La
madre, también conocida como Nº3, descendía colgada cabeza abajo
de un fino cable desde la bóveda superior de la Catedral con la
intención de tocar suelo y evitando a los peligrosos monjes
tejedores de bufandas, abrir la puerta a sus tres compañeros para
infiltrarse en el lugar y conseguir las obras de arte de valor
incalculable que allí se guardan. Un plan perfecto y sin fisuras,
ejecutado por cuatro miembros de la élite del subterfugio. Nada
podía fallar. ¿Nada? En el momento más crucial del descenso, justo
cuando La Madre (único mimbro femenino del equipo, hay que
recalcarlo) debía aferrarse a una de las columnas para salir del
ángulo de visión de los monjes, se oyó un estornudo.
El
sonido del aire al ser expulsado de los pulmones de Nº2 a sesenta
kilómetros por
hora, resonó como una explosión en el silencioso recinto. Por un
segundo los monjes, conocidos como Los Santos Fojones a causa de la
hermandad en la que militan, miraron desconcertados a su alrededor
hasta que uno de ellos vio la esbelta figura de La Madre colgada cual
arácnido del techo y dio la voz de alarma.
Uno
de los monjes, el que tenía la bufanda más larga, la enroscó en el
brazo de una estatua de San pancracio y se lanzó cual Tarzán en
liana contra ella en una patada que teniendo en cuenta la velocidad
alcanzada por el monje, podría ser mortal o, como mínimo, bastante
dolorosa. Al verse descubierta y sin demasiada movilidad, La Madre
optó por soltar el cable y dejarse caer. El monje volador atravesó
el aire donde hacía solo unos segundos estaba ella y maldijo en
silencio.
Cuando
La Madre tocó el suelo, comprobó que
estaba rodeada por diez tipos expertos en artes marciales, armados
con bufandas y con cara de pocos amigos; de hecho daba la sensación
de que no tenían ningún amigo fuera de su circulo. Enzarzarse en
combate era una idea absurda salvo para un masoquista en busca de
emociones fuertes, así que rodó por el suelo y se dirigió a la
puerta. Tras ella los monjes avanzaban balanceándose de estatua en
columna y viceversa con la ayuda de las bufandas. Le pisaban los
talones. Los tenía justo detrás. Entonces La Madre se detuvo en
seco y se hizo un ovillo en el suelo, cosa que hizo que los monjes,
dominados por el frenesí de la inercia, pasaran de largo y se
estrellaran chocando torpemente contra una de las estatuas que
representaba a Cristo jugando una partida de parchís con un tullido.
“Si me ganas, te sano” rezaba la inscripción.
Tal
estrategia le proporcionó unos segundos de ventaja, los justos para
alcanzar la puerta y abrirla. Fuera deberían estar sus tres
compañeros esperándola para luchar juntos contra los monjes, pero
en lugar de ello, estaba solo Nº2, que para postre era el más
bajito, el calvo, el de la voz de pito… En resumidas cuentas, el
menos amenazador.
-¿Y
los otros dos? -Preguntó azorada La Madre.
-Nos
han tendido una emboscada -dijo Nº2 apesadumbrado. -Solo quedo yo.
La
madre quedó aturdida por la noticia, pero tenían una misión que
cumplir y no había tiempo de lamentaciones. Entraron de nuevo en la
catedral y se encontraron con diez monjes listos para el combate.
Adoptaron sus posiciones de ataque con la ínfima esperanza de
intimidar a sus rivales pero de nada sirvió. La pelea comenzó y en
pocos segundos, La Madre supo que estaban en desventaja. Puñetazos,
patadas, proyecciones que daban con sus huesos en el duro suelo de
piedra… No le estaba yendo demasiado bien. Pero cuando miró a su
compañero Nº2, descubrió que no le estaban pegando con tanta
fuerza como a ella; de hecho, ni siquiera le estaban pegando; casi
podría asegurar con absoluta
certeza que Nº2 y los monjes eran amigos
de toda la vida, de esos que se van al cine juntos y luego un ratito
de copas.
-Tu…
Traidor -dijo La Madre.
-Así
es -respondió Nº2 con una sonrisa en el rostro. -¿Acaso pensabas
que seguiría trabajando junto a vosotros con lo calvo que estoy?
-¿Qué
tendrá eso que ver con la lealtad?
-No
es cuestión de lealtad sino de algo mucho más importante…
Estética. -Entonces los monjes se quitaron los gorritos y La Madre
pudo comprobar que todos estaban calvos como bolas de billar.
-Debí
haberlo deducido antes -se lamentó La Madre. -Merezco morir aquí
por mi falta de capacidad de deducción.
Pero
entonces, justo cuando uno de llos monjes envolvía su cuello con una
de las bufandas con la sana intención de asfixiarla de la forma más
cruel y suave posible, se oyó el retumbar de un motor en el exterior
y antes de que nadie pudiese decir eso de “se oye como una moto
allí fuera”, una de las cristaleras se hizo añicos y entre
virutas de cristales de colores que una vez habían representado una
bucólica escena de un campesino sacrificando a su propio hijo,
apareció el Motorista Ninja sobre su Harley Davidson customizada.
En
el próximo capítulo: El Motorista Ninja ataca de nuevo. ¡No os
perdáis el apasionante final!
Cada vez tiene menos sentido y eso mola.
ResponderEliminarPor eso escribo historias cortas. Si no fuera así, el delirio alcanzaría cuotas demasiado elevadas y me tendrían que medicar.
EliminarEstoy deseando y no leer el desenlace. Ya que no quiero que acabe tan pronto.
ResponderEliminarPuedes no leerlo cuando lo publique. Es tu opción.
EliminarQue malvado, con ese final con motorista ninja nos dejas engantxados hasta el siguiente capitulo. Pero espero q tb haga sagas y subsecuelas, esta demasiado interesante para terminar así.
ResponderEliminarAlgo pensaré. El Motorista Ninja es un personaje adaptable a cualquier trama.
EliminarMadre mía, el motorista ninja, menudo cliffhanger
ResponderEliminarPor cierto, esto parece una partida de Feng Shui
EliminarYa he aprendido una palabra nueva! Gracias.
EliminarY si.