Hace unos meses me pasó una cosa curiosa que me gustaría relataros,
ya que algunas veces las cosas parecen negativas pero un pequeño
giro del destino puede convertirlas en algo agradable y próspero. Sí
amigos y amigas, numerosos lectores de este blog y confusos
navegantes que habéis llegado aquí por error mientras buscabais
porno, hoy voy a romper mi silencio y también mi habitual pesimismo
para explicaros una historia bonita con final feliz. Para que luego
no se diga que soy un monstruo sin alma. Allá voy.
Todo comenzó con
una llamada de teléfono. Lo tenía justo al lado pero esperé que
sonara cuatro veces antes de cogerlo, para que quien estuviera al
otro lado pensara que estaba haciendo algo interesante y no
muriéndome de aburrimiento esperando a que alguien me llamara. Al
otro lado del auricular estaba F, un amigo de la infancia cuya voz
sonaba preocupada.
-Tengo un problema
-me dijo así, de forma escueta, esperando seguramente despertar mi
curiosidad.
-¿Qué te ha
pasado? -dije yo con mi curiosidad ojiplática.
-Mi abuela ha
muerto.
-Ostras, cuanto lo
siento. Te acompaño en el sentimiento y eso, pero bueno… ¿Qué
edad tenía ya? ¿Más de cien puede ser?
-Casi doscientos,
pero ese no es el caso. Lo que pasa es que ha muerto leyendo uno de
tus libros.
-Ostras, que
incidencia tan inesperada… ¿Cual de todos ellos?
-El primero. Ese
rojito. En realidad es el único que te compré porque no me gusta
leer y solo quería quedar bien contigo.
-Bueno… Entiendo
-le respondí yo buscando la forma de que la conversación avanzara
un poco. -¿Crees que ha muerto por culpa del libro?
-No lo sé, pero eso
es algo irrelevante ahora mismo. Ha muerto y ya está. La causa no
altera el resultado en ningún caso.
-Entonces… ¿Por
qué me lamas?
-Porque tiene el
libro tan bien agarrado que no podemos quitárselo de las manos y nos
está resultando imposible cerrar el ataúd.
-Entiendo… ¿Pero
qué quieres que haga yo?
-No lo sé, es tu
libro.
-Pero es tu abuela
la que se ha muerto. El libro es un objeto inerte desde siempre, es
ella la que ha cambiado de estado. -traté de explicarle así de
forma suave ya que era obvio que mi amigo estaba pasando por un mal
momento. -¿Por qué no le cortáis los brazos a la altura de los
codos y se los ponéis al ladito? Total, croquetas ya te iba a hacer
pocas…
-¿Pero como quieres
que le corte los brazos a mi abuelita? ¡No tienes alma!
-No. Pero no te
alteres hombre… Ahora vengo y seguro que lo arreglamos.
Y vaya si lo
arreglamos.
Con una sierra de
marquetería logramos abrir una sección de la tapa del ataúd,
haciéndolo descapotable de modo que al cerrar, las manos y el libro
quedaban a la vista. Eso hizo que la posterior marcha fúnebre me
sirviera de promoción del libro y aproveché, hábilmente situado al
fondo del cortejo, donde la gente ya no tiene caras tan tristes, pera
ir repartiendo tarjetas de visita. Nunca había vendido tantos libros
como ese día. Ni ferias, ni presentaciones, ni leches en vinagre. Al
final yo contento, mi amigo F contento, las gentes del pueblo
contentas… Que bonito todo, joder.
Precioso. Y habrá que tomar nota, que igual esta forma de promoción se convierte en los nuevos salones literatura y cómic 8)
ResponderEliminarPues no lo digas muy en broma. Está cogiendo fuerza una nueva tendéncia de celebrar funerales distintos, más festivos y menos solemnes y es cuestión de tiempo que nos pongan anuncios en los ataúdes.
EliminarComo método de promoción, desde luego es innovador. ¡Otra cosa es que lo puedas repetir!
ResponderEliminarEy, que ahí donde lo vemos es un aprendiz de samurái. Yo me andaría con cuidado :P
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