Pues ya está, ahora sí. Este bello relato de ninjas y frágiles amistades ha llegado a su fin y con él quizás también mi carrera como escritor.
¿Qué será lo próximo?
No os lo podría decir.
Solo quiero que sepáis que os quiero a todos y cada uno de vosotros, queridos lectores.
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10
Por
un momento se hizo el silencio. Allí, en medio de la gran sala
decorada al estilo oriental donde solo unos instantes antes la última
ninja de un clan ya casi olvidado decidido a salvar el mundo y
Onikage, el malvado líder de los ascendidos, animales iluminados con
ínfulas de superioridad, se batían en duelo para hacerse con
Kusaragi, un arma mítica capaz de decantar la balanza de uno u otro
bando; se hallaba Roberto, un joven hastiado que ahora ostentaba todo
el poder de un arma legendaria en su brazo izquierdo, convertido en
una pinza gigante de cangrejo de rio.
El
malvado hombre serpiente Onikage y la bella ninja, ahora envenenada e
incapaz de seguir luchando Sandra, observaban al resucitado Roberto
mientras éste contemplaba asombrado lo que hacía tan solo unos
segundos era su brazo gangrenado y que le estaba matando. Ahora
parecía en perfecto estado de salud, más fuerte y alto incluso,
rodeado por un aura de energía mística celestial proporcionada por
Kusanagi.
-¿Pero
qué has hecho idiota? -Dijo Sandra desde el suelo-. Debías
restablecer a Kusanagi a su forma de espada original u otra arma
igualmente eficaz, pero… ¿Una pinza de cangrejo? ¿En qué estabas
pensando?
-En
una vez cuando era pequeño -comenzó a relatar Roberto-. Mi padre me
llevó de paseo junto al río. Atravesamos un bosque de ribera
precioso con el suelo acolchado de hojas húmedas de los árboles.
Después llegamos a un rincón donde el río giraba en un meandro y
dejaba una zona cubierta de arena blanca y fina donde nos sentamos a
descansar. Mi
padre me hablaba de plantas y peces y me explicaba historias de su
niñez, cuando paseaba por esos mismos parajes con mi abuelo. Me
sentía el niño más feliz y afortunado del mundo cuando vi algo
acercándose a mi desde el agua. Era un pequeño cangrejito de color
rojo que avanzaba con las pinzas en alto, como saludándome. Yo,
en ese momento de bucólica inocencia pensé que nada de lo que
habitara en ese lugar podría hacerme ningún daño así que acerqué
mi tierna manita al animalillo y éste me respondió clavándome su
pinza en el pellejito entre dos dedos. Creo que esa zona tiene un
nombre, pero no me acuerdo. Es igual. La cuestión es que me dolió
muchísimo, no solo por el dolor físico sino por como se destruyó
mi idílico momento de paz junto a mi papá.
Es por eso que ahora, el arma más terrible que ha venido a mi mente
ha sido una pinza de cangrejo.

-¡Pero
no nos cuentes tu vida, miserable humano subdesarrollado! -Rugió
Onikage apretando sus cuchillos con tanta fuerza que los nudillos se
le pusieron blancos-. Has transformado un arma legendaria forjada
sobre las nubes en el mismo palacio de jade en una miserable pinza de
un cangrejo que te hizo daño cuando eras un crio idiota. Ahora voy a
tener que arrancarte este nuevo brazo para recuperar la espada.
¡Prepárate a morir!
Y
dicho esto el malvado Onikage se lanzó contra Roberto con sus
cuchillos envenenados como si fueran los colmillos afilados de una
serpiente de cascabel. Pero Roberto, que por mucha Kusaragi
que tuviera, seguía siendo un cobarde incapaz de luchar, se hizo un
ovillo en el suelo cubriéndose la cara con la pinza y los cuchillos
se estrellaron contra el caparazón. El primero se rompió y el
segundo saltó de la mano de Onikage al topar con la dura coraza de
quitina. Roberto se levantó al comprobar que estaba ileso para ver
como Onikage, más enfurecido todavía que antes comenzaba a
transformarse en un ser de aspecto híbrido entre el humano y una
serpiente. Su cabeza, hombros y brazos seguían siendo los de un
robusto humanoide, pero de cintura para abajo su anatomía cambiaba
para ser
la de una enorme y gruesa serpiente sobre la que reptaba en
movimientos rápidos y precisos.
La
visión del monstruo era sin duda desmoralizante, pero por algún
motivo Roberto no se amilanó. Miró su nueva pinza, le dio unos
golpecitos como para comprobar su dureza y sonrió al monstruo.
-Ahora
me toca a mi atacar. Vas a comprobar como puede arruinarte la vida
un cangrejo de rio.
Onikage
mostró su lengua bífida y se lanzó al ataque con un siseo terrible
mientras Roberto corría hacia él con la pinza abierta por delante,
casi dejándose llevar por ella. Chocaron como dos trenes circulando
por la misma vía, de forma sonora y espectacular. Los dientes
envenenados de Onikage buscaron el cuello de Roberto para inocularle
una dosis mortal de veneno, pero la pinza se cerró alrededor de su
hombro y le impidió llegar al contacto físico. Gritó de dolor
mientras la tenaza se cerraba más y más crujiendo huesos y cortando
músculos y tendones hasta que finalmente Roberto retorció su cuerpo
y terminó seccionando el brazo del ascendido.
Un
brazo derecho, el de escribir, señalar y tocar las notas agudas en
el piano yacía en el suelo junto a un charco de sangre mientras que
su sorprendido dueño Onikage se sujetaba el muñón de su hombro con
la otra mano.
-¡Humano,
como te atreves a herir a Onikage, el primero de los ascendidos, el
destinado a liberar este mundo de humanos para instaurar un nuevo
orden natural de…
-Cállate
ya, hombre serpiente -le respondió Roberto con calma-. Yo no elegí
nada de esto. Yo quería estar en mi casa con mi brazo normal de
persona normal y ver la tele comiendo patatas fritas con sabor a
jamón y lamentándome por la dulce rutina a mi alrededor, pero en
cambio me he visto obligado a venir hasta aquí cruzando un desierto
con un brazo agusanado para enfrentarme a un montón de gentes-cosa
que me quieren matar, acompañado por una ninja que me quiere matar
también porque
pertenece a un clan que quiere matar a todo dios vete tú a saber
porqué. ¿Pero sabes qué es lo que más me molesta de todo esto?
-Onikage no respondió-. Lo que más me molesta, querido señor de
los ascendidos destinado a instaurar un nuevo orden mundial… Es que
en todo este tiempo no he oído las palabras “gracias” ni “por
favor” ni un “bien hecho colega, no era fácil hacerse con esa
pinza de cangrejo tan chula, te felicito”. Porque aquí sois todos
unos desagradecidos y ya se me están hinchado las gónadas. ¡Y tu
vas a pagar toda mi frustración social!
Un
aura de crepitante energía mística rodeó a Roberto, haciendo que
todos los muebles de la sala salieran despedidos y la pinza de pronto
parecía más afilada, gruesa y cubierta de pinchos de aspecto
peligroso. Sandra se arrastró hasta ponerse a cubierto y Onikage
retrocedió hasta una de las paredes del fondo. Roberto gritó de
rabia y se lanzó a la carga contra su rival. Tomó impulso y lanzó
la pinza contra Onikage que de pronto desapareció
y la tenaza golpeó el muro, abriendo un agujero que daba a la calle.
A los pies de Roberto, una serpiente de tamaño normal estaba
enroscada tratando de pasar desapercibida y al ver la vía de escape
abierta saltó al exterior, huyendo en la oscuridad de la noche.
-¡Onikage,
cobarde! -Gritó Sandra-. No le dejes escapar.
-¿Qué
mas da? -Le respondió Roberto-. Ese tipo está acabado.
-Eres
un idiota por partida doble, Roberto. Has
mancillado la Kusanagi y encima has dejado escapar al líder de los
ascendidos. Podríamos haber terminado esto aquí y ahora y en
cambio…
-Cállate.
Estamos vivos, que no es poco. Y tenemos la gusanagi, aunque la tenga
yo y no tu. Podrías sonreír por una vez, digo yo.
Sandra
no sonrió, pero sí se ruborizó ligeramente mientras se levantaba
agarrada a la pinza que Roberto le ofrecía. Con dificultad volvieron
a salir a la calle y se fundieron entre las sombras de la vegetación
del parque aledaño. Una vez allí se sentaron en un banco y se
relajaron mientras veían como el edificio ardía hasta los
cimientos.
-¿Y
ahora qué? -Preguntó Roberto.
-Supongo
que volveremos a hablar con mi maestro. Él sabrá qué hacer a
partir de este momento.
-Ya…
Yo me refería a como recuperar mi brazo normal. O sea… No es que
no me guste esta pinza, pero queda un poco raro ir paseándome por la
calle con esto.
-Mmm…
Creo que no se puede quitar.
-Menudo
contratiempo entonces. Quizás sí que debería haber pensado en una
espada. Al final con todo esto del cangrejo… Se me ha ido la pinza.
¿Eh? ¿Lo pillas? -Pero Sandra ya no estaba a su lado. Quizás nunca
lo había estado, en realidad.
FIN