Como al
parecer, mi anterior entrada levantó ampollas entre ciertos sectores de mis
múltiples lectores (entre ellos mi mujer), que me han tachado de enfermo y
aseguran que a este paso me voy a quedar sin amigos, he decidido escribir una
entrada tonta para “tapar” la anterior y mostrar mi lado más bello y humano. Y
para quien no sepa qué es eso de “tapar” le diré que según afirman numerosos
estudios y estadísticas, los lectores de blogs solo se fijan en la última
entrada; poniendo una nueva la anterior queda ya fuera del alcance, es decir,
“tapada”. Y allá voy.
Esto
sucedió hace muuucho tiempo, el día de mi 22 cumpleaños (lo he puesto en número
porque en letra no sé si decir veintidosavo, veintidosero o qué) en el que iba
a asistir a una obra de teatro con mis amigos. No era lo más habitual del
mundo, ni tenía nada que ver con mi cumple, pero tocaba. Pero al llegar a las
taquillas (yo era el único despistado del grupo que no la había comprado
anticipada), descubrí con horror que se habían agotado. “Pero si al teatro no
va nadie, que esto del teatro está de capa caída, que es una mierda sin efectos
especiales ni nada” fueron algunos de mis argumentos tratando de convencer a la
chica para que me dejara entrar de guays, pero en lugar de eso me cerró el
cristalito en los morros con toda su furia.
Y allí
estaba yo, el día de mi 22 cumpleaños, solo en la fría y húmeda calle otoñal
mientras mis amigos estaban dentro, calentitos y disfrutando del espectáculo.
Hasta que apareció mi salvadora. De entre un grupo de jubilados emergió una
adorable ancianita que se quedó observando mi triste semblante. Yo la miré.
Ella me miró. Nuestras miradas se cruzaron y no nos besamos porque era muy
mayor y a mí me gustaban jovencitas en esos tiempos. “¿Te has quedado sin
entrada?” me dijo. “Si” le contesté yo. Y entonces ella metió la mano en su
bolso y de entre agujas de ganchillo, dentaduras postizas y fotos de Charlton
Jeston en gallumbos, sacó una entrada que me entregó. “Toma. Era de una amiga
que no ha podido venir… La cadera” Y me sonrió. Yo le sonreí. Nuestras sonrisas
de cruzaron y… bueno, ya.
Resumiendo.
Que gracias a la desinteresada ayuda de esa anciana anónima pude pasar mi
cumpleaños con mis amigos, sin sufrir los rigores del frío y la soledad. Y pensándolo ahora, con la perspectiva que
dan los lustros, me doy cuenta de que a día de hoy, esa mujer ya debe estar
muerta.
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Así estará ahora, la pobre. |
Se dice vigésimo segundo :P
ResponderEliminarGracias.
EliminarNo hay nada como tener lectores que han ido a la universidad.
¿Què obra era? Prueba para ver si ya estás en la edad de tu salvadora. ;DDD Voy a buscar la entrada que has intentado tapar.
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