Seis de la mañana. En ese
microsegundo entre activarse el despertador y sonar la primera nota
de la alarma, lo paro con el dedo meñique de la mano izquierda, con
la precisión de un bisturí laser suizo. Me levanto de un salto y
me enfundo en mis pantalones y zapatillas para bajar las escaleras de
seis en seis y entrar en la cocina. Me preparo un zumo de pomelo al
que añado medio limón para darle algo de cuerpo y me lo bebo de un
trago. Dejo caer una lágrima que cuando toca el suelo lo perfora
como haría un alien herido. Después bajo al sótano, a mi pequeño
santuario lúdico y me siento frente al teclado; me concentro y dejo
fluir mi imaginación que me envuelve de formas y colores abstracotos
a los que voy dando forma a base de palabras y frases que forman
historias apasionantes. Mis dedos recorren el teclado con tal rapidez
que el procesador intel pentium de 450 megapondios apenas es capaz de
seguirme el ritmo. Cuando termino me dirijo a mi pequeño gimnasio
particular y hago abdominales y levanto pesas hasta que éstas dicen
basta y subo a asearme. Me miro en el espejo del baño y veo un
cuerpo que envidiarían muchos hombres con veinte años menos. La
imagen del espejo me mira con ojos de fuego y me dice "sal ahí
fuera y cómete el mundo".
Ocho de la tarde. Llego a mi
casa arrastrando los pies y subo las escaleras a cuatro patas. Saludo
a la familia y bebo agua, la cual se derrama inmediatamente por todos
los poros abiertos de mi piel. Nadie osa acercarse a mi de puro asco.
Me encierro en el lavabo y pongo en marcha la ducha. Antes de entrar
me miro en el espejo. El señor mayor y fofo que veo reflejado me
mira con una sonrisa extraña y sus ojos de hielo se clavan en mi.
"¿Quien se ha comido a quén, finalmente?", me dice.
Cuanta crueldad... La realidad es tan cruel.
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado
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