Se dice que una vez, en un pueblo no muy
lejos de este, vivían dos hermanos muy muy pequeñitos, no más grandes que un
garbanzo o una alubia y se llamaban Garbancito y Alubieja. Los dos hermanos
eran tan pequeños que no podían salir a la calle solos y en casa se aburrían
mucho. Un día, cansados de estar encerrados, pidieron a sus padres que les
dejaran bajar al parque junto a su casa y tanto insistieron, que éstos les
dieron permiso “Pero llevad mucho cuidado de que nadie os pise” les advirtieron
y ellos respondieron que “Si, si, llevaremos cuidado” mientras ya corrían hacia
la puerta.
El parque era enorme para ellos y apenas
podían ver por encima de la hierba y las hojas secas del suelo por lo que
Garbancito propuso a su hermana el subirse a un árbol para poder ver algo, a lo
que Alubieja aceptó y comenzaron a trepar el árbol más alto del parque. Cuando
llegaron arriba se quedaron asombrados con las vistas; no solo veían el parque
con sus árboles, la gente que pasaba y los niños que jugaban, sino que también
podían ver las calles repletas de coches y los tejados de las casas. “Mira,
mira, qué grande es todo” dijo Alubieja “Y nosotros sin saberlo” respondió su
hermano. Pero lo que más les fascinó fue la visión de una enorme montaña más
allá de las casas, repleta de árboles y caminos por explorar. “Como me gustaría
ir a esa montaña…” dijeron casi al unísono, cuando vieron un pájaro que se
acicalaba las alas en una de las ramas. “Oye, pájaro, pájaro… ¿Tu podrías
llevarnos hasta esa montaña?” y el pájaro miró a los dos hermanos diminutos y
asintió. “Claro que si, yo tengo mi nido allí y tengo que ir a dormir todas las
noches. Subid encima de mí y llegaremos en un momento.” Los dos hermanitos se
agarraron a las plumas del pájaro y se elevaron en el aire, pasando como una
flecha por encima de las casas y alcanzando la montaña en un instante. Se despidieron
del amble pájaro y pasaron la tarde corriendo y jugando en el bosque
despreocupadamente, hasta que se dieron cuenta de que se estaba haciendo de
noche y se desesperaron al pensar en que no serían capaces de volver a su casa
a tiempo y sus padres se preocuparían mucho.
Llenos de angustia comenzaron a correr
sin rumbo por el bosque hasta que oyeron el ruido de unas alas sobre sus cabezas
y se encontraron con un búho que les miraba con los ojos muy abiertos. “¿Qué estáis
haciendo por aquí, tan tarde y tan pequeñitos?” preguntó el búho, que como todo
el mundo sabe, es el animal más sabio del bosque, y los niños le explicaron su
historia. El búho les respondió que él no podía devolverles a su casa, ya que
la ciudad no es su hábitat y no puede volar por ella, pero les enseñó un camino
que bajaba directo hasta su pueblo, aunque deberían tener cuidado con los
lobos. A Garbancito y Alubieja les daban miedo los lobos pero el haber
descubierto un atajo les dio valor para seguir su camino. Dieron las gracias al
búho y comenzaron a correr montaña abajo.
La noche se acercaba y a pesar de lo
mucho que corrían, los dos hermanos apenas avanzaban; sus piernecitas eran
demasiado cortas y hasta el más pequeño desnivel en el terreno les obligaba a
detenerse y perder mucho tiempo; y por si fuera poco, una figura apareció
frente a ellos. Era un animal grande, de cuatro patas y morro largo que
husmeaba el aire en busca de comida. Garbancito y Alubieja se asustaron
creyendo que sería un lobo pero en seguida respiraron aliviados al ver que se
trataba de un perro grande. “¿Qué os pasa, niños que corréis de esta manera?” preguntó
el perro, a lo que ellos respondieron contándoles lo que les había pasado. “No
pasa nada, no os preocupéis” dijo el perro tranquilizándoles “subid en mi lomo
y yo os llevaré a casa. Llevo horas buscando comida por aquí y quizás tenga más
suerte en el pueblo.” Y así lo hicieron. El perro no era tan rápido como el
pájaro pero a pesar de eso en pocos minutos ya habían salido del bosque y
estaban corriendo a través de las calles, con lo que llegaron a su casa justo
cuando el Sol se ponía.
Al final Garbancito y Alubieja
consiguieron ver mundo y volver a su casa a tiempo mientras que el perro, por
su ayuda, recibió un plato lleno de pienso del bueno. Y a partir de ese
momento, los dos hermanos pudieron salir a la calle siempre que quisieran
acompañados por su nuevo amigo perro.
Y corolín corolado, otro cuento que se ha
acabado.
Muy bonito.
ResponderEliminarGracias.
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