Cuando
estaba en tercero de EGB (no tengo muy claro qué edad tendría porque recuerdo
haber repetido algún curso de guardería), vinieron unos señores a clase a
preguntarnos qué queríamos ser de mayores. Por lo visto era algún tipo de
estudio o trabajo o vete tú a saber qué gilipollez; porque preguntarles a críos
que todavía no saben nada de la vida a qué se quieren dedicar es como
preguntarle a un gusano dónde va a volar cuando sea mariposa. Pero para mi
sorpresa, la mayoría de mis compañeros sí lo tenían claro. Astronautas,
bomberos, futbolistas, médicos… Coño, qué planificación. Cuando llegó mi turno
dije que me daba igual pues la consecución de los sueños no es más que abrir
una puerta a la frustración y la insatisfacción. Todos se rieron de mí y a la
hora del patio me zurraron un poco más
de lo que venía siendo habitual.
Han
pasado casi treinta años y aprovechando que he tenido que ir a mi pueblo doy un largo paseo con la
esperanza encontrarme a alguno de ellos para tomarme mi merecida venganza. Soy
consciente de que es algo injusto el pasar cuentas por algo que sucedió hace
tanto, pero no tengo muy claro en qué momento prescriben éste tipo de cosas.
Camino y camino sin tener muy claro si seré capaz de reconocer a alguno de mis
antiguos compañeros en caso de cruzarme con él, hasta que como un repentino
destello de luz divina le veo. Se trata de JL, el imbécil que quería ser
astronauta. Viste con un traje sin corbata y lleva una maletita en la mano, por
lo que deduzco que estará trabajando en alguna oficina como ejecutivo de medio
pelo. Espero a que se quede solo y le asalto en un callejón.
Cuando
pasa a mi lado salto desde las sombras y le agarro por el cuello de la
chaqueta, le levanto un palmo del suelo y le estampo contra la pared para
susurrarle desde muy cerquita eso de “¿Dónde tienes la nave espacial,
pringadillo?” Joder, que bien se queda uno tras decir algo que llevaba treinta
años ensayando. Pero entonces una luz azulada me ilumina desde arriba y veo
como un enorme objeto volador con forma de disco se sitúa sobre nosotros y mi
ex compañero JL comienza a levitar, desprendiéndose de sus ropas y piel y
revelando su verdadera forma, que es la de un humanoide paliducho de cabeza
gorda y cuello largo. Antes de desaparecer tras la compuerta del OVNI me sonríe
y me muestra su dedo corazón, que es largo y emite una luz rara en la punta.
Con un fogonazo, toda la escena se esfuma, dejándome solo en el callejón con un
disfraz de humano en las manos que ni siquiera es de mi talla.
Me
quedo unos instantes mirando al cielo y sintiéndome un poco idiota hasta que me
consuelo al pensar que eso no vale como “ser astronauta”.
Espero que eso no te impidiera seguir con tu venganza y siguieras con el bombero y el neurocirujano...
ResponderEliminarLa venganza nunca prescribe al ser algo irracional te puedes vengas hasta de los romanos. malditos romanos!!!!
Espectacular, de pequeño eras un pequeño Buda incomprendido.
ResponderEliminarEsta historia es una pequeña joya cósmica.
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