Un
bonito día de feria. Los más pequeños se divierten en las atracciones mientras
los adultos disfrutan a su vez con esa extraña empatía paternal que hace que
merezca la pena pagar precios abusivos por cinco minutos de juego. Mi hija se
decide después de un primer vistazo global al conjunto de atracciones y decide
subir en un castillo hinchable.
Los castillos
hinchables, lo explico para quien sea adulto y no se haya fijado nunca ya que
en nuestra época infantil no existían, son estructuras (no necesariamente
castillos) cuyos cimientos principales son el aire, a modo de globo gigante;
Tal estructura da la garantía de que suelo, paredes, techos y todas sus otros
elementos, son blandos y permiten a los niños saltar rodar, caerse y hacer el
animal sin causarse lesiones importantes. Aunque, todo hay que decirlo, el
invento no es perfecto, ya que los otros niños si son sólidos y de vez en
cuando dos cabezas se encuentran repentinamente y los llantos aparecen tras un
sonoro “cloc” craneal.
Total,
que allí estábamos, padres y madres, abuelitos y abuelitas disfrutando de esa
tensa tranquilidad de saber que nuestros pequeños/as no podían hacerse daño, al
menos en una probabilidad importante y disfrutando de ello, hasta que saltan
todas las alarmas: Una niña ya algo mayor para esos juegos aparece de entre la multitud
de niños, animales hinchados y obstáculos curiosos y exclama: “Un niño ha
vomitado”. Pánico. Las madres llaman a sus pequeños para que salgan de la
atracción mientras preparan pañuelos, toallitas y otros elementos limpiadores
por si el suyo ha sido afectado; pero los niños hacen caso omiso a las llamadas
y siguen saltando y saltando con fervor mientras una masa amorfa se desliza
sobre el plástico del suelo saltando a su vez, expandiéndose como un ser venido
de las entrañas de otro mundo dispuesto a contaminar y propagarse. Los padres
enganchan a los niños que se acercan demasiado a la parte exterior del
hinchable mientras el dueño de la atracción pide calma y va llamando a todos diciendo
que el tiempo se ha agotado. Pero ni por esas. Los últimos niños se resisten a
la autoridad, saltando con más fuerza aún para apurar el tiempo que les quede,
mientras el vómito sigue extendiéndose al ritmo de los saltos cercanos cual
monstruo lovercraftiano.
Al
final todos los niños están fuera. La mía está limpia, por suerte, pero hay
otros que han sido alcanzados por el gorp (nombre técnico que se les da a los
vómitos cuando llevan tanto tiempo fuera que cobran vida propia) y sus
progenitores limpian agobiados los restos y le dicen, enfadados, que se van a
ir a casa. El responsable de limpieza del castillo dice que van a hacer una
pausa y que vuelvan en diez minutos, cuando haya limpiado la zona afectada. Yo
me espero para comprobar qué técnica especial de limpieza va a utilizar pero el
tío se limita a pasar una pelota de papel de váter por encima pensando
seguramente que “ya lo limpiarán bien los siguientes, con los calcetines”.
Gran entrada!! M'ha encantat la definició de gorp :p
ResponderEliminarGràcies pel comentari, company.
EliminarLlevas ya unas cuantas entradas sobre vómitos. Parece tu tema fetiche. Cuando tengas suficientes puedes recopilarlas todas en un libro. Si no se te ocurre ningún título dímelo y te doy ideas.
ResponderEliminarIgual con vómitos solo no me llega para un libro, pero podría sacar una "Antología de los vómitos y cacas" que si me darían.
EliminarTe dejaré a ti el título y el prólogo.
¡Qué libro más genial! ¿Como nadie había pensado en esto antes? :O
EliminarCapdemut forever!