstruoso e infernal, una criatura hecha de vil oscuridad que
come palomitas y ríe a carcajadas viendo vídeos de campos de refugiados sirios
(Puta Unión Europea, para Eurovisiones y mierdas sí tienen dinero) con los pies
apoyados en el lomo de su pequeño. Pero a ver cómo les explico a mis hijas que
no salgo de casa cuando ellas todavía duermen y vuelvo por la noche cuando ya
casi se acuestan; por gusto. A ver cómo les hablo de las obligaciones, de los clientes
y de los gastos. Y a ver cómo mierdas les cuento que papá, si pudiera, montaría
un campo de estacas para empalar a todos esos señores que le llaman por
teléfono, a lo Vlad.
Y es
por eso, por la falta de una definición clara de qué es un mal padre, por lo
que dudo. Y cuando dudo, escribo. Y cuando escribo, pienso. Pienso en que
llegará un día en el que ahora mi fibroso cuerpo será viejo, blando y arrugado,
y languideceré en una residencia mohosa atendido por cuidadoras no atractivas y
desganadas mientras en algún lugar mis hijas hablan en una cafetería sobre lo
mal padre que fui.
Siempre seremos malos padres, las hijas nos odiarán hagamos lo que hagamos, ni varemos ni leches.
ResponderEliminarSobre todo cuando sean pre-adolescentes, adolescente, post-adolescentes, pre-mamis, mamis y post-mamis.
Gracias por los ánimos amigo.
EliminarNah hombre...para eso estamos o ni para eso
EliminarEsto es más sencillo de lo que parece ¿te dicen tus hijas "papi te quiero de vez en cuando"? Pues entonces no lo estaremos haciendo tan mal...
ResponderEliminarÉsto me gusta más. Aunque mi pequeña aún no habla...
EliminarLa mía tampoco, pero me lo dice con la mirada...
Eliminara mi me dice la pequeña, "¡¡¡¡maaaaaaloooo, veeeteee, maaaaamiii!!!¡¡¡maaaaamiii!!!" sólo por despertarla
EliminarLo importante no es lo que no hacemos con el tiempo que no tenemos, sino como gestionamos el que tenemos.
ResponderEliminarCierto. Aunque después de jornadas laborales de más de diez horas, cuesta gestionar el tiempo más allá del sofá y el dormir.
EliminarY gracias por comentar.