Hace
muchos años, cuando era un niño iluso, una tía (creo recordar) me regaló por mi
cumpleaños un robot que caminaba solo. Un niño de hoy en día no sabría
apreciarlo, posiblemente, pero en los años ochenta, apagar las luces del
pasillo y ver al robotajo caminando solo con sus luces rojas parpadeantes era
toda una visión del futuro cibernético que pensábamos que nos esperaba.
El
artilugio era sencillo: Un robot bípode, con sus números y cosas en el pecho y
manos de tenaza (claro) y una cabeza redonda con luces. Pero lo más fascinante
era que tras dar cuatro o cinco pasos se detenía, su casco se abría y dentro
aparecía la cabeza de un tigre que rugía tres o cuatro veces, se cerraba de
nuevo y seguía caminando. Y me gustaba. Nunca me pregunté el porqué del tigre
metido en el robot. ¿Sería un experimento raro? ¿Habría sido la única forma de
salvar a un tigre moribundo? ¿Se trataba del prototipo de una nueva arma
militar que cuando se le acababan los rayos laser te podía morder, ya en cuerpo
a cuerpo? Cualquier cosa valía en aquél entonces y yo era feliz con mi robot,
ya que yo sabía que había sido diseñado por un adulto y por aquél entonces
estaba convencido de que todos los adultos eran listos…. Hasta que me convertí
yo mismo en un adulto tonto y el mito terminó.
A día
de hoy sigo pensando en ese robot, que ya desapareció en ese lugar fatídico
donde se cruza el tiempo con las pertenencias de los niños. Pienso en él y me
doy cuenta de que era un juguete raro, de esos que te hacen pensar en la
estabilidad mental de su creador. Me imagino a un hombre desesperado, con un
puesto de relevancia en una fábrica de juguetes, pensando eso de “tengo que
presentar el nuevo juguete antes del viernes o me despiden y mi familia no
me lo perdonará”, llegando a esa importante
reunión con la carpeta llena de folios en blanco y hablando a trompicones
presentando ante los directivos su nueva idea. –Po…podemos hacer un robot,
esto… que camine solo, con luces, luces y… y una pegatina chula en el pecho.
–Miradas despectivas de sus superiores; su matrimonio pendiendo de un hilo. –Y…
y entonces se abre la cabeza y hay… ¡Un tigre! Eso, si, un… un tigre que ruge
abriendo la boca. –El hombre sudaría lo que no está escrito al ver las caras de
perplejidad de sus compañeros, hasta que el dueño de la fábrica, un viejo
afable que nunca ha dejado que su cargo le cambie, aplaudiría lentamente,
siendo imitado por todos y haciendo que el robot-tigre viera la luz finalmente.
Y de
ahí a mi casa. El resto ya lo sabéis.
A mi se me da fatal dibujar caras, y ahora que estoy experimentando con el barro me doy cuanta de que tampoco se me da bien modelarlas. Yo creo que al responsable del departamento creativo de la fábrica de juguetes le pasaba igual y por eso hizo lo que mejor se le daba, un tigre.
ResponderEliminarPuede ser, es una opción que no s eme había ocurrido. Ahora recuerdo una historieta del gran Vazquez que iba de un caballo pero como no sabía dibujarlos, todo el rato aparecía un elefante.
Eliminarentiendo tu emoción de ese juguete ya que lo tuve por los años 90 y aun lo tengo en una repisa de mi cuarto, y funciona como hace 20 años
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