lunes, 15 de julio de 2013

La peladora de plátanos (no penséis mal, por dios)



Hace ya un montoncito de años, un domingo invitamos a comer a mi casa a una amiga del cole de mi hermana que venía de algún país islámico indeterminado. Mi madre tuvo cuidado de no poner carne de cerdo ni cebolla en el menú (no, la cebolla no le gustaba, no era ningún asunto religioso) y la cosa marchó bastante bien… hasta la hora del postre. Entre una pequeña variedad de fruta y lácteos la niña se decidió por comerse un plátano y entonces alguien gritó un “¡Mirad! ¡Mirad cómo se come el plátano!” Y es que en lugar de romperlo por arriba y pelarlo como viene siendo habitual en nuestra cultura, esa niña lo había abierto por un lateral y había sacado el plátano sin apenas manipular la piel. Aquello resultaba un espectáculo para cualquier persona medianamente experta en el pelado de plátanos y allí comenzó el suplicio. Que si cómo lo has hecho; a ver otra vez; vamos a hacerle una foto comiéndose el plátano, ahora solo del plátano, ahora solo de la piel, ahora yo y la piel, ahora tú y el plátano, ahora la niña con todos, el plátano y la piel… Nadie podría haber sospechado que una comida vulgar y corriente pudiese dar tanto de sí. Al poco mis padres comenzaron a comprar cantidades masivas de plátanos con la esperanza de volver a invitarla y repetir el espectáculo pero por algún motivo, la niña dejó de relacionarse con mi hermana y nunca volvimos a verle el pelo. Menuda casualidad. ¿No?
Aquí vemos una foto de un plátano pelado normal. Y no os quejéis que he puesto esta y no cualquiera de las otras fotos raras de plátanos que hay por ahí.

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