lunes, 17 de noviembre de 2014

De traseros y constelaciones





-¿Qué haces aquí plantado, tan de noche como es, con el cuello tieso mirando hacia arriba? –Me pregunta alguien con una dulce voz femenina.
-Miro las estrellas. –Le respondo con mi sequedad y antipatía habitual.
-¿Y eso por qué? –Me insiste, al parecer poco dispuesta a dejarme en paz.
-Al mirar las estrellas... –Comienzo a responderle. –Soy capaz de comprender cuán insignificante es nuestro planeta comparado con la inmensidad del universo. Y ese atisbo de nimiedad me hace relativizar mis problemas y preocupaciones, sumiéndome en un estado de serenidad totalmente necesario para afrontar los desafíos de la vida.

Tal discurso, cutre y cansino hay que reconocer, surte su efecto y después de unos segundos de silencio, oigo sus pasos alejarse. Ahora podré seguir con mi solitaria contemplación del cosmos. Pero me concedo un segundo para bajar la cabeza y mirar a quien me estaba hablando y entonces la veo. Alejándose de mi con su melena negra balanceándose sobre su espalda al compás inverso del contoneo de sus caderas y ese trasero… Un culo imposible de reproducir incluso por el más experto escultor de todos los tiempos; una obra maestra del ADN; una casualidad genética de esas que solo se repiten una vez cada varios miles de años… Y entonces me doy cuenta de que a pesar de que acaba de estar junto a mí, me resulta tan inalcanzable como Casiopea, tan lejana como las Pléyades, tan insondable como el interior de un agujero negro… Y justo antes de que desaparezca en la oscuridad me siento capaz de relativizar el universo sobre mi cabeza, agarrarlo con las manos, arrugarlo como una bola de papel y darle una patada a todo para alejarlo de mi.

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