Todavía
no son las dos de la tarde cuando entro en el restaurante. Es un local pequeño
y hoy está bastante concurrido, así que me preocupa que no tengan mesa para mí.
Me acerco al señor de detrás de la barra y le pregunto.
—¿Mesa
para uno tendrán?
—Claro,
siéntese en aquella —me dice señalando a una esquina en la que no se ve mesa
alguna.
—¿En
cual?
—Aquella.
-Es que
no la veo…
—Allí
detrás —me dice—. ¿Ve ese pilar?
—¿Ese
pilar de caravista que tiene como dos metros de ancho?
—Justo
detrás está su mesa.
—Gracias.
Y así
me dirijo hasta mi mesa, que efectivamente era casi invisible desde la barra y
me siento. Es un lugar extraño. El pilar es tan grande que apenas deja pasar
los sonidos del restaurante, como si me encontrara en otro lugar aislado, solo.
Si estiro el cuello puedo ver las otras mesas donde la gente come y habla. Es
un buen sitio este por lo visto, recomendado por mucha gente y barato. La mesa
está preparada con los cubiertos, la innecesariamente larga copa (es para
limpiarla más fácilmente, cuentan los expertos) y una cestita con pan. Espero a
que me atiendan.
Pero no
me atienden.
Veo
pasar al camarero, un chico delgado de movimientos rápidos y nerviosos que
corre de una mesa a otra frenéticamente pero que en ningún momento parece notar
que yo estoy ahí. Cambio ligeramente la posición de mi silla para obtener más
visibilidad, pero es inútil; el enorme pilar obstaculiza toda visión.
El
tiempo pasa, mi hambre aumenta y la holgada hora y media que tenía para comer
comienza a desvanecerse. Miro el reloj. Llevo media hora ahí sentado. Resisto
la tentación de comerme el pan. Miro al suelo, al pie del pilar y veo una
colilla. Una colilla… Eso significa que por aquí no ha pasado nadie ni a barrer
desde que entró en vigor la ley antitabaco del 2006… Empiezo a pensar que hoy
no como.
Veo
como las gentes de las mesas adyacentes comen, terminan, se van, llegan otros,
les atienden, comen… Un ciclo vital del que yo no formo parte por culpa de ese
maldito pilar. Lo odio. Quiero verlo morir. ¿Pero y si no fuera culpa del
pilar?
Mi
mente hambrienta comienza a pensar en que quizás sea algo menos complejo. Quizás
simplemente el lugar donde me hallo se encuentre en una especie de bucle
dimensional, un bolsillo planar que hace que la luz no rebote y por ello nadie
me puede ver ni oír. Quizás no sea el único que ha pasado por esto. Puede que
ese señor que fumó aquí hace diez años acabara consumido por la antimateria que
terminará sin duda también conmigo. O quizás ya no estoy. Quizás ya he sido destruido
en el instante en que me he sentado pero sigo creyendo que existo y voy a tener
que vagar detrás de este pilar eternamente. La incertidumbre me aplasta. No
puedo más. Debo comprobar si sigo vivo.
Miro a
la mesa de al lado y veo a un señor comiendo chuletas. Medirá dos metros, con
el cuerpo cubierto de tatuajes y unos músculos tan enormes y tensos que uno diría
que esas chuletas de cordero pesan toneladas. Su nariz es chata y está
aplastada, como la de los boxeadores. Me parece alguien tan válido como
cualquier otro para hacer la prueba. Me levanto y me dirijo a él. No percibe mi
presencia. Me meto un dedo en la boca, lo chupo y lo ensalivo bien y luego se lo
meto en la oreja. Lo nota. Se gira y me ve allí detrás, con un dedo en su oreja
y sonriendo. Deja las chuletas en la mesa, flexiona un codo hacia atrás
colocando su brazo perpendicular a su cuerpo, como si fuese un ala y lanza el
puño cerrado contra mi. Me agacho justo a tiempo y el puño se estrella contra
el pilar que se quiebra con un crujido ensordecedor. El pilar se derrumba con
parte del techo inundando el comedor de polvo y cascotes.
Se
rompe el hechizo. De pronto el camarero me ve, yo veo al resto de la sala. El
boxeador sonríe al entender lo que ha pasado y todos somos felices.
—¿Qué
quiere de primero? —me pregunta el camarero con alegría.
—Brocoli,
por favor —le pido—. Con muy poquita sal.
*Entrada dedicada al abnegado y sacrificado gremio de camareros, hosteleros y boxeadores*
¿y qué pediste de segundo? la historia no puede acabar sin saber el segundo y el postre... cuanta intriga.
ResponderEliminarJajajajaja
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