El otro
día me pasó algo muy curioso: Iba por la calle, con prisas porque llegaba tarde
a un sitio que no os importa, cuando pasé sin darme cuenta por debajo de un
piano que unos operarios de mudanzas mantenían en suspensión ante la ventana de
un tercer piso cuando, por una de esas casualidades de la vida, la cuerda que
lo sostenía comenzó a pelarse cordón a cordón y el piano cayó justo sobre mí;
pero era tal la inercia que yo llevaba, que salí indemne por un lateral,
sacudiéndome el polvo y dejando atrás a los sorprendidos trabajadores y
transeúntes que habían presenciado la escena, algunos con las manos en la
cabeza, otros señalándome con el dedo y, los más sorprendidos haciendo ambas
cosas a la vez. Yo no me paré a pensar en lo que había pasado, por eso de la
prisa y la inercia, pero al llegar a casa, sentarme y reflexionar, me di cuenta
de que aquello no había sido normal. Y llamé a un colega para explicárselo.
Llamé a
un colega para explicárselo y el tío, ni corto ni perezoso me habló de algo muy
revelador: “El canto del cisne”. Me explicó que los cisnes, justo antes de
morirse entonan un canto melodioso y agradable (no como sus horribles graznidos
cotidianos) con el que se despiden de este mundo dignamente; y de ese mismo
modo, mi cuerpo estaba experimentando un cambio, una optimización cercana a lo
sobrehumano justo antes de la decrepitud de la vejez. Al principio pensé que
menudo cabrón mi colega por decirme de forma tan sutil que estoy viejo, pero
luego lo pensé bien y me di cuenta de que si esa gilipollez era cierta, debía
comprobarlo. Comencé dando algunas volteretas voladoras hacia atrás (cosa
impensable para mí hasta el momento) y luego me puse a hacer un número
ilimitado de flexiones (nunca había pasado de cuatro) hasta quedarme dormido,
despertándome totalmente descontado. Y me di cuenta de que era cierto: Mi amigo
tenía razón; mi fin estaba cerca, pero eso también era una oportunidad que no podía dejar pasar:
Había llegado el momento de dejar a un lado a mi antiguo yo; al inseguro y
tímido yo, al debilucho y enfermizo yo, al atormentado y quebradizo yo, al
estúpido y absurdo yo… Y decidí que a partir de ese día me tomaría las cosas de
otra manera.
Y es
por todo eso que a partir de este día me tomaré las cosas de otra manera (¿Lo
había dicho ya?). A partir de ahora, cuando vea a un jovenzuelo que no le cede
el asiento a una vieja en el autobús, le levantaré yo mismo con la fuerza del
canto del cisne metiéndole dos dedos en la nariz. Y cuando el jefe me venga con
sus reproches le escupiré en la boca gracias a la determinación del canto del
cisne. Y cuando un niño mayor empuje a la mía en el parque, le agarraré por las
orejas, le sentaré en la rueda giratoria y, empujándola con el dedo meñique le
tendré dando vueltas toda la tarde; y como su padre me proteste, le aplastaré
como a un gusano delante de todas las madres allí presentes, que esa noche
soñarán con mi infinita virilidad mientras hacen el amor con sus ínfimos
maridos que carecen de canto del cisne. Y como el vecino vuelva a aparcar su
furgoneta delante de mi puerta, se la volcaré haciendo palanca con la polla con
mi poder del canto del cisne.
Y si
algún día una pandilla de moteros aparecen en mi apacible pueblecito del sur de
Tejas para sembrar el caos y la discordia, los expulsaré sin miramientos
devolviéndoles al desierto del que nunca debieron de salir igual que hacen
Clint Eastwood o Charles Bronson.
Y
finalmente, cuando los alienígenas decidan conquistar nuestro planeta para
subyugar a la humanidad y explotar nuestros recursos, yo desde lo alto de la
colina, con un pie apoyado sobre un tronco caído, los brazos cruzados sobre el
pecho y el viento agitando mis hidra-rizos de garnier, miraré directamente a la
nave nodriza y una sonrisa aparecerá en mis labios. Puede que sean más
inteligentes y avanzados que nosotros, pero seguro que no cuentan con el puto
canto, del puto cisne.
PD: Lo
que no sé es cuanto me va a durar esto porque como se me acabe en dos días,
habrá que olvidar todo lo escrito aquí arriba.
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