El otro día estaba viendo un programa en la
tele en el que salían un grupo de mujeres y hombres todos ellos muy jóvenes y
apuestos con la sana intención de hacer el amor entre ellos pero sin atreverse
a decirlo directamente y perdiendo el tiempo con rodeos innecesarios; no voy a
hablar del programa, que me pareció algo absurdo y cansino, pero si de algo que
ví en él y que ya llevaba algo de tiempo advirtiendo también en otras partes:
Los hombres con escotes.
Para quien se esté imaginando a un
travesti debo aclarar que los hombres con escotes a los que me refiero son
señores jóvenes, muy masculinos, que poseen músculos pectorales y que para
poder mostrarlos al mundo no pueden llevar camisetas normales, ya que no
lucirían. Debo reconocer que a primera vista la idea me horrorizó. ¿Pero dónde
va este? Pensé. Qué cosa más ridícula de
persona. Continué pensando. Pero al final, tanto pensar y tanto pensar me hizo
llegar a la pregunta que todos nosotros deberíamos plantearnos antes de juzgar
a alguien: ¿Y qué haría yo?
Y entonces imaginé el pasar tres horas al
día metido en un gimnasio, venga a hacer repeticiones de pesas una y otra vez,
a tener que ducharme rodeado de tíos con el pito al aire, a llegar a casa y
meterme inyecciones intramusculares de anabolizantes, a desayunar batidos
asquerosos con apio y huevos crudos, a perder lentamente el control de mi pene
debido a la acción de las hormonas… Y llegué a la conclusión de que yo me
pondría escotes hasta el ombligo, como Elsa Pataki.
Puede que éste sea un chaval simpático, con mucha conversación y un experto en informática y realización de tareas domésticas varias, pero... en el fondo sabemos que no es así.
¿Por qué juzgamos a los demás, entonces?
Porque hay que hacerlo, ya sea por envidia, por rabia o por asco, juzgamos y
juzgamos a los demás, sin pararnos a compararlos con nosotros mismos y haciendo
que nos juzguen a su vez. Todos somos jueces en este mundo de apariencias y por ello nos esforzamos también
en parecer “algo”, aunque ese “algo” solo sea parecer una persona que no parece
nada. No nos engañemos; podemos enseñar
a nuestros hijos que la apariencia no es lo importante, que lo valioso está
dentro, que todo el mundo merece que se mire en su interior, pero en el fondo
sabemos que no es así. Podemos engañar a niños y jóvenes incautos pero los que
llevamos un buen puñado de años pateando este mundo sabemos, que las
apariencias no engañan.
Pero esto no es algo actual, ha pasado siempre aunque no de forma tan gayer. Antes los hombre de verdad con pelo en el pecho ivan con esas camisas con los botones de ariba desabrochados para enseñar la pelusa y eso era de supermachos, pero ahora... ese chinito sin un ridículo pelo no se que es lo que quiere enseñar... igual es un pedofilo que con esos pechitos tan finos espera que un bebe extraviado confunda sus tetas con las de su madre o algo así... sea como sea me parece que un tio con esas pintas no puede tener intenciones demasiado sanas...
ResponderEliminarTu primera reflexión me ha parecido interesante. La segunda un poco enfermiza.
EliminarAdemás... ¿Cuando se ha visto a un chino con pelo en el pecho? ¿Significa eso que todos son pedófilos en potencia? Piensa que son tres mil millones o por ahí, cuidado con lo que decimos de ellos.
Pues no se pero a mi ese tio solo mirarlo me da mal rollo... ¿Soy al único que le parece siniestro?
Eliminar