jueves, 14 de enero de 2021

Kings in time, escena 1: La Cafetería

Queridos lectores y lectora, como ya anuncié en la entrada anterior, voy a publicar en primicia mundial un relato que lleva escrito (y en espera de publicación "oficial") algunos años ya. Se trata de la continuación (aunque puede leerse de forma independiente) de "El incidente de Belén", un cuento publicado en el libro "La onomatopeya del ladrido, y otros relatos pulp, que también podréis leer en este blog si buscáis el tag "El incidente de belén". Os animo a leerlo, a intentar entenderlo y si no es demasiado pedir, a comentar y exponer vuestras impresiones.

 



1

La cafetería estaba casi desierta a esas horas pero a pesar de eso estaban tardando mucho en servirles. El camarero apareció por fin con cara de pocos amigos; dos o tres a lo sumo, ya que la gente, a partir de cuatro ya no muestra esa expresión de amargura. Dejó un café acompañado de un croasán delante de Hassan y un zumo de naranja frente a Cheng con un movimiento tan brusco, que parte del contenido del vaso se derramó y salpicó la camisa del oriental. El camarero le miró de reojo y se marchó sin disculparse por su falta de profesionalidad.

-Parece que le caes mal –dijo Hassan mientras partía el croasán.

-No debería sorprenderme, supongo –respondió Cheng mientras trataba de limpiar su camisa con una de las hidrófobas servilletas de la cafetería.

Cheng era oriental, aunque ni siquiera un experto en el tema sabría determinar de qué parte de oriente. Podría ser chino con ascendencia india o viceversa, posiblemente ni siquiera eso. Vestía completamente de blanco, con una camisa y pantalones anchos y unas sandalias del mismo color sin calcetines. No era demasiado alto ni ancho, y sus cabellos eran completamente blancos a pesar de que no habría cumplido los treinta, por lo que tenía el aspecto de un hombre frágil, aunque había algo extraño en sus ojos. Su mirada no era la de alguien delicado, sino que parecía ocultar algo antiguo y extraño, como un pozo en cuyo fondo se agita algo imposible de discernir.

El comportamiento del camarero no era extraño para él ni para Hassan. Cheng caía mal a la gente. Sin motivo aparente. Simplemente por estar allí, como si no fuera su tiempo ni su lugar. Como si su mera presencia removiera algo primario, latente en los corazones de quienes se cruzaban con él y despertara antipatías de miles de años de antigüedad. Pero por supuesto nadie llegaba a preguntarse el porqué; simplemente le ignoraban o le trataban con la mayor celeridad posible antes de alejarse.

Hassan en cambio, era un hombre bonachón que despertaba las simpatías de quienes se molestaran en conocerle un poco. Era de origen árabe, aunque cada vez que le preguntaban decía venir de un país distinto, como si no tuviese del todo claro su verdadero origen. Estaba visiblemente gordo, a pesar de que llevaba tiempo haciendo un gran esfuerzo por perder peso, y los resultados estaban notándose. Vestía con la típica chilaba y aunque era muy aficionado a los turbantes, se cuidaba de no llevarlos más que en ocasiones especiales, ya que no le gustaba llamar demasiado la atención. Para eso ya tenía a Cheng, de quien nunca se separaba. Hassan era un hombre culto, quizás demasiado ya que poseía conocimientos sobre la antigüedad que harían caer en coma a cualquier historiador interesado en la historia de oriente medio.

Cuando estaban a medio desayuno, un grupo de jóvenes pasaron por su lado. Eran altos, corpulentos, con el cabello muy corto y un porte de seguridad y superioridad que no pasó desapercibido para los dos hombres de la cafetería. Caminaban ocupando toda la acera, como si la calle les perteneciera, y cuando se vieron obligados a ponerse en fila para pasar junto a la mesa, parecieron molestos. Uno de ellos miró a Cheng y éste le devolvió la mirada. Fue solo un segundo. Un instante suficiente para crear un contacto, una chispa que prendió un fuego que se liberó al instante. El joven se detuvo y los otros hicieron lo mismo.

-¿Qué miras, chino? –le dijo a Cheng, el cual llevaba una mancha de zumo de considerable tamaño en su camisa blanca.

-Nada –respondió Cheng tratando de evitar otro contacto visual.

-Mírame cuando te hablo, chino –volvió a decir el joven, enfatizando la palabra “chino” para dar a entender que se trataba de un insulto y no de una simple observación.

Cheng le miró y el efecto de odio pareció extenderse a los cuatro jóvenes, los cuales se mostraron de pronto muy alterados y poco predispuestos al diálogo. Hassan se pasó la mano por la cara, prediciendo de algún modo lo que iba a suceder a continuación.

Cheng se levantó y miró al primero de los chavales. Tendrían poco más de veinte años y eran más altos y corpulentos que él. El primero le miraba desafiante y los otros tres esperaban detrás, tensos, como oliendo la agresividad en el aire. Y ésta no tardó en desatarse. Sin mediar aviso, el joven lanzó un puñetazo dirigido a la cara de Cheng, pero éste lo esquivó con un simple movimiento de cintura para responder al instante con un golpe con la mano plana directamente a la nariz. Se oyó un crujido y acto seguido el chaval se desplomaba en el suelo, conmocionado. “El golpe que quiebra montañas” dijo Cheng con solemnidad. Una silla dirigida con fuerza y precisión por el segundo de los jóvenes, cruzó el aire en dirección al oriental, pero cuando llegó al punto de colisión, allí no había nadie; Cheng apareció detrás del agresor como por arte de magia y le golpeó las orejas con las palmas con un golpe seco. “El ataque del vacío silencioso” dijo esta vez. El segundo joven pareció haber perdido el sentido del oído y con él el equilibrio, y cayó sentado en el suelo, incapaz de levantarse. Los dos que quedaban en pie se miraron sin saber si lanzarse al ataque o huir, pero su naturaleza beligerante les impedía retirarse de una lucha en la que tenían la superioridad numérica. Se lanzaron a la carga con cierta coordinación, pero ésta se rompió cuando Cheng, utilizando tan solo dos dedos de cada mano, les detuvo golpeándoles entre los ojos. “El toque de la estrella fugaz” dijo, y ambos se quedaron ciegos al instante. Salieron huyendo de una forma muy poco digna, tropezándose con todo y estrellándose contra farolas y coches aparcados. Hassan observó la escena sin apenas inmutarse.

-¿El vacío silencioso? –le dijo a su amigo. –Te inventas esos nombres sobre la marcha, verdad?

-Si. Queda mucho más cinematográfico –respondió Cheng ajustándose la camisa y redescubriendo con cierta decepción su mancha anaranjada.

-¿Qué te parece “el dragón serpenteante sobre la montaña de fuego”?

-No. Muy largo.

Y volvieron a casa.

 

Continuará...

4 comentarios:

  1. Tiene un buen comienzo con acción, espero con impaciencia el resto de entregas.

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  2. Me ha gustado, con un estilo bastante conciso. Eso sí, como no se especifica que están en una terraza si no simplemente en una cafetería, la aparición de los chavales me creó algo de confusión hasta entender que estaban sentados fuera. Nada grave, pero me hizo parar de leer. Lo de los nombres de los ataques me ha gustado mucho.

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    1. Gracias por el apunte, Sr.
      Lo modificaré en el texto original.

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